Soy un gran amante de las lenguas. En casa,
además del español, se pueden escuchar el danés y el inglés. Escuchar a mis
hijos discutir en varias lenguas me produce gran satisfacción. Creo que es una
ventaja criar a los niños en diferentes idiomas. Una manera de prepararles para
el mundo globalizado y competitivo en el que tendrán que lidiar. No hay nada
malo en ser bilingüe o trilingüe. Todo lo contrario. Yo mismo, a la hora del
crepúsculo acudo a buscar a un amigo para tener conversaciones en catalán y,
hay días en los que la parla de Shakespeare domina mi maldita. Otras jornadas
me sumerjo en la literatura italiana y llamo a los amigos transalpinos del
pretérito. Mi españolidad, por cierto, no se resiente aunque cada vez me sienta
más ciudadano del mundo.
Empero, el anuncio de RENFE de exigir hablar
todas las lenguas españolas en las líneas ha desatado cierta sorna en la
sociedad. Unos califican la medida de inaceptable. Suelen ser gentes de derecha
tramontana que no han aceptado nunca la realidad lingüística de España. Ojo,
digo lingüística y no nacional, porque en mi opinión, en Cataluña, por poner un
ejemplo, no hay dos culturas, sino una misma en dos idiomas distintos. Además,
la medida sólo se aplicaría en los tramos ferroviarios donde se habla otro
idioma cooficial. De tal manera que los
empleados de RENFE a su paso por Málaga, no tienen que hablar vasco como los
tarados de Twitter apuntaban. Dicho lo cual, me gustaría añadir que me parece
ciertamente sorprendente que se le pida a un trabajador dominar el vasco cuando
el mismísimo Ibarretxe fue incapaz de aprenderlo nunca. En mi opinión, bastaría
con la presencia de algunos trabajadores con el dominio de esa lengua
autonómica para salvar el asunto. Entre otras cosas, porque tenemos una lengua
común que, al margen de que hablen 500 millones de almas en todo el mundo, todos conocemos. Ya puestos, podrían mandarnos
los pinganillos que se ponen Griñán y los suyos en el senado para la traducción
simultánea.
Entre el radicalismo de derechas que aboga por
exterminar las lenguas autonómicas y, la ultraizquierda y su odio a todo lo
español, hay una tercera vía que apueste por el bilingüismo práctico y sin
complejos. Esa tercera vía se encuentra en Ciutadans con su líder, Albert
Rivera, a la cabeza. Esa formación defiende aquello que millones de españoles
realizamos en la práctica; hablar diferentes parlas de forma natural.
La tercera vía, en cambio, también debería
apostar para que el Presidente de un gobierno o una taifa autonómica hablaran
idiomas. Ya que se lo exigimos a los camareros de las líneas del AVE, no
estaría mal ser consecuentes y hacer lo propio con las habilidades lingüísticas
de sus señorías. Sería una bonita forma de desembarazarnos de personajes como
Susana Díáz y Manolito Chaves.
Sergio Calle Llorens
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