martes, 16 de agosto de 2011

UNA DE MUJERES


Apuro una cerveza bien fría frente a un mar turquesa típicamente mediterráneo. El sonido de las olas rompiendo en la arena se mezcla con un viejo blues que minutos antes he pedido al barman. Es un momento sublime, muy malagueño. En el cielo habita un contraste entre el atardecer bermejo de una costa y las estrellas que comienzan a engalanarse en la bóveda celestial. La brisa marina proyecta el viejo aroma a salitre que se mezcla con el embriagador perfume del jazmín de la biznaga. Estoy sólo y sin embargo, me siento bien acompañado por mis recuerdos. Cierro los ojos y aspiro hondo. Al abrirlos, compruebo como la torre vigía ha sido iluminada allá en su atalaya. Entonces, una voz histriónica rompe el hechizo. Se trata de una chica morena, guapa, de profundos ojos verdes. La acompaña su novio. Fiel sufridor. Les echo, a ojo de buen cubero, unas 18 primaveras. A gritos, la chica le pega una bronca a su amor sin importarle mi presencia y la del camarero. Piden unas birras frías justo en el momento que Elvis canta aquello de “little sister”. Ella ajena al rey, porque es la reina o eso piensa, acusa a su novio de no entenderla, de no respetarla. Si no cambia su actitud, su relación no tiene futuro, amenaza cuan gata sobre el tejado de zinc. Parece que ella tiene las uñas afiladas y no le importa arañar. El chico, un pelirrojo con cara de buena persona, asiente a todo y trata de calmar a la fiera. Ni de coña, ella sigue haciendo aspavientos y subiendo el tono. Está cómoda y controla la situación. La escena hace que de algún rincón de mi memoria emerja el recuerdo de mi primer amor. Aquella mujer que me hizo sufrir haciendo de femme fatale, de amiga, de compañera, de chica despechada pero que guardó para el final el papel que mejor le iba, el de zorrilla. Para entonces, yo ya tenía el corazón roto y pocas ganas de acercarme a aquellas criaturas de dos rajas. Sucedió en un otoño pero bien podría haberme ocurrido en un verano como al pelirrojo. Por un momento, ardo en deseos de aprovechar el momento en el que la chica gritona va al baño, para acercarme y contarle todo lo que sé de ellas. Sin embargo, algo me retiene. Al fin y al cabo lo poco que sé de esas criaturas podría reducirse a los 140 caracteres del Twitter. Aunque tal vez tendría que haberme acercado a la mesa y decirle; mira no hay amor sin espinas, y si realmente estás tan enamorado de ella, empieza a dar un puñetazo en la mesa. Ellas nunca ven lo que haces por ellas, sino lo que no haces. Lo que la morena, es decir tu novia, trata de decirte es que se aburre contigo. Que necesita alguien con el que discutir, con el que pelear. Un tipo con el que se sienta segura. Ellas son como leonas en la selva, si corres, aunque no tengan hambre, saldrán a cazarte. Quieren un líder, un ganador. Olvida todas esas soplopolleces de que les encantan los hombres sensibles. Despierta colega, los tontos que regalan peluches a sus novias nunca se llevan el premio gordo. Invítala a cenar y por supuesto eliges tú el restaurante, su menú y muéstrale que eres un tío que piensa por los dos. Claro, podría haberle dicho todas las cosas que sé de ellas pero no hubieran servido de nada. Después de todo nadie escarmienta en cabeza ajena. Pienso en ello, cuando la fiera vuelve a su mesa. Esta vez no dice nada. Él le susurra algo al oído y ella se zafa de muy mala manera. El chico está confuso y se mueve nervioso en su silla. Por un momento temo que se eche a llorar. Un llanto que hubiese significado su sentencia, aunque la suerte está echada. Cruela suelta la bomba final; “creo que deberíamos dejarlo, esta relación no tiene futuro. Tú y yo, en fin”. Y en diciendo esto, lo abandonó allí. La escena me provocó un vuelco al corazón y empecé a sentir pena por el joven. Sobre todo cuando se dio cuenta de que no le alcanzaba ni para pagar las rubias ingeridas. “Las cervezas corren de mi cuenta”, le dije. El chico agradeció el gesto tímidamente y fue en busca de su amada. Podía sentir su desesperación y su zozobra. En ese momento, supe que aquel proyecto de hombre estaba recibiendo la lección más dura en esto del amor. El no lo sabía pero gracias a mujeres como aquella, los hombres aprendemos que un hombre no está terminado hasta que no lo acaba una mujer. Una lección imprescindible aunque dolorosa. Pero llegará un día en el que su mujer, novia o lo que sea, le llame por teléfono para preguntarle si ya ha bebido suficientes cervezas hoy, y él responda, ni muchas, ni pocas, solamente las precisas, las que necesitaba y punto. Pensaba en ello cuando el mar volvió a rugir contra el rompeolas. “Por los corazones rotos”, gritó el camarero. Sea, respondí con un guiño y levantando mi copa.


Sergio Calle Llorens

5 comentarios:

  1. Todavía no le ha acabado ninguna mujer....según parece.

    Por cierto, me gusta su blog.

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  2. Eso que no me ha acabado ninguna mujer es muy discutible. Saludos

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  3. Quería decir que eso de que no me ha acabado ninguna mujer es muy discutible. Me bailó la de. Saludos

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  4. Si la nena gritona, esta tan sumamente fuerte como la de la ilustración. No me importaría que me gritara cuanto quisiera.

    Bueno, mejor en privado, en el lugar mas privado de mi dormitorio.
    Enteremos no, estamos dominado por las hembras y así sera siempre.

    http://camaraymicrofonos.blogspot.com/

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  5. Creo que en la vida tan sólo hay dos cosas ciertas: La muerte y la dominación de las hembras al varón. Lo ha dicho Don Pedro y yo me remito a él. Saludos

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