miércoles, 25 de agosto de 2021

¡EL ATABAL!

 


El Atabal es un trocito de los Países Bajos en el corazón de la Capital de la Costa del Sol. Un tierno paraíso enclavado en los límites que conducen a la populosa barriada del Puerto de la Torre. Una Holanda en miniatura que vino a nacer cuando Indonesia, después de tres siglos vinculada a la corona holandesa, obtuvo la independencia, y más de doscientos mil neerlandeses no pudieron adaptarse al frío clima de su país de origen. Así que crearon esta urbanización en la década de los sesenta. Un vergel repleto de casas amplias- en principio no tenían ni vallas, ni muros- construidas en una colina con vistas de pájaro al Mediterráneo. 

En este pintoresco submundo las calles tienen nombre de ex colonias holandesas y la biblioteca municipal está presidida por el retrato de la reina Juliana rodeada de bailarinas de Bali durante una visita a Indonesia. Cuenta la historia que la finca del Atabal, cincuenta y tres hectáreas, fue adquirida por unos diez millones de pesetas.  Casi la misma cantidad que pagaron los franceses por los terrenos que luego serían conocidos como urbanización Puertosol.  Yo fui al colegio con algunos de los hijos de aquellas familias holandesas. Recuerdo que había una chica indonesia cuyo padre era holandés que vivía en calle Sumatra, no muy lejos de calle Java. Tenía la piel de ébano y se llamaba, o eso creo recordar, Eva.  La muchacha me invitó varias veces al club social que se inauguró con la presencia del cónsul de los Países Bajos, Enrique Van Dulken. Un tipo que era más malagueño que cualquiera; fundador de la asociación AESDIMA cuyo objetivo era el desarrollo de la provincia de Málaga. Un tipo que se vestía por los pies y que defendía esta tierra como nadie hasta el punto de apoyar la autonomía para la ciudad del paraíso y su provincia.  En definitiva, uno de los nuestros al que debemos muchos de nuestros éxitos actuales.

 Siempre mu gustó mucho deambular por las encantadoras calles del Atabal. Una de ellas la llamaban la cuesta de las dos tetas que iba a parar a casa de mi amigo Pepe. Era un chalet de tres plantas que, según cuenta la leyenda, había sido propiedad de un industrial vasco que se tiró por el balcón la noche una noche en la que un grupo de etarras vino a liquidarle. El asunto del intento de asesinato si non é vero é ben trovato. Como diría mi amiga Muriel; remarkable claims require extraordinary evidence.  El caso es la caminata hacia allí valía la pena porque ofrecía, y sigue ofreciendo, unas vistas extraordinarias de diferentes partes de la ciudad con su mar de ensueño y sus luceros encendidos envueltos por las gotas del silencio. En definitiva, rincones malagueños prestos a la descubierta.

Sergio Calle Llorens

 

 

 


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