domingo, 15 de junio de 2014

EL BARRIO MÁGICO


Camino por la falda de tierra que cae dulcemente hasta el mediterráneo. Me detengo para contemplar un barrio que va desde el Paseo de Sancha a partir de calle Gutemberg, por el lado de los pares, y de la Cañada de los Ingleses, por el de los impares, terminando inmediatamente antes del Arroyo de la Caleta, de forma que el tramo anterior es la Avenida de Príes. Es una zona de Málaga que mi padre bautizó como el Barrio inglés. Un Lugar donde reside una burguesía de origen forastero tan diferente a las otras burguesías de las urbes del sur. Calles donde viven los ciudadanos y donde, cuando les llega la hora, mueren. Aquí, como en toda Málaga, las ermitas y las iglesias están dedicadas a la Virgen del Mar. Esa maravilla que si hay luna se ve rizadillo en invierno con ese viento que hace tiritar a los marineros y gemir las cuerdas de los barcos. Un espacio para huir de los estropicios meridionales y tartésicos de la Junta de Andalucía.

Las casitas de Guerrero Strachan con sus tejados verdes son las primeras que me llaman la atención. Luego me topo con Villa Asunción- hoy Hotel California junto a la Escuela privada de Turismo. Mis pasos se detienen de nuevo en Villa Garret cuyos dueños eran originarios de Perpignan. No lejos de allí se alza Villa Alta- La Bouganvillea, la de la familia Villapadierna. La casita del suizo, Villa Vizcaya, Villa Onieva y, por supuesto, Bella Vista. A continuación todavía se conserva el número 9 y algún resto del antiguo Castillo Irlandés con una escalera para acceder a él. A mi mente llegan los recuerdos de aquella irlandesa llamada Juana Walsh Kennedy a la que he querido dar vida en mi segunda novela.



Tomo fotos de Villa Fernanda con la esperanza de captar alguna maravilla secreta que se me escapó la última vez. Es una mansión entera con alma de castillo donde los Loring fueron muy felices. Como los Pedersen, los Temboury y los Bolin. Éstos últimos fueron los joyeros de los zares de Rusia. Dicen que el primer Bolin era de Suecia y fue Cónsul de  Noruega en nuestra ciudad de 1814 a 1832.

 Repasando familias pienso en los Mieres cuya residencia era el Castillo que llevaba el nombre familiar. Con la luz sesgada de la mañana los recuerdos arriban más fácilmente.  El distrito es una maravilla que me eleva al cielo. Resuenan mis pasos en el empedrado y unas voces me llegan en la lontananza.

Huelo a salitre del mar que guarda en algún rincón de su memoria ancestral  las andanzas de unas gentes que, al parecer, sabían que lo malo de vivir no es que te espere la muerte, sino que no vivas del todo. Deambulo por el barrio embelezado y me cruzo con una joven que lleva un libro de Kafka bajo el brazo, el escritor que mejor comprendió la soledad. Me pregunto qué hará allí tan de mañana.


El tañido de las campanas de una iglesia es lento pero largo. Pienso que tal vez sea el  toque de alzada, ese que se realiza en el momento que el párroco levanta el cuerpo de Cristo. Son tres Gordas y una con la Segunda. Tal vez sólo sea mi imaginación o la magia que envuelve al lugar lo que me empuja a imaginar. Sólo sé que a no camino, sino levito hasta el Cementerio Inglés, el único camposanto no católico situado en el centro de una gran ciudad española. Un hecho que habla muy bien del alma liberal de Málaga.

Recuerdo que la última vez que estuve allí el sol se había puesto tras el Barrio Inglés. La noche avanzaba desde la mar hacia sus moradores, vivos o muertos, cubriendo Málaga de púrpura como si pretendiera envolvernos. Vuelvo a disparar mi cámara para captar la belleza del lugar entre las primeras luces del alba. Los árboles gotean el rocío y el bosque cercano me susurra al oído que ha llegado el momento de volver a flotar en el oscuro mar de la noche.


Sergio Calle Llorens

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