Nunca he
tenido miedo a enfrentarme a un folio en blanco sino al negro abismo que se
abre cuando termino el artículo. No es que tema a la vida sino que al final, de
tanto escribir, me quede sin ella. A veces ese pavor me viene por la convicción
de que no sé hacer otra cosa en la vida y, teniendo en mente mis pobres
resultados como narrador, la conclusión es certera; mi vida es un completo
fracaso. Trato de alejar ese pensamiento de mi vera pero, para mi desgracia,
Málaga está sumida en una bruma intensa que no me deja ver a dos palmos. Una sensación extraña que se acentúa al caminar junto a los acantilados. A lo lejos escucho las
sirenas de un barco, tal vez fantasmal, que a mis oídos suenan como un heraldo
de muerte. Tocan las campanas de la Ermita, invisible a mis ojos, llenando de
inquietud mi alma.
Deambulo por
el viejo barrio de pescadores cubierto de vapores azulados. Las olas vienen y van
de visita a la orilla ajena a mi paseo. Asisto atónito al espectáculo y, de no
haber tenido tanta necesidad de degustar un desayuno mediterráneo, me habría
quedado allí a contemplar el grandioso espectáculo de la mar envuelta en la
bruma. Entro en un bar en el que varios lugareños hablan de pesca y de la
próxima festividad de la Virgen del Carmen, Patrona de los marineros. Me gusta
escuchar a esos hombres rudos que huelen a sudor de trabajador honrado. Unas
conversaciones que se mezclan con el tintineo que hace el camarero al ir
recogiendo los vasos de las mesas. Entonces entra un conocido y me cuenta los
problemas con su ex mujer y, como me gusta animar al personal aunque yo me esté
muriendo por dentro, le digo que ella es tan golfa que hasta los helados se los
toma de rodillas El comentario hace
estallar de risas a mi contertulio y a los caballeros de la mesa de enfrente.
Luego damos un repaso a las novedades de la liga de Jábegas en las que los
chicos de la Cala del Moral cada vez lo hacen mejor. Hay cantera- me dice- lo
que me hace detectar un cierto orgullo local cantado en su tonalidad
vocal. Pago la cuenta y mis pasos me
llevan hacia el paseo. Sin embargo, no son unas zancadas largas como de
costumbre pues las brumas han terminado por conquistarme el alma.
Me siento en
unas rocas a degustar la marina pero ni así puedo salir de la turbación que me
produce tener un tumor y no poder ser operado. Desgraciadamente la Junta de
Andalucía cierra quirófanos y manda al personal de vacaciones. Por eso me
cuesta tanto entender al lugareño cuando habla de cambio social mientras
algunos, los menos, denunciamos el estercolero andaluz con sus continuos
recortes. Por eso me duele en el alma la
llamada de “los intelectuales” a la unidad de una cierta opción política
olvidando a aquellos que somos gobernados por los suyos. Entonces los muertos
no son muertos y los peces, como los que ahora han venido a picar de mi comida, se convierten en unos
pecios inertes en el fondo de las profundidades.
La bruma lo
ha envuelto todo de tal modo que me alarma, aunque sea tan solo un minuto,
perder de vista la orilla. Escucho el
silencio que sería el mismo si yo no estuviera en este mundo. Ese sigilo sonoro
que deviene un dolor intenso en el pecho al constatar que no he dejado nada
atrás – si exceptuamos los hijos- que merezca la pena ser recordado. Por eso, no habrá
lágrimas ni siquiera un funeral digno de llevar ese nombre. Simplemente la más terrible indiferencia. Apenas esa negritud que tanto me provoca espanto. No, no es el
blanco del papel sino los borrones que componen una hoja de servicios tan
lóbrega lo que me desasosiega. Me quedan tres nocturnos con bruma o sin ella.
Fin
Sergio Calle
Llorens
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