Las casitas de Guerrero Strachan con sus tejados verdes son
las primeras que me llaman la atención. Luego me topo con Villa Asunción- hoy
Hotel California junto a la
Escuela privada de Turismo. Mis pasos se detienen de nuevo en
Villa Garret cuyos dueños eran originarios de Perpignan. No lejos de allí se
alza Villa Alta- La
Bouganvillea , la de la familia Villapadierna. La casita del
suizo, Villa Vizcaya, Villa Onieva y, por supuesto, Bella Vista. A continuación
todavía se conserva el número 9 y algún resto del antiguo Castillo Irlandés con
una escalera para acceder a él. A mi mente llegan los recuerdos de aquella
irlandesa llamada Juana Walsh Kennedy a la que he querido dar vida en mi
segunda novela.
Tomo fotos de Villa Fernanda con la esperanza de captar
alguna maravilla secreta que se me escapó la última vez. Es una mansión entera
con alma de castillo donde los Loring fueron muy felices. Como los Pedersen,
los Temboury y los Bolin. Éstos últimos fueron los joyeros de los zares de
Rusia. Dicen que el primer Bolin era de Suecia y fue Cónsul de Noruega en nuestra ciudad de 1814 a 1832.
Repasando familias pienso en los Mieres cuya residencia era el Castillo que llevaba el
nombre familiar. Con la luz sesgada de la mañana los recuerdos arriban más fácilmente.
El distrito es una maravilla que me
eleva al cielo. Resuenan mis pasos en el empedrado y unas voces me llegan en
la lontananza.
Huelo a salitre del mar que guarda en algún rincón de su
memoria ancestral las andanzas de unas
gentes que, al parecer, sabían que lo malo de vivir no es que te espere la
muerte, sino que no vivas del todo. Deambulo por el barrio embelezado y me
cruzo con una joven que lleva un libro de Kafka bajo el brazo, el escritor que
mejor comprendió la soledad. Me pregunto qué hará allí tan de mañana.
El tañido de las campanas de una iglesia es lento pero
largo. Pienso que tal vez sea el toque
de alzada, ese que se realiza en el momento que el párroco levanta el cuerpo de
Cristo. Son tres Gordas y una con la Segunda.
Tal vez sólo sea mi imaginación o la magia que envuelve al
lugar lo que me empuja a imaginar. Sólo sé que a no camino, sino levito hasta
el Cementerio Inglés, el único camposanto no católico situado en el centro de
una gran ciudad española. Un hecho que habla muy bien del alma liberal de Málaga.
Recuerdo que la última vez que estuve allí el sol se había
puesto tras el Barrio Inglés. La noche avanzaba desde la mar hacia sus
moradores, vivos o muertos, cubriendo Málaga de púrpura como si pretendiera
envolvernos. Vuelvo a disparar mi cámara para captar la belleza del lugar entre
las primeras luces del alba. Los árboles gotean el rocío y el bosque cercano me
susurra al oído que ha llegado el momento de volver a flotar en el oscuro mar
de la noche.
Sergio Calle Llorens
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