martes, 8 de noviembre de 2016

EL DESCENSO

La vida siempre es un arriesgado descenso alpino. Un comienzo en la cima sencillo y pausado. La velocidad tiene sus propias leyes y unas normas que hay que acatar, ya que sólo así se puede disfrutar y salir bien parado del descenso, pues no es posible dar media vuelta o detenerse. Al alba le sigue la noche. A la fortuna la desgracia. A la vida la muerte. Sin embargo, nada importa si finalmente podemos afirmar que la bajada ha valido realmente la pena En mi caso, creo estar a mitad del camino y puedo afirmar que lo he pasado, y lo sigo pasando, de cine. En eso no sufro titubeo alguno aunque mi mente siempre funciona como una radiografía de la duda.

Soy prisionero de unos bosques mudos infinitos. Rehén del vino que sabe a bayas silvestres que estoy degustando mientras escribo estas líneas. Esclavo del mediterráneo que es un cielo líquido, un segundo firmamento donde vislumbrar una miríada de estrellas que riela en la negrura de la madrugada.  Creo que podría emborracharme esta noche mirando esos luceros colgados en la bóveda celestial. Cautivo de la naturaleza que brama bajo una bruma dorada.  La noche, como el trascurrir de los días, llega deprisa para ofrecernos una cacofonía de sonidos más o menos conocidos. Siempre arriba desnuda y ajena a las excusas y medias verdades de aquellos que no se atreven a vivir del todo. La zona fosca en donde se refugian los mediocres de espíritu. Pobres diablos que escondieron sus sueños bajo un hielo glacial. La forma de proceder de esta gente es la mejor metáfora de la derrota de las ilusiones. Pero yo sigo descendiendo en busca del valle de la felicidad con el corazón palpitando desbocado con la frecuencia de un lactante. Afortunadamente no he perdido el alma del niño que fui. Lo cual, bien mirado, es un milagro en toda regla. Tan milagroso como que usted y yo sigamos vivos en este mundo tan extraño. Será cuestión de seguir disfrutando contemplando cómo se despliegan en la mar las tonalidades del cielo. Mi descenso vital me ha conducido a esta recóndita cala a la que creo pertenecer o, eso me susurra la patria salada con sus olas rizadas.


Sergio Calle Llorens

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