Señoras,
señores… y criaturas que prefieren no revelar su nombre. Hoy, desde este
despacho sombrío donde las sombras toman notas sin permiso, hablaremos de una
serie que, sin necesidad de fantasmas, consigue que uno mire dos veces por la
ventana: Mr. Mercedes, disponible en Netflix. Una adaptación de Stephen King que, por una vez, no se disfraza de
terror, porque no lo necesita. Aquí el monstruo no viene del más allá. El
monstruo está registrado en el censo.
Mr.
Mercedes nos
lanza de golpe a un crimen tan absurdo como devastador: un asesino anónimo
irrumpe con un Mercedes y arrasa una cola de parados. Un gesto tan frío que,
más que un acto, parece un diagnóstico de la sociedad. Años después, el caso
sigue abierto en la mente de Bill Hodges, inspector jubilado, alcohólico
en potencia y santo patrón de los hombres que no saben soltar.
Este
Hodges tiene un
rostro: el del irlandés Brendan Gleeson, un gigante interpretativo que
podría leerse la guía telefónica y aun así transmitir tragedia. Aquí, su
desgana es una forma de resistencia, su enojo un método para seguir vivo. Gleeson
no interpreta: desgasta la pantalla como si arrastrara un alma que pesa
demasiado.
En el lado
oscuro del tablero está Brady Hartsfield, interpretado por Harry
Treadaway, que borda a un villano silencioso, casi educado, que odia al
mundo con la dedicación de un artesano. Nada de máscaras ni risas histéricas:
el terror está en su normalidad, en lo bien que podría colarse en cualquier
barrio sin que nadie sospechara que dentro lleva un huracán ácido dispuesto a
estallar.
Pero si
hablamos de brillo, de inteligencia, de luz rara entre tanta sombra, aparece
ella: Justine Lupe, radiante, frágil, temblorosa, pero más incisiva que
todos los policías del condado juntos. Su Holly Gibney no es un
personaje, es una herida que aprende a hablar. Una joya en una serie que ya
venía cargada de diamantes oscuros.
A su
alrededor giran también Holland Taylor, que convierte el sarcasmo en un
arma blanca; y Mary-Louise Parker, magnética, estimulante, imprevisible,
como un relámpago que no necesita tormenta.
La dirección
corre en gran parte a cargo de Jack Bender, veterano de Lost y
Juego de Tronos, que adopta un estilo sobrio, de bisturí. Nada de
efectismos: deja que el horror surja de los silencios, de la respiración
entrecortada, del modo en que el mal se cuela por las grietas de lo cotidiano.
Y todo ello con los guiones del infalible David E. Kelley, que adapta la
novela de King con respeto, sí, pero también con inteligencia y ritmo
propio.
Respecto a
las diferencias con el libro, no te preocupes: no hay destripes. Solo diré que
la serie ahonda más en algunas relaciones, pule el viaje emocional del villano
y reorganiza ciertos momentos para que el duelo entre Hodges y Hartsfield
sea un combate más íntimo y venenoso.
Es Stephen King sin los espectros… y sin necesitarlos.
Mr.
Mercedes es
una obra que late,
que respira, que incomoda. Un thriller psicológico que recuerda que el mal, a
veces, tiene cara de vecino. Y que los héroes pueden ser hombres cansados,
gordos, tristes… pero con un último deber que cumplir.
Si la ves de
noche, cierra la puerta. No porque vaya a entrar un fantasma, sino por si acaso
el Mercedes vuelve a arrancar.
Sergio Calle Llorens
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