miércoles, 3 de agosto de 2011

BLAS INFANTE


Empiezo a sospechar que muchos andaluces viven en un mundo paralelo diferente al nuestro. Un lugar donde el paro, la miseria y la estulticia parecen un paraíso terrenal. Tal vez este pueblo esté condenado a no desvelar el velo de Isis que le impide ver las miserias de la autonomía más inútil del mundo. Al fin y al cabo, ser los últimos de la clase parece ser la posición cómoda y normal para ellos cuan si fueran un feto que no quiere abandonar el vientre materno. Deben sentir que se está muy calentito allí, chupando del cordón umbilical que suponen las subvenciones. Lo digo porque no se entiende que en Cádiz con la tasa de desempleo más alta de España, sean los morenitos los que vendan cosas por la calle y los gaditanos se dediquen a hablar del carnaval a todas horas. Como tampoco es comprensible que en Málaga, con todo el daño que ha hecho la Junta, a nadie le haya dado ya por asaltar la sede de la Delegación del gobierno andaluz, o esa Almería, acostumbrada a que le nieguen hasta el aire para respirar siga calladita.



Andalucía, en definitiva, podría haberse fijado en regiones europeas donde la eficiencia y la eficacia suponen el denominador común de sus acciones. Todo para convertir esto en un lugar en el que la seriedad y el gusto por el trabajo bien hecho fueran la divisa del ciudadano. Una región en la que las decisiones no se demoren nunca a la inseguridad del mañana. Sí, podríamos haber hecho de esta basura la California del sur de Europa, pero fue más fácil apostar por la secta de los vagos y maleantes. Fíjense si es cierto lo que digo, que en las tierras del sur han nacido grandes científicos, literatos, pintores, filósofos. Pues no, la persona en la que posaron sus ojos no fue ni Velázquez, ni Picasso, ni Victoria Kent, ni Falla. Nada de eso, aquí el personaje en el que fueron a fijarse fue Blas Infante. Un hombre a una mentira pegado. A día de hoy, todas las ciudades andaluzas tienen alguna avenida, calle, polideportivo o paseo con su nombre. Recuerden que el señor Infante llegó a afirmar que Andalucía debía unirse políticamente a Marruecos y que la región era un continente perdido entre Europa y África. La verdad es que el perdido era él, y tan extraviado estaba que en vida no le conocía ni su padre. Sin embargo, tanto la derecha como la izquierda han hecho suya la figura del malagueño que se convirtió al Islam en la tumba del último rey de Sevilla. A los de la diestra porque la momia de Infante se ha convertido en inofensiva, y a los de la siniestra porque siempre es positivo echar a la cara algún que otro muerto. Sin embargo, que a uno le maten no significa necesariamente que el asesinado tenga razón en sus ideales, sólo se la quita a los asesinos.



La doctrina de Infante se basa en mentiras como la elevación de la cultura islámica por encima del sustrato anterior (tartésico, romano, visigodo, cristiano) y también del componente posterior que supuso la reconquista castellana y la repoblación con gentes arribadas de diferentes puntos de la península- especialmente leoneses y castellanos-. También resulta fallida su lucha por los derechos humanos y políticos de los andaluces, abrazando a culturas norteafricanas donde tales derechos siguen sin estar reconocidos. El problema de Infante es que no era historiador, y cayó en la tentación de caer en el reino de la fantasía y nunca en los hechos probados. Su método científico, por decirlo de una manera suave, no estaba basado en la imparcialidad que se le presupone a un buen antropólogo. Si Infante hubiese leído al gran Claudio Sánchez Albornoz, hubiera sabido que Andalucía antes de la invasión musulmana tenía más de mil años de magnifica historia cultural prerromana, romana y visigoda. No es extraño, por tanto, que la Junta de Andalucía reivindique la figura de Blas Infante, pues era la persona que apostaba por una sociedad musulmana que estaba condenada a la esterilidad. Países dominados por los seguidores de Mahoma que viven una larga noche sin estrellas. Queda claro por tanto que Andalucía ha tomado el peor de los faros para que le ilumine el camino. Los hombres de luz de los que habla el himno andaluz, que también escribió Infante, deben ser apagados definitivamente, pues su luz tenue y lúgubre pertenece a un pasado donde reinan las sombras más tenebrosas.


Sergio Calle Llorens

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