Entre ustedes y yo, a la gran mayoría de
europeos le trae sin cuidado que miles de africanos perezcan en las costas del
mediterráneo. Y, sin son magrebíes, las muertes son recibidas con una completa
indiferencia. La UE
disimula mandando dinero a Roma para que se las apañe. Italia, en cambio,
muestra que es un estado fallido al no poder poner freno a la avalancha humana.
La inutilidad se une a la desesperación que, como la fe, mueve montañas.
La
joven nación ha pasado de la Primera Guerra
Mundial a la Segunda
y, tras los conflictos, al espacio económico europeo. En ninguna etapa ha
podido Italia desembarazarse del poder oscuro que lleva siglos mandando en esas
tierras. Tampoco Europa es un compendio de virtudes a la hora de asistir a los
más necesitados. Creó el problema judío al intentar exterminarlos, cayó ante la barbarie
nazi y no hizo nada por ayudar a los que caían ante la bota criminal comunista.
Miró para otro lado en el conflicto de la extinta Yugoslavia y, como casi
siempre, tuvo que echar mano de los valientes soldados americanos para poner
fin al conflicto. Europa, en definitiva, es una vieja chocha que ilumina menos
que una bombilla de 25.
El hombre occidental en general y, el europeo
en particular, pierde la salud para ganar dinero, después pierde el dinero para
ganar la salud y por pensar ansiosamente en el futuro, no disfruta ni el
presente ni el futuro. A pesar de ello, los africanos, hartos de guerra y
destrucción, buscan llenarse el estómago dos veces al día y, ya que no tienen
presente, al menos que tengan futuro. Con su llegada al viejo continente,
esperan encontrar su Dorado. Sin embargo, el africano en la mente del europeo
queda muy bien siendo discriminado por el pérfido yankee. Fuera de ahí, se
convierte en un tipo desagradable que grita mucho y que pide demasiado. A la
pregunta de si eres racista, el europeo contesta con un rotundo no, siempre y
cuando las autoridades tengan a bien mantener alejada a los de piel oscura.
Tampoco le gusta al europeo demasiado el moro que padece, según la opinión mayoritaria,
las taras propias de la secta de Mahoma.
Mandar dinero para meter los cadáveres de los
africanos bajo la manta, es lo único que sabe hacer la
UE. En verdad, es una novedad pues no sabe
recibirlos, no cuenta que hay sitio para todos, no puede asimilarlos y, tampoco
los quiere tener corriendo libres por las calles de Berlín y Copenhague. Así
que los morenitos del sur se apañen con los dineritos de los jubilados del
norte y, que Durao Barroso siga con sus ridículos discursos que quedan muy bien
entre los tarados de Twitter. Ya habrá tiempo para que los nórdicos se
solivianten con las imágenes de los finados en las playas del sur donde se
bañan en vacaciones. Y es que estos africanos tienen la poquísima vergüenza de
ir a morirse en la orilla que pisan sus blancos pies.
La gran verdad es que para el europeo, racista
impenitente, el judío sólo es aceptado en una cámara de gas y, el africano apenas
queda guapo en un libro de Karen Blixen; sirviendo, diciendo sí bwana y siendo devorado por los leones que se
sientan a mirar el crepúsculo en la tumba de Denys Finch Hatton.
Sergio Calle Llorens
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