miércoles, 1 de enero de 2025

¡El ANIVERSARIO!

 



 Se cumplían 50 años del Colegio Europa. Cinco décadas largas con las historias cercanas de sus fundadores. Mucho ha llovido desde que los primeros alumnos cruzamos las puertas de la antigua Hacienda. Para llegar al centro escolar tuve que caminar por la Urbanización Puertosol, el escenario de mi infancia y de mis primeros años de juventud. Caía la tarde y caminaba a paso lento tratando de asimilar los cambios. Me costaba calibrar lo que veían mis ojos.  Ni siquiera mi antigua casa parecía mi casa y no podía vislumbrar tampoco el porche de la vivienda desde el exterior. Por un momento pude imaginar a mi padre trabajando en su coqueto jardín y hasta llegué a percibir los ecos sonoros del I wish you were here de Pink Floyd. que mi hermano mayor, ya fallecido, solía poner en su viejo tocadiscos los domingos por la noche. Los recuerdos llegan hasta el lugar donde reposan sus cenizas. En la rotonda del silencio elevé una oración por su alma. La emoción me embargaba a pesar de que en los últimos años casi no teníamos relación. Cosas de la vida y de la muerte. Quedaron algunas cosas por decir para que la reconciliación fuese completa Y hablando de la parca, en el colegio me sentaron junto a la mujer que le hizo la autopsia. Una forense que miraba toda la ceremonia con los ojos de una tierna niña. Yo también formaba parte del grupo de alumnos destacados del centro por condición de escritor, pero bien sabe Dios que yo nunca he destacado en nada bueno.

 La ceremonia fue entrañable con los discursos de los viejos directivos que competían en melancolía al tiempo que acariciaban recuerdos con la palabra. Hasta el alcalde de Málaga hizo el suyo, un tanto largo, y el personal escuchaba con atención o se perdía en sus propias evocaciones. El que andaba perdido del todo era un ex estudiante, hoy profesor para castigo de los niños, cuya inteligencia sigue estando bajo mínimos.  Un tipo que tiene un monumento catedralicio por cabeza y unos ojos de sátiro sacados de una película de serie B. Y para colmo se apellida lo que nunca fue; Hermoso. En ocasiones la providencia nos regala personas en forma de chiste. Pero para no abusar de las carcajadas del personal, los organizadores no le permitieron subir al escenario a dar un discurso. Fue el único de las grandes familias del colegio que se quedó sentado en su sitio, es decir, lejos de lo importante.  Visto bajo la tenue luz de los faroles, parecía que le hubiesen desenterrado con el traje de difunto esa misma tarde con motivo del aniversario, del colegio, se entiende.  La cosa terminó cuando el susodicho personaje le dio por tirar las copas de una mesa con su inmensa testa. Para entonces yo ya había cambiado la morriña por el buen humor.  Sin embargo, caminar por el Paseo de Manuel Cabacinos me trajo a la memoria la imagen de Pepe, el portero, caminando en busca de la sirena que marcaba la entrada y salida a clase. El pobre anciano iba tan lento que al entrar en el aula, los alumnos, que éramos unos cabritos de cojones, hacíamos el sonido de un bólido a toda velocidad. También lo recuerdo mirando el trasero imponente de una trabajadora rubia mientras fumaba. Parecía decir; si yo te hubiera conocido con cuarenta castañas menos. 

En esas horas, ya ven, tuve tiempo de recordar. También hubo espacio para saludar a auténticos gigantes de la enseñanza como el profesor de filosofía de bachillerato o al de educación física. Este último fue el responsable de que yo fuera a la universidad. Imposible olvidar el día que, siendo mi tutor, me tomó de la pechera para cantarme las verdades del barquero. No volví a descuidar los libros. Sin duda, Antonio Ortigosa fue el mejor tutor que he tenido en la vida. Un faro en la noche al que acudir cuando me perdía en la oscuridad del mar azaroso de la vida. Curiosamente, y a pesar del tiempo transcurrido, Gloria, la secretaria, siguió mostrando esos inmensos ojos azules que se asemejan a ese turquesa del mar que tanto amo. Una mujer que, pese a todos los achaques de salud, sigue luchando contra todos los males.

En definitiva, una noche mágica que se adentró en la madrugada arañando el corazón de un ser tan apegado a los recuerdos.

¡Por cincuenta años más!

Sergio Calle Llorens


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