martes, 15 de diciembre de 2020

¡INCOMPETENTES!


 


Una cortina de lluvia me impide ver la patria salada desde mi balcón al Mediterráneo. Luego cae la noche y las gotas se deslizan por el pavimento. Permanezco inmóvil atento a los sonidos nocturnos cuando un relámpago ilumina el firmamento. Ahora, bajo la tormenta, una niebla azulada alcanza las casitas blancas que poco a poco son engullidas en una suavidad de perla turbia.  Las olas golpean contras las rocas en los acantilados del Cantal al tiempo que las playas del Rincón acogen con resignación sabia las embestidas de las ondas marinas.  A mi mente llegan susurros del pasado. Consejos pretéritos de aquellos que se fueron. Uno de esos murmullos es de Manuel Ramírez, mi padrino, que dividía el mundo entre tontos y muy tontos. Un hombre sabio a su manera que huía a su manera de los incompetentes.  Muchos años después los psicólogos Dunnin y Krugger le dieron la razón en sus teorías sobre los ineptos. Sorprendentemente mi padrino primero y luego estos dos caballeros llegaron a las mismas conclusiones: las personas menos competentes suelen contemplar al alza sus propias capacidades hasta el punto de que creen que saben más que auténticos expertos en una materia. Es decir que cuando un individuo no tiene ni repajolera idea de un tema su nivel de confianza es bajo. Sin embargo, cuando el inepto lee un texto sobre el asunto en cuestión su nivel de confianza crece de forma exponencial.  A esto se le llama Monte de la ignorancia. Curiosamente cuando un individuo diligente estudia un tema con profundidad, su nivel de confianza baja porque, indefectiblemente, el inteligente sabe que hay demasiadas cosas que se le escapan.  Esto último es conocido como el Valle de la desesperación. Y es que mientras más estudia, más inclinado está a pensar que el tema de estudio tiene demasiadas aristas. El mundo después de todo no es blanco o negro sino un arcoíris cromático que no entienden los que analizan todo en términos binarios.  Podríamos concluir diciendo que los imbéciles siempre inflan sus competencias.

Mi pariente, al igual que los investigadores citados, sabía que el éxito y la satisfacción personal dependen de muchos factores; conocimiento, sabiduría, capacidad para identificar objetivos y definir estrategias para conseguirlos. La propia incompetencia de los tontos es la que les impide darse cuenta de su manifiesta idiocia. Esto es lo que se conoce en psicología como la incompetencia inconsciente. El lerdo no es sólo que llegue a conclusiones erróneas, sino que su propia incompetencia le impide ser consciente de su nulidad. Para muestro un botón en la panoplia de contertulios que un día se declaran expertos en pandemias afirmando que todo está bajo control, y unas lunas más tarde nos dan las claves de las relaciones sexuales de la rana común a la que, dicen, haber estudiado con perspectiva de género. La ignorancia, como decía Charles Darwin, genera más confianza que el conocimiento.  Donde difería Ramírez con Dunnin Krugger es que los tontos pueden ser redimidos. Para mi pariente el que nace tonto con los años se perfecciona. Además, mi padrino me dio una fórmula perfecta para alcanzar la felicidad cuidándome de los tontos; seguirles siempre la corriente.  Ayer, sin tener que doblar mucho las hojas del calendario, me encontré a uno. pero fui incapaz de seguir la receta de mi pariente

-         ¡Sergio cuánto tiempo sin verte!

-         ¡Y porque me has visto tú antes!

Sergio Calle Llorens


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