No hay acuario sin peces. No hay barcos sin muelles. No hay
marineros sin historias de naufragios. No hay romance sin lágrimas saladas de
desamor. Y, por supuesto, no hay parlamento sureño sin su pléyade de monstruos
marinos. Elegir entre ellos es como optar entre morir por un abrazo de calamar
gigante o por el ataque de un tiburón blanco. Nos enseñan desde pequeños a
decantarnos por una opción pero, como las personas inteligentes saben, cada
síntesis tiene una antítesis. La que aquí les dejo escrita son pinceladas
de un pintor que habita en las brumas de la disidencia. Las semblanzas de
un liberal sin partido. El grito desgarrado de un escritor que defiende su
individualidad frente a la turba andaluza.
Teresa Rodríguez
tiene los ojos negros más bellos que entraran en Asamblea alguna. Luceros que
jamás se toparon con páginas sabias que la alejaran de la Cádiz más inculta. Un pez tigre al que hay que agradecerle la valentía de recoger
el testigo que dejó Esperanza Oña y
las ganas de luchar contra Susana Díaz;
la piraña. La de Triana se mueve con
movimientos balleneros, sin arte y de forma bruta. No se le conocen ni lecturas más allá de los
libros de esgrima que se escriben con la sangre de los enemigos. La maldad personificada.
Moreno habla
marcando siempre la letra t, vaya usted a saber por qué, y es tan blandengue y
tierno que cuando camina por el barrio de la
Malagueta se escucha, y se seguirá escuchando; blandito sea el señor. Juanma se asemeja mucho al típico
cuñado que viene a molestar un sábado por la tarde cuando estás viendo a tu
equipo perder de paliza y, encima, intenta ganarse tu afecto mostrando
confianza en una victoria que no arribará nunca. Y cuando habla no puedes dejar
de pensar: “¿Y este hibrido entre jibia y mero por qué va a todas partes
vestido con chaquetita azul?”
Juan Marín es uno
de los políticos más fraudulentos en la historia de la política española. Un gurrumino
que ha pasado por todas las formaciones en busca de dinero, poder e influencia.
Parece sacado de un episodio de los teleñecos llamado Ciudadanos sin vergüenza. Se asemeja a una rana y su verbo es gangoso
y torpe. Un adicto que, etimológicamente hablando, es un esclavo por deuda que
llevará a su formación a la más espantosa de las derrotas. Un anfibio
disfrazado que aprendió, amb quina rapidessa, el arte de saltar para ir a parar
al mismo sitio.
Con estos moluscos solo cabe el humor cínico que es el mejor
abrebotellas del entendimiento. Camuflar nuestro fracaso colectivo bajo
capas de sarcasmo. Sí, no ha
acuarios sin peces. No hay naves sin puertos. No hay marinos sin dramas de
hundimiento. Es la antítesis de una vida
que pasa en un mar turquesa que se vuelve aterciopelado a la espera del
crepúsculo definitivo. La hora para alejarnos de esas criaturas
critptozoológicas que tanto nos quitan el sueño.
¿Dónde está nuestro ballenero?
Sergio Calle Llorens
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