Una cortina de lluvia me impide ver la
patria salada desde mi balcón al Mediterráneo. Luego cae la noche y las
gotas se deslizan por el pavimento. Permanezco inmóvil atento a los sonidos
nocturnos cuando un relámpago ilumina el firmamento. Ahora, bajo la tormenta,
una niebla azulada alcanza las casitas blancas que poco a poco son engullidas
en una suavidad de perla turbia. Las
olas golpean contras las rocas en los acantilados del Cantal al tiempo que las
playas del Rincón acogen con resignación sabia las embestidas de las ondas
marinas. A mi mente llegan susurros
del pasado. Consejos pretéritos de aquellos que se fueron. Uno de esos
murmullos es de Manuel Ramírez, mi padrino, que dividía el mundo entre tontos y
muy tontos. Un hombre sabio a su manera que huía a su manera de los
incompetentes. Muchos años después los
psicólogos Dunnin y Krugger le dieron la razón en sus teorías sobre los
ineptos. Sorprendentemente mi padrino primero y luego estos dos caballeros
llegaron a las mismas conclusiones: las personas menos competentes suelen
contemplar al alza sus propias capacidades hasta el punto de que creen que
saben más que auténticos expertos en una materia. Es decir que cuando un
individuo no tiene ni repajolera idea de un tema su nivel de confianza es bajo.
Sin embargo, cuando el inepto lee un texto sobre el asunto en cuestión su nivel
de confianza crece de forma exponencial.
A esto se le llama Monte de la ignorancia. Curiosamente cuando un
individuo diligente estudia un tema con profundidad, su nivel de confianza baja
porque, indefectiblemente, el inteligente sabe que hay demasiadas cosas que se
le escapan. Esto último es conocido como
el Valle de la desesperación. Y es que mientras más estudia, más inclinado está
a pensar que el tema de estudio tiene demasiadas aristas. El mundo después de
todo no es blanco o negro sino un arcoíris cromático que no entienden los que
analizan todo en términos binarios.
Podríamos concluir diciendo que los imbéciles siempre inflan sus
competencias.
Mi pariente, al igual que los
investigadores citados, sabía que el éxito y la satisfacción personal dependen
de muchos factores; conocimiento, sabiduría, capacidad para identificar
objetivos y definir estrategias para conseguirlos. La propia incompetencia de
los tontos es la que les impide darse cuenta de su manifiesta idiocia. Esto es
lo que se conoce en psicología como la incompetencia inconsciente. El lerdo no
es sólo que llegue a conclusiones erróneas, sino que su propia incompetencia le
impide ser consciente de su nulidad. Para muestro un botón en la panoplia de
contertulios que un día se declaran expertos en pandemias afirmando que todo
está bajo control, y unas lunas más tarde nos dan las claves de las relaciones
sexuales de la rana común a la que, dicen, haber estudiado con perspectiva de
género. La ignorancia, como decía Charles Darwin, genera más confianza
que el conocimiento. Donde difería
Ramírez con Dunnin Krugger es que los tontos pueden ser redimidos. Para
mi pariente el que nace tonto con los años se perfecciona. Además, mi padrino
me dio una fórmula perfecta para alcanzar la felicidad cuidándome de los
tontos; seguirles siempre la corriente.
Ayer, sin tener que doblar mucho las hojas del calendario, me encontré a
uno. pero fui incapaz de seguir la receta de mi pariente
-
¡Sergio cuánto tiempo sin verte!
-
¡Y porque me has visto tú antes!
Sergio Calle
Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario