Veremos banderas andaluzas, proclamas contra el gobierno
central de los de siempre mientras una inmensa mayoría se va de excursión, o
reniega de la verde y blanca. Personalmente, el andalucismo me ha producido
siempre una sensación de violencia física, de barullo desagradable. Y mucho más
cuando la fiesta sirve para acallar los recortes realizados por el bipartito
andaluz. Todo parece un sainete molieresco y pueblerino. De esos que tanto
gustan a los incultos de canal sur televisión. Sin embargo, la muerte de la Junta es ineluctable. El
orgullo por el latrocinio
institucionalizado de esos primates sureños,
que siempre ha estado de candente actualidad en Andalucía, les lleva al
desastre. Les han bastado algo más de tres décadas para matar al monstruo que
crearon.
Andalucía es un tren que lleva retraso por la insistencia de
sus maquinistas de viajar por vía corta. Con unos revisores obsesionados por
controlarlo todo. Desde que comemos los pasajeros, hasta la postura que
adquirimos para dormir. Cuando despertamos del sueño, vemos pasar a trenes más
potentes llenos de esperanza e ilusiones. Realidades tangibles. El tren
andaluz, en cambio, es lento, corrosivo y mediocre. Sólo basta echar una mirada
furibunda a la realidad circundante para que lleguemos a la siguiente
conclusión; lo mejor es desmontar el tren andaluz y venderlo por piezas al
mejor postor.
Lejos de la
Andalucía oficial, va creciendo el número de desafectos al
régimen. Y, con ellos, un deseo fuerte va tomando fuerza en el pecho; abandonar
Andalucía y que cada provincia pase a depende directamente del estado. Hace un
lustro éramos muy pocos los que apostábamos por el más España y menos
Andalucía. Hoy somos legión y la batalla no ha hecho nada más que comenzar.
El 28 de febrero es un recordatorio del fracaso andaluz. Una
fecha de nefasto recuerdo que sólo enorgullece a los que viven del erario
público. Todos ellos hablan de la corrupción de una forma impersonal, parece
que hablaran de una persona desconocida y vaga. Pero son ellos, los únicos
responsables de esta desaguisado andaluz. Lo único bueno que tiene el
matrimonio, es que es voluntario. No he conocido a ningún soltero que fuese
intrínsicamente estúpido. Raro sí, estúpido no. Ahora, sin embargo, tras el
matrimonio toca la experiencia traumática del divorcio. Más aún si tenemos en
cuenta que el matrimonio andaluz no fue voluntario, porque el voto negativo de
Almería a pertenecer a este invento, invalidaba, de facto, la autonomía andaluza.
Han pasado muchos años desde aquellas nupcias forzadas y, como dice la
izquierda, muchos de los españoles de hoy, no pudimos votar aquella
constitución. Pues a hacer otra que muchos españoles queremos votar salirnos de
Andalucía. Entonces entenderían, hasta que punto la desafección de los
andaluces con su autogobierno. Años de oprobios, robos, agravios nos han
convencido de que lo mejor es desconectar la maquina andaluza. Queremos volar
alto, queremos volar solos y el lastre andaluz, sencillamente nos lo impide.
Queremos votar en un referéndum el nacimiento de una nueva España, para que
nadie, jamás, vuelva a confundir manifestantes por votantes. Reitero, una vez
más, mi deseo de bajarme del tren de la Junta.
Búscame un sitio, tocayo, que me bajo contigo...
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