Regreso entre dos luces, con la humedad entre los
pinos. Los mochuelos vuelan en el cielo gris y bajo. Crepúsculo de masas de
nubes oscuras. Cae una lluvia fina y menuda que difumina las montañas en una
neblina azulada, ligeramente tocada de malva. Veo caer las burbujas de lluvia
sobre el bosque. Huele a humedad, a verde, a vida. Intento captar la melodía de
la foresta. Adivino el fin del invierno que aquí es una cosa serena, lineal que
estimula mi melancolía. El viento silba entre los árboles. La lluvia me
civiliza a pesar de todo. Sigo adentrándome en el bosque. Ni rastro de
presencia humana. Sonrío para mí; no hay moros en la costa.
Las lucecitas del pueblo se vislumbran en la distancia, con
los cristales humedecidos por el viento, la quietud y el silencio. Es
exactamente lo que buscaba. Paz, tranquilidad y ausencia de ruido humano. De
pronto, noto que la niebla va adquiriendo un tono blanquecino y fantasmagórico.
No siento miedo, al contrario. Incluso prefiero esos paisajes fríos con un
toque gótico en el que un bosque está más conseguido con unas tumbas
misteriosas. Camino por la senda de la foresta y apenas me detengo un momento
para captar con mi cámara la fisonomía de ese lugar mágico.
He caminado por bosques de toda Europa y, por supuesto, de todos
he intentado captar sus almas, su esencia, su misterio. En el condado de
Wicklow, en los profundos bosques gallegos o en los de la Sierra de las Nieves.
Siempre sólo. Si el mar es el mi primera mirada, el paisaje de mi juventud, la
torre desde donde he contemplado las estrellas, los bosques son el lugar adonde
me dirijo para que no me encuentren. Por un momento, temo toparme con una
procesión de la Santa Compaña.
Lo de temer es una exageración. Lo gótico y los encuentros sobrenaturales me
excitan, pero no porque sea un gran creyente de esos temas sino porque me
interesa evadirme de la realidad gris que me ataca de vez en cuando.
El bosque es mi alma, el mar es mi esencia y el aroma de mi
vida. Soy mediterráneo con unas gotas de melancolía atlántica. Sonido de
gaitas, sonatas de guitarras sureñas. Amante de la alegría inenarrable.
Sombra rumorosa de mi existencia. Recuerdos y deseos brumosos de mi alma. La música
sigue sonando pero sólo es una tonada secreta para iniciados. En este bosque, puedo
perderme en los arcanos de mi existencia. No es un bosque encantado, yo soy el encantado.
Sergio Calle Llorens
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