Recién vuelto de Irlanda pude ver una entrevista a un actor
de doblaje que afirmaba que Mr Bean era al que más le gustaba
interpretar. Decía que el actor inglés tenía una serie de matices que lo
convertían en interesantísimo. Aquella explicación me hizo pensar en lo cretino
que se puede volver cualquiera cuando le ponen una alcachofa delante de la
boca. A pesar del choteo general, el actor siguió demostrando que una cosa es
ponerle la voz a Paul Newman y otra, bien distinta, tener algo de cerebro. En
cualquier caso, soy incapaz de seguir una película que no sea en versión
original. Y defiendo, por supuesto, acabar con una industria que supone un
ataque al mismísimo arte.
Escuchar al australiano Mel Gibson imitando el acento
escocés para interpretar a William Wallace es un placer. Al igual que la Paltrow hablando español
con esa voz sexy cuya dicción es un aliciente más para decantarse por el
original. Es realmente sorprendente que un actor se pase varios meses, a veces
años, intentando dominar un acento, una forma de hablar para capturar el alma
de un personaje, para que luego alguien le doble con acento de Valladolid.
Tal vez mi intolerancia con los dobladores se explica por el
hecho de que soy capaz de hablar en varios idiomas y, me molesta que me roben
el placer de escuchar, además los gritos y las exclamaciones de los protagonistas
son realmente genuinos y dan sentido a la narración. Les pondré un ejemplo; en
la escena de Pretty woman en la que Richard Gere regala un estuche con una joya
a Julia Roberts y, la guapa norteamericana al intentar tomar el regalo en sus
manos, el apuesto amante le cierra el estuche lo que la hace gritar de
sorpresa. Vean la escena en el original y luego en la versión doblada al
español o al italiano. Les garantizo que cualquier parecido con el original es
pura coincidencia.
La manía española de quitarle la voz a los actores y
entrevistados para implantarles una postiza es de una estupidez mayúscula. No sólo
va contra el arte, sino contra el sentido común en un mundo multilingüe. Ya
podrían los padres que se gastan ingentes cantidades de dinero en academias y
en cursos de verano en el extranjero, obligar a sus vástagos a ver cine, y del
bueno, en versión original.
El término doblar, también conocido como sincronizar, nos
viene de aquel intento del régimen de
Franco de que las películas extranjeras no hubiera ningún comentario que
fuera en contra de los Gerifaltes de aquella época. Lo peor no es sólo esa
vieja suplantación, sino el hecho consumado de que todo tiene que estar en
español. Y como a los nacionalistas periféricos no les gusta ser menos, ahí
tienen a películas de John Huston dobladas al catalán o al gallego. Y como
ustedes comprenderán, escuchar a John Wayne con acento de Lugo no es
exactamente lo que yo tengo en mente cuando pienso en disfrutar de un rato de
buen cine. Por eso, si usted es de aquellos que se considera cinéfilo y, un
cuarto de hora después, se va a ver la película en lengua vernácula, no lo
dude; su señoría es un cretino integral.
Como ven, Mr Bean no es el único que tiene matices.
Sergio Calle Llorens
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