Mucho ha llovido desde el asesinato del joven malagueño que
pedía la autonomía para Andalucía. Y tantas lunas hemos visto, que hoy una
parte de la población reconoce que hicimos un mal negocio al unirnos a una
autonomía que aplica el sistema del latrocinio institucionalizado como forma de
gobierno. No quiero aburrirles con el tema del centralismo que tanto he tratado
en diferentes trabajos, pero quiero compartir algunas reflexiones cuando se
cumple el 36 aniversario de la muerte de Caparrós.
Cuando una persona es asesinada, no se le concede la razón automáticamente
al asesinado, sólo se la quita a los asesinos. Si aplicáramos esa sórdida
manera de pensar que toda víctima tiene razón, podríamos decir que si un judío
hubiera liquidado a Hitler en 1931 antes de que pudiera matar a nadie, sus
ideas no se hubieran convertido en dogma de fe de la noche a la mañana. Hitler,
como todos sabemos, era un psicópata que llevó al mundo al desastre.
Caparrós murió defendiendo una opción política muy
respetable, pero ciertamente equivocada. A día de hoy, la autonomía apenas ha
servido para hacer millonaria a los allegados y familiares del PSOE de Andalucía.
Puede que Caparrós, de seguir vivo, continuara defendiendo la autonomía, o, tal
vez, se habría convertido en su primer crítico.
Usar la memoria de un muerto siempre es peligroso pero, hay
que reconocerlo, muy efectivo. Ayer, sin ir más lejos, Alberto Garzón, diputado
nacional de IU, lo hizo y de la forma más asquerosa. Afirmó que al igual que
pasaban en 1977 “hoy en día nos intentan silenciar a través de medios
administrativos, por medios de la represión policial a través de la ley de
seguridad ciudadana”. Pero no se quedó ahí, ya que afirmó que los responsables
de esa ley eran los herederos ideológicos de aquellos que le asesinaron. También
pidió que Caparrós sea considerado víctima de terrorismo.
Escuchar la expresión víctima de terrorismo de un tipo que
se ha alegrado de que los asesinos de ETA salgan a la calle es un insulto a la
decencia. Lo que realmente tiene en la cabeza el señor Garzón, es que
únicamente los asesinados de ideología de izquierda pueden ser catalogados como
víctimas. Algo que coincide, y de que manera, con las recientes declaraciones
de Gaspar Llamazares en las que negaba que hubiera existido grupos terroristas
de extrema izquierda. Parece mentira que estos tipejos hayan olvidado a Terra
Lliure, ETA, Sendero luminoso, GRAPO, IRA y hasta las FARC. La lista es
interminable.
En cuanto a los intentos de silenciar al personal con la ley
de seguridad ciudadana, el señor Garzón debería de recordar que sus camaradas
cubanos tienen métodos mucho más efectivos y sangrantes para hacer callar al
personal. Desde asesinatos selectivos, fusilamientos, torturas, patear a las
embarazadas hasta matarlas y, un sin fin de medidas coercitivas.
La doble moral de la izquierda la lleva a ridículos
permanentes. Defender la igualdad de las mujeres y echarse en brazos de los
islamistas o, apoyar el asalto a las universidades cuando son los suyos son los
protagonistas. La libertad no tiene atajos, se ama o no se ama. Se respeta o no
se respeta. No se puede ir por la vida defendiendo los derechos humanos para,
un rato después, convertir en inhumanos a los contrarios ideológicos.
Alberto Garzón, no es la primera vez que les aviso, es un
dirigente peligroso. Alguien que usa chaqueta y corbata pero que es más radical
que los Bucaneros- me niego a escribirlo con K- seguidores radicales del Rayo
Vallecano. Su pinta de niño bueno, de no haber roto nunca un plato, le hace aún
más peligroso. Sencillamente es un político que no cree en la democracia y que,
de llegar al gobierno alguna vez, trataría de vengar a aquellos que perdieron
la vida a manos de la ultraderecha. Si eso ocurre, que Dios nos pille a todos
confesados.
Sergio Calle Llorens
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