lunes, 27 de enero de 2014

GOODFELLAS

El nuevo presidente del Barcelona afirma que hay un fiscal en Madrid que no conoce, que no es de los suyos. Pretende que sea uno de Barcelona que le saque del atolladero del caso Neymar. En Andalucía, Del Nido pide el indulto porque puede hacer más bien fuera que dentro de prisión. Los suyos, es decir todos los presidentes de clubes de fútbol, menos los del Málaga, Rayo, Atheltic y Osasuna, han firmado la petición para librarlo del trullo. Florentino, cuyo partido siempre es en casa, se ha librado de explicar como supuestamente un banco rescatado con dinero público ha podido financiar el fichaje de Bale.

Todos estos tipos me recuerdan a aquella peli de Martin Scorsese en la que se narran el ascenso y caída de tres delincuentes abarcando tres décadas. Como olvidar esa primera escena en la que Ray Liotta admite que desde que tenía uso de razón, siempre había querido ser un gánster. Se refería a la idolatrada familia criminal Lucchese. Desconozco cuando sintieron ellos la llamada del mal. La llama que hizo prender un deseo malo en sus corazones. Familias del fútbol, familias de clanes políticos, familias de todo tipo que hielan el corazón de los hombres más templados.

En cualquier otro país, los ciudadanos que denuncian a los corruptos son elevados a la categoría de héroes. En Estados Unidos tienen la ley WhistleBlower que protege a todos los empleados que desvelen casos de abuso, fraude, corrupción o malgasto de dinero público. Una forma de parar las represalias de un grupo, organización o gobierno que sea responsable de lo denunciado. Igualito, vaya. 

Podrían ustedes pasarse por la taifa del sur y ver la persecución que está sufriendo Cristóbal Cantos tras haber denunciado las irregularidades de Invercaria. Fu él quien grabó a Laura Gómiz diciendo “si estuviera comprometida con la ética, no estaría trabajando aquí”. Tras hacerle la vida imposible, lo denuncian y lo amenazan en un intento de convertirlo en un apestado social, en un hombre sin rostro. Se trata de un anuncio a navegantes para que nadie saque los pies del tiesto.

Desde que denuncio los abusos y corruptelas de la Junta de Andalucía he sufrido amenazas, seguimientos, insultos, acosos, llamadas a horas intempestivas, denuncias delirantes. No cuela que tenga testigos, pruebas documentales y reconocimientos implícitos de que todo lo que denuncio es cierto. Nada importa. Lo realmente capital es meterme el miedo en el cuerpo y, si sigo sin dar mi brazo a torcer, hacerme saber que el partido siempre se juega en casa, en su casa, en un campo embarrado e impracticable, con unos árbitros de su cuerda.  No son pocos los dispuestos a hacerles el trabajo sucio y, si la ocasión lo requiere, mandar al osado a cenar con Jesucristo. Gente que soñó con enchufes y prebendas para los suyos y, una vez obtenidos, son capaces de liquidar al más pintado para no perderlos.

España se ha convertido en la mejor escuela de gansterismo del mundo. Atracos al aire libre, latrocinio institucionalizado, comisiones ilegales y unos periodistas que callan la corrupción porque comen de ella. Los viejos camelos han sido desplazados por nuevos camelos. Los viejos rostros han sido sustituidos por caretos lozanos pero, en cualquier caso, son las mismas familias mafiosas de siempre. En realidad, ya no queda ni rastro del paso de la honradez por estas tierras hispanas. Y es que tenemos Goodfellas para rato porque el resto interpreta,  y muy a gusto, el silencio de los corderos. En el plano personal, ya sólo queda que me prohíban escribir por pertenecer, supuestamente, a la Orden de los Gorriones Fornicantes.

Sergio Calle Llorens

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