Anoche me dormí
cuando la luna se alzaba sobre la Bahía Malagueña. Lo vi todo desde mi balcón por el que transitaba
una brisa marinera convertida en un susurro: el peligro ya ha pasado.
Podría afirmar, pero me equivocaría otra vez, que yo no he sido rehén de un
pasado moribundo. Porque en el pretérito hubo mujeres con las que compartí hirientes momentos.
Criaturas de la noche que se presentan de madrugada a los pies de mi cama como espectros aterradores. Una oscura niebla que
se resiste a marchar. Sujetos con los que tengo pesadillas y que son
incansables en sus intentos de transformarme en algo que nunca fui.
Anoche caminaba
en un sueño por las calles empedradas del viejo barrio de pescadores. Ella iba a mi lado recordándome que,
según su peculiar escala de valores, está jerárquicamente por encima de mí,
pero ambos sabemos que no es superior a mí. Hay una diferencia. A una
persona no se la debe juzgar por su posición social sino por sus acciones, y en
esas yo le gano por goleada. Más tarde apareció otra fémina tras un edificio embrujado
de silencio. Iba vestida con una capa roja que tapaba algo su blanca
desnudez. Creo que trataba de decirme
algo en una lengua tan antigua que se me hizo imposible entenderla. Mejor para todos. Ella en su siglo y yo en
el mío.
Cuando
desperté en la alborada los jardines olían a tierra mojada por la tormenta que sorprendió a la comarca la noche anterior. En el cielo el espíritu del Pintor Mariscal
había cincelado amenazantes nubes negras que se fundían con el intenso azul del
mar. Para rematar el cuadro, las aguas se habían vestido de turquesa a poniente de la Torre Vigía. La
belleza dejó atrás al terror de la noche.
Ahora puedo gritar sin miedo que las
humillaciones sufridas explican mis silencios, pero el fuego arde dentro de mí desde
hace muchas lunas. A veces la fogata se
convierte en una llamarada descontrolada porque el Mediterráneo siempre
devuelve los recuerdos que sepultamos en él. Pero hoy soy un tipo mucho más
fuerte y he aprendido a desviar las naves fantasmas a puertos lejanos.
Voy concluyendo; es evidente
que todo lo que hago, escribo o digo tiene ya sabor a despedida. Por eso hoy
pongo el contador a cero y comienzo a vivir el primer día del resto
de mi vida. Soy feliz porque me he convertido en hombre libre y esa será mi condición hasta el último aliento. Apenas me queda añadir que en
las últimas luces del crepúsculo se encenderá el rastro de las gotas bermejas que ellas me hicieron sangrar en vida. Prueba irrefutable de sus crímenes.
Sergio Calle Llorens