lunes, 11 de noviembre de 2013

GEORGIA

La conocí en invierno con el tañido de las campanas sumergidas en la niebla dándole un toque paranormal a la escena. Salió de la nada y lo embargó todo con sus formas lánguidas y delicadas. En ella, quise ver a una alma gemela, la puerta de Grecia, entre el mundo mediterráneo y la estrechez centroeuropea. Georgia era una rueda que giraba entre los vientos de su rosa y la brisa levantisca de su pasado. Un remanso de paz al que acudir cuando la cosa iba mal, y, que estallaba ante cualquier cosa que la contrariara. Tal vez nos conocimos demasiado tarde o, vaya usted a saber, demasiado pronto.

Ella era la Diosa del vino y yo un humilde degustador de caldos que rompió su primera regla con el sexo femenino, contar la verdad por muy fantasiosa que ésta fuera. Las mujeres, aunque cueste creerlo, nunca ven lo que haces por ellas sino lo que no haces. Y eso fue lo que nunca hice mentirle aunque dejé que creyera que las verdades eran embustes. No tuve valor de hacerle ver su error.

Nuestra relación flotaba entre una ola de mar de la dispersión, y  la nada eterna sin calidad. Juntos escuchamos la canción triste de la patria salada. De querencias de Rock and Roll, se bebía una copa de vino por cada gota de lluvia amarga que caía en su pelo. Amábamos las mismas cosas; amistades de la bahía malagueña, bergantines y jábegas y los discursos lacerados. Fuimos dos considerables desilusiones porque éramos, al margen de la necesidad física, dos seres idénticos que nunca se necesitaron.

La noche en la que nos dijimos hasta luego era muy clara y el cielo era una gasa cubierta por la melancolía, con un resplandor crepuscular y maravilloso. Sin embargo, yo sabía que aquello era un adiós definitivo. Pasaron las hojas del calendario y la vida volvió a situarnos en el mismo espacio pero los dos nos evitamos sin esfuerzo. Creo que detecté odio en sus ojos aunque tal vez fuera mi imaginación traicionada por dos vinos.  Reflexionaba cuando en la mar un rayo de luna perdido se tumbaba sobre la cama deshecha del mar somnoliento y estremecido de fiebre. Tuve una sensación de dolor físico por los momentos que nunca viviremos juntos. Intenté descifrar el lenguaje de las olas que besaban la orilla, pero fue inútil. A lo sumo, supe que ambos nos emocionaríamos ante el espectáculo melancólico de un cielo de color mermelada anaranjado, saturado de vapores azulados. Una visión suficiente para recordar aquella noche en La Odisea donde comenzó todo. Un nombre que describe muy bien los pocos meses en los que fuimos amigos. Hoy, a pesar de todo, deseo que haya escapado del crepúsculo acuoso y moribundo que rodeaba su personaje salido de un cuento al vino.

Sergio Calle Llorens





2 comentarios:

  1. Hubiera dado cualquier cosa para que un hombre me hubiese escrito algo como lo que tú le has escrito a Georgia. Tus textos rezuman poesía y belleza infinita. No dejes de escribir nunca.

    LAURA

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  2. Alma de poeta, medio guerrero y aventurero entero. Hombre enigmático que ama más de lo que su corazón puede aguantar. Rebelde e inconformista ten por seguro que ella lamenta ya haberte perdido.

    Tu judía favorita.

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