.El hombre de Stratford-on- Avon no escribió nada que
mereciera la pena, así que la respuesta es un rotundo no. Pensemos que el inglés
sólo dominaba unas 1000 palabras de toda la lengua inglesa y, así, es
literalmente imposible que hubiese escrito los libros que se le atribuyen. Lo único
cierto sobre Shakespeare es que poseía acciones en dos teatros. Al margen de
eso, William, al que nosotros podemos bautizar como Guillermo el travieso, no
dejó ninguna correspondencia, ni manuscrito que avale sus supuestas hazañas
literarias.
Probablemente haya quien piense que yo me he vuelto
rematadamente loco al afirmar algo así, pero les puedo asegurar que las obras
shakesperianas no tuvieron la firma de William. Pensemos que sus libros cuentan
con 15.000 palabras, tres veces más que la Biblia. Otro punto interesante
es que muchas de las obras de teatro se desarrollan y, tienen como argumento, a
las cortes reales, cuya etiqueta se describe sin el más mínimo error. Por lo
tanto, sólo un cortesano podría haber escrito algo semejante. Otro argumento en
contra de Shakespeare.
Aunque los expertos no se ponen de acuerdo, son muchos los
que señalan con el dedo a Francis Bacon como el verdadero autor de las obras de
Shakespeare. Bacon, barón de Verulam, era un especialista en criptografía.
También era experto en ocultismo. En los años 50 del siglo pasado, el crítico
francés Paul Arnold, afirmaba en su libro “El esoterismo de Shakespeare”- París
1955- que en obras como La
Tempestad , Hamlet y Otelo se podían ver secretos esotéricos y
ocultistas. El mismo autor, insistiendo en el
tema, publicó otro ensayo en 1977; “Clave para Shakespeare”,
Si queremos desvelar el misterio de Shakespeare, hemos de
tornar nuestros ojos a la página 136 de su primera obra: “Penas de amor
perdidas”. En su edición original encontraremos una palabra latina más larga
que un día sin pan: “Honorificabilitudinitatibus”. Los especialistas en cifras
han descubierto que con todas las letras arribamos a un hexámetro latino muy
claro: “ Hi ludi F Baconis Nati tuiti orbi” que, como usted habrá imaginado,
viene a decir “Estas piezas, obra de F. Bacon, son confiadas al mundo”. Se han
encontrado otros mensajes codificados. En uno de ellos, Bacón revela que, en
realidad, es hijo de Isabel I y de Lord Dudley. En una edición de 1645 se encuentra un grabado que
representa con toda claridad a Bacon sentado delante de un gran libro. Con la
mano izquierda empuja a un personaje desaliñado para hacerle acceder a un
templo, mientras que, con la diestra, indica, sobre el libro, el pie de la última
página, el lugar donde normalmente se firma. Lo que viene a decir que quien se
eleva (Shakespeare) no ha hecho sino firmar una obra de la que no es autor.
Las sorpresas sobre Francis Bacon no terminan aquí, pues
muchos autores han querido ver una vinculación del autor inglés con los Rosacruces.
Vinculación que mi admirada Daphne du Maurier, en su biografía de Bacon, afirma
que no hay prueba que atestigüe tal afirmación, aunque eso no significa que no
exista.
En cualquier caso, podemos afirmar que Shakespeare no
escribió nada que mereciera pasar a la posteridad y, por tanto, la opción de
Bacon como autor de sus obras de teatro, no es fruto de mentes calenturientas. El
hecho de que incluyera mensajes cifrados no es tampoco descabellado. Entre
ellos, yo destacaría aquel que dice que Hamlet sería el propio Bacon y, Lady
Mcbeth, con sus manos manchadas de sangre, la reina Isabel, es decir, la
propia madre del autor. Misterio resuelto, ¿o no?
Sergio Calle Llorens
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