martes, 10 de abril de 2012

LA UNIÓN EUROPEA


Hace más de 350 años, Étienne de La Boétie, amigo de Montaigne, se preguntaba cómo diablos era posible que los seres humanos se resignaran a su propia incapacitación. “Son, pues, los propios pueblos que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar, ya que con sólo dejar de servir romperían sus cadenas. Es el pueblo el que rechaza la libertad y elige el yugo; el que consiente su mal, o, peor aún lo persigue”. El yugo que hemos abrazado en la actualidad, señoras y señores, tiene el nombre de Unión Europea. Otro monstruo que gobierna de puntillas, sin hacer ruido y cuyos miembros de la comisión nunca fueron elegidos por el pueblo soberano. Sin embargo, eso no parece ser relevante para que nos machaquen con disposiciones absurdas ; desde el tamaño de los preservativos hasta la forma de los inodoros europeos. Y ya les digo, sin que a sus señorías los haya elegido el pueblo. Se calcula que más del 80% de las leyes son dictadas no por el Parlamento sino por las autoridades de Bruselas. La colección de disposiciones ya alcanza los 1.400.000 documentos. Además, cada año los burócratas sacan nuevos reglamentos con las que joder a sus conciudadanos, lo que se salda anualmente con 600.000 millones de euros de gasto. Una cifra equivalente al Producto Interior Bruto de los Países Bajos, donde todos son altos.


Sin embargo, a todo el mundo le sorprende que un monstruo semejante haya nacido en el continente donde nació la democracia. Pero la sorpresa es aún mayor cuando los británicos o los suizos, inventores de la democracia europea, no quieran decir adiós a esa forma de régimen. Argumentan que estas naciones son muy nacionalistas y antieuropeas. Un argumento que recuerda la retórica del Senador Joseph McCarhty y del Politburó del monstruo comunista. In the land of the free, se hablaba de “Un- American Activities” y en la extinta Unión Patética de maniobras antisoviéticas.


Como liberal hasta la medula debería de estar preocupado por el funcionamiento de la unión europea, y más concretamente de su comisión. Por qué quien le ha otorgado el derecho a esos tuercebotas para homogenizar todo en el viejo continente y llevarnos a una dictadura encubierta, sin violencia eso sí, en la que dicen preocuparse por nuestra salud, nuestra moral, nuestros modales. Es más, el Parlamento Europeo que sí votamos no puede decidir ni siquiera el presupuesto sino en concordancia con el Consejo. Un solo representante de éste tiene capacidad para bloquear las resoluciones presupuestarias de aquél. De tal manera que la clásica regla de “No taxation without representation” deja de tener vigor. Por no mencionar que son las grandes corporaciones las que con sus lobbys van dictando a la Comisión todo lo que debe legislar.


Sin embargo, nada de lo expuesto hasta aquí me tiene realmente excitado pues todos los intentos de uniformar Europa han tenido éxito pues sus defensores, y las contradicciones internas de la causa fueron las claves de su fracaso. La Unión Europea deberá dejar de alimentar al monstruo que ha creado si no quiere sucumbir en sus fauces. Eso sí, me quita el sueño, y mucho, el reglamento de los plátanos y los profilácticos. El primero porque en Europa no se aplica la máxima de un hombre un plátanos, porque se lo quedan todos los banqueros, y el segundo porque quiere establecer como obligatoria la longitud, hasta ahora recomendada, de 16 centímetros. Y claro, a algunos nos dejan en fuera de juego erótico. Ya me entienden.



Sergio Calle Llorens

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