El otro día una amiga tuvo la amabilidad de llamarme para
tener una plática conmigo. Decía que había escuchado una entrevista que me
habían hecho en la radio. Quería saber directamente la causa de que no me prodigue más
en los medios de comunicación. Quiero compartir con todos mis lectores la respuesta que le dí a mi guapa interlocutora.
Soy un hombre de muchas dudas y de escasísimas certezas en
relación a mi persona. Entre las últimas destacaría tres; La primera es que mis
ideas no valen ni un pimiento. La segunda es que aunque tuviera algo
interesante que decir, no hallaría nadie dispuesto a escucharme. La tercera,
pero no menos importante, se basa en el convencimiento de que he hecho en mi
vida lo que tenía que hacer pero, si lo hice, la verdad es que no lo recuerdo. Si se unen todas las certezas mis prolongados silencios devienen entendidos.
Como articulista intento desvelar la realidad, o lo que yo
percibo como tal, provocando emociones. Procuro encontrar el adjetivo pero no
me duelen prendas en admitir que rara vez lo he conseguido. En cualquier caso,
tirar de la manta sin que se caigan los platos es tarea harto difícil. Normalmente
soy yo que el que termina recogiendo los trozos de la vajilla del suelo. Radiografiar
Andalucía me ha traído muchos disgustos pero en peores plazas he toreado yo. Barrunto
un odio hacia mi persona. A veces es la prosa, otras el natalicio lo que
provocan esta animadversión prolongada en el tiempo. No importa porque escribir
es meterse en problemas.
Por otra parte, me gusta más escuchar que escucharme aunque
la parla local este llena de estulticia. Además, poner el oído me permite
convencerme de que el hombre no viene del mono sino de la gallina. A veces no
tengo ni que pedir a mi interlocutor que repita un axioma para darme cuenta de
que es un patán elevado a la enésima potencia. Así que callo y como, escucho y
bebo cervecitas junto al mediterráneo. Ese manto azul lleno que encierra toda
la sabiduría del mundo.
Creo que el sistema que aplican los seres humanos es el de
la adulación en las conversas. Aparentan que escuchan para demostrar que, de verdad, sienten
empatía cuando en realidad sólo piensan en colocar sus historias a menos que
nos descuidemos. En su defensa añadiré que escuchar es un ejercicio fatigoso.
Yo aspiro a escuchar bien, pero también anhelo alcanzar la independencia que no es otra
cosa que vivir sin tener que escuchar absolutamente a nadie.
Sergio Calle Llorens
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