Podría repetir ese viejo dicho que afirma que escribir es un trabajo
sucio pero alguien tiene que hacerlo, aunque yo no lo veo de esa manera. Diría que es un trabajo sucio pero alguien
ha de saber cómo hacerlo. Yo, permítanme la falta de modestia, sé cómo. Esa habilidad me ha traído muchos problemas
sobre todo a la hora de exponer mi visión del mundo. No pido que nadie,
faltaría más, la comparta pero sí que se respete.
Un articulista debe
mover su pluma como un hierro candente. Tratando, y en todo momento, que el
contrario no se le acerque demasiado. Una actitud que debe aplicarse incluso a los
compañeros de armas. La idea es siempre tratar de penetrar en la defensa
enemiga sin dejar al descubierto parte vital alguna.
Para escribir bien se necesita destreza que, era el arte de
dominar la espada, frente a las sucias tretas de los contrincantes. Para relatar
correctamente se necesita frialdad en el análisis como cuando el espadachín observaba a su rival
para mandarlo a cenar con Jesucristo. Para exponer juicios fuertes hay que tener un
pulso firme y, a renglón seguido, dibujar una línea que nadie debe traspasar
jamás.
Mi protocolo expresivo se basa en no permitir que criatura alguna me
diga qué cosas puedo o no escribir. Una forma de decirle al mundo que jamás
renunciaré a mi libertad entendida, por supuesto, como el éxito vital de no
tener que levantarme cada mañana estrechándole la mano a gente a la que detesto.
Y yo, por si no lo saben, ahorita lo
aclaro; detesto a una inmensa mayoría.
Si la espada, como leí recientemente, te pone la historia en
la mano, y es hoy un instrumento de aprendizaje y de cultura, la pluma ha de
ser afilada para cortar conciencias ajenas ancladas en el inmovilismo aunque no
mate como un florete. Mi pluma, como mi espada, se han cruzado con otras en
duelos interesantísimos. De todo ello se desprende la historia de alguien que lo tuvo todo en contra pero sobrevivió para desgracia de
muchos.
Mi verbo es el
resultado de mi liberalismo, de la manera en la que entiendo la existencia.
Mi solución ha sido individual y se aleja de la turba. Mi respuesta ha sido el
combate cuerpo a cuerpo cuando hubiera sido más fácil plegarme a los deseos de
aquellos que querían alquilar mis servicios de escribidor.
Sé que mi batalla está perdida de antemano por la cobardía
de mis conciudadanos pero, aún siendo consciente de ello, no pienso poner la
otra mejilla jamás. Yo, sencillamente, moriré matando- metafóricamente hablando-
porque pertenezco a una estirpe de
soldado viejo que bajo la lluvia, o con un sol de justicia, avanza bajo las
antiguas banderas de San Andrés. Saldré a pelear siempre y si estoy tan
ocupado en la batalla que me olvido de Dios, espero que él no se olvide de mí.
Estaré siempre del
otro lado; de ese que defiende que todos los españoles seamos iguales ante la
ley. De ese que ama la diversidad lingüística de la nación moderna más antigua
del mundo. De ese que huye de la imposición de credos religiosos o políticos.
De esa izquierda resentida a la que Franco
se le murió en la cama. De esa
ultraderecha en forma de nueva partido que parece Carlista. De ese nacionalismo vasco y catalán cuyos preceptos parecen sacados del Mein
Kampf de Adolf Hitler. Sí, yo estaré en todo momento del otro lado y usted,
o alguno de los suyos, en frente apretando el gatillo al amanecer. Miré el
cuadro de Gisbert para ver como morimos los liberales en una playa malagueña. Entonces lo
entenderá todo o tal vez no entienda nada.
Sergio Calle Llorens
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