lunes, 14 de septiembre de 2015

VOCES

Andaba yo abstraído en una vieja librería londinense buscando textos prohibidos cuando sonó una tonada que se convertiría en parte de la banda sonora de mi existencia. La cantaba Sharleen Spiteri, la líder de la banda alternativa de Rock llamada Texas, que me arañaba el corazón con esta letra; “Twenty seconds on the back time, I feel you`re on the run, never lived too long to make right, I see you`re doing fine”. Aquella primera estrofa me conquistó de tal manera que incluso hoy cualquier canción de la formación escocesa me hacen recordar mis tiempos en Londres. Una época que yo, iluso de mí, todavía iba de victoria en victoria y tiro porque me toca hasta que, como suele ocurrir, me tocó perder y perderme en las brumas de esa mágica ciudad.  Queensway, después de todo, era el barrio en el que yo soñar con un mundo mejor que nunca arribaba a la orilla de ese mar que también describe el  maestro Alcántara;

 Él no se puede morir
Se quedará navegando
Cuando no haya nadie aquí
Que no, que el mar no se muere
Que no se puede morir
Seguirá que va y que viene
Yendo y volviendo a venir
Cualquiera sabe hasta cuando
Hasta que encuentre por fin
La playa que está buscando

Navegaba esa voz poderosa acompañando a este servidor por las arterías de un lugar que, dicen, jamás supo de mi existencia. Esas pintas de entonces que, a pesar de los pesares, me saludaban por mi nombre.  Ha llovido desde entonces y de Texas me queda un ligero recuerdo de algún concierto en acústico para mojar pan. Su voz sigue siendo como la sal de mi mar que acompaña todas mis penalidades hasta convertirlas en un dulce casero y tierno.

La segunda voz pertenece a la irlandesa Imelda May que creció en la zona de Liberties de Dublín. Allí comenzó a tontear con el Rock and Roll de Buddy Holly y Eddie Cochran. Una mujer que limita al norte con Elvis y al sur con Memphis. Cuenta la leyenda que su padre, al verla destrozada por una ruptura sentimental, le dijo perfecto “si estás rota, entonces ya estás lista para cantar Blues”. Y es que no hay nada como el dolor para cantar la pena honda. Imelda, en cualquier caso, es la mujer cuyas tonalidades vocales y presencia en el escenario me conducen a algo parecido a un orgasmo. Un derroche de energía tan poderoso que me sería imposible pasar un solo día sin escuchar su “Pull the rug” o esa versión “Dreaming” de Blondie.

Si la escocesa me retrotrae a Londres, Imelda, curiosamente, me transporta a la alegre Dublín con su oscuro Liffey y sus clubes alternativos. La ciudad irlandesa es, después de todo, una especie de tótem al que agarrarme cuando mi barca se hunde. Voces de un pasado a las que no renuncio en el presente si es que quiero tener futuro en ese azaroso mar que es la vida.


Sergio Calle Llorens

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