Hay quien confunde el amor de su vida con el amor en este
momento de su vida. La cosa es bien sencilla pero hay mucho torpe. El
desconcierto general es enorme. El aturdimiento general. Yo soy testigo de ello
cada mañana cuando veo pasar junto a mi mediterráneo a cientos de personas
corriendo. Desconocen que el trote mañanero es pésimo para esos corazones que
han estado toda la noche en reposo. Les da igual; corren y corren hasta que no
pueden más. En cualquier caso, cada cual puede elegir la mejor forma de
suicidarse. A la hora de inmolarse todo está permitido. El amor de la vida de
esta gente suele ser el perderla, o al menos eso parece en estos momentos de
sus existencias.
En los últimos días se han producido varias muertes,
incluida la de un cocinero famoso, cuando varios memos intentaban emular a los pájaros con métodos
muy loquinarios. El colmo es que los accidentes tuvieron lugar en homenajes a
tipos que perdieron la vida practicando el mismo ejercicio de riesgo. Hay que
ser gilipollas. Y digo yo que el mejor tributo que se le podría hacer a un
amigo es mantenerse vivo para recordarle el tiempo suficiente de pasar a otros
su legado.
Matarse haciendo de avecilla es una de las muertes menos
gloriosa que pueda imaginar. En verdad, no existe deceso más patético que
romperse la crisma cuan abejorro cualquiera. Pienso en los momentos previos del
finado hasta de escuchar su cuerpo golpeando contra la dura tierra. Y encima,
siempre hay una cámara cerca para inmortalizar la hazaña. En unos segundos la
cosa se hace viral en las redes sociales. Llegan entonces los llantos, las condolencias
y los nuevos majaras de turno que saldrán a hacer de vencejos para honrar a los
fallecidos. Nadie se cuestiona la idiocia de unos señores tan estúpidamente intrépidos.
Me sorprende que ningún alma se de cuenta de que estamos aquí un
ratito. Me extraña que ninguno repare en la cantidad de veces que hemos estado a
punto de irnos al otro barrio por una puñetera casualidad. Hagan memoria; aquel
coche que no paró en el paso de cebras, aquella descarga de electricidad, aquel rayo que cayó tan cerca, aquel accidente
de moto para que encima, nosotros, siendo tan frágiles, queramos desafiar a la
providencia vestidos de Batman.
Nunca he sentido la muerte de un torero, ni la de un tipo
que va por la carretera como si fuese un Formula Uno. No, ni una vez me he
apenado porque un descerebrado se haya ido a cenar con Jesucristo antes de
tiempo. Mis lágrimas las reservo para aquellos que no tienen más remedio que
tomar la espada y salir a pelear. Mi pena es para por esas criaturas que
duermen cada noche sabiendo que, tal vez, no vayan a abrir los ojos con las
primeras luces del alba.
El suicidio es una opción valida cuando los dolores se hacen
insoportables y la enfermedad no tiene cura. Incluso lo acepto cuando todo está
perdido. No seré yo quien levante un dedo reprochándoles nada. Es más, animo
desde aquí a que los dirigentes de la
UEFA y los Rocieros a que se tiren por un barranco Yo mismo
no podría descartar esa opción. Empero, esos tipos que teniéndolo todo deciden
arriesgarlo todo por una subida de adrenalina, no inspiran en mi más que un
desprecio absoluto.
La altanería mezclada con la necedad se cobra siempre un
alto precio. Recen y den gracias por
estar vivos, y de una pieza, en este barrio.
Sergio Calle Llorens
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