domingo, 27 de abril de 2025

¡FREDDY KRÜDIGGER!

 



Cada vez que el Real Madrid pierde, nadie puede negarlo, la justicia, los valores occidentales y la humanidad ganan por goleada. Ayer también hubo goles que se clavaron en el corazón de los blancos tras caer derrotados en otra final con el Barcelona.  La previa ya venía cargada de tensión. El resultado es que Real Madrid TV apunta y Rüdiger dispara a la cabeza del colegiado. Al jugador alemán, que parece que lleva dentro a un peligroso psicópata, ya no le basta con hacer el gesto de cortar el cuello a la afición contraria cuan yihadista cualquiera, y le tiró un objeto al árbitro que le birló dos penaltis en la final a los azulgranas.  El personal se pregunta qué hubiera pasado si no llegan a sujetarlo sus compañeros. A otro que tuvieron que agarrar fue a Jude Bellingham. El inglés, que sigue sin hablar ni una palabra en español, se comunica con un fuck off por aquí y un fuck off por allá, normalmente sin consecuencias negativas sancionadoras.

 Todo esto ocurre porque hemos normalizado las evidentes ventajas del club blanco sobre los demás. Ya nadie cuestiona que todos, absolutamente todos, desde el presidente de la liga, de la Federación española de fútbol, el jefe de la ACB, hasta la mujer que hace las designaciones arbitrales del balompié femenino, sean seguidores del Real Madrid. Y aquí no pasa nada porque los medios de comunicación, madridistas, en su gran mayoría, ríen las gracietas de Freddy Krüdiger y sus compinches. Todos sabemos por experiencia qué si el tudesco jugase en otro equipo, las sanciones por conducta antideportiva serían ejemplares. También conocemos la razón por la que las camisas de fuerza son blancas.

A resultas de todo esto, Freddy Krüdiger no debería ser sancionado con doce partidos sin jugar como pide la inmensa mayoría que sufre los atracos indiscriminados del Real Trampas. Lo justo y razonable sería encerrarlo en un lugar acorde a sus serios problemas mentales. ¿Qué les parece a ustedes el manicomio Arkham? Con lo bien que estaría allí en compañía de Tomás Roncero.  Este podría ser un final bello de película. Y hablando de cine, la escena en la que Krüdiger es agarrado por sus compañeros me ha recordado a la de Al Capone siendo sujetado por agentes de la ley en Los Intocables de Eliot Ness.  Una puta maravilla. 

Sergio Calle Llorens


jueves, 24 de abril de 2025

¡PAGAR Y CALLAR!

 



En la vida todo tiene solución menos la muerte y el Psoe de Pedro Sánchez. Sin embargo, esta afirmación no será nunca compartida por los miembros de la secta del capullo ni leída por ciegos del viejo Reino de España. Para esta gente sus pensiones son y serán pagadas por los inmigrantes y  a nadie le importa que nosotros, sufridores autónomos, metamos 5000 0 6000 euros en la caja de la seguridad social cada trimestre, porque simplemente no contamos en su imaginario como contribuyentes. Ni pagando nos consideran sus iguales.

 Somos, por decirlo de una manera fría, la nada más absoluta. Miembros de un grupo que sólo existe en el mismo plano que las ganas de integrarse del colectivo “angélico” que viene de fuera. Pagar y callar; esa es nuestra marca. El destino de millones de españoles que pintamos lo mismo que Antonio Maestre en un congreso de mentes brillantes. Ya sólo falta que el desgobierno actual saque un nuevo Decreto Ley para que nos entierren con el culo al aire para que ustedes, progresistas del carajo, puedan aparcar sus sostenibles bicicletas.

 Desde tiempo inmemorial, mucho antes de que el líder socialista escribiera su famosa carta mostrándose como un hombre profundamente enamorado de su cuchicuchi, incluso mucho antes de que Sánchez provocase el Big Bang- esta última afirmación está sacada del CIS de Tezanos- se decía que el que paga manda, menos cuando eres autónomo porque entonces, como algunos experimentamos en carne propio, nuestro silencio debe ser sepulcral, no vaya a ser que despertemos a los menas de la siesta que se pegan en los centros de acogida.

 Del dar cera pulir cera del señor Miyagi, hemos pasado a la frase favorita de este gobierno; vamos a pulirnos a los pringados de los autónomos para que no lleguen a viejos. Y ahí están las tasas, las inspecciones, las cuotas y los nervios de cada año. En definitiva, somos unos cadáveres que por alguna razón seguimos en pie. Muertos vivientes que sólo quedan bien en el papel de machistas recalcitrantes de las infumables películas de la actualidad.

Buenos días señor, ahí tiene usted la ventanilla por atreverse a montar una empresa. Buenas tardes, enemigo del progreso, y una bella señorita te indica cuántas tasas debes pagar por no ser el hermano del presidente. Buenas noches le espetas a una muchacha que come espetos bajo la luna, y al día siguiente te llega una denuncia del juzgado. Pagar y callar mientras damos cera y pulimos cera sin vacaciones, sin paro, sin contraprestaciones y sin esperanza.

¡Qué poco nos quieren!

Sergio Calle Llorens


miércoles, 23 de abril de 2025

¡LA GASTRONOMÍA MALAGUEÑA!

 




En un rincón del sur de España donde el sol parece tener sabor a aceite de oliva y el mar huele a hinojo y brisa fresca, Málaga se ha consagrado —con justicia— como el corazón gastronómico del sur. No es exageración ni orgullo de tierra: es estadística, es estrella… y es cuchara. Con más restaurantes con estrella Michelin que cualquier otra provincia de su entorno, Málaga no solo presume, deslumbra.

Aquí, entre chiringuitos humildes y templos de alta cocina, se cuece una revolución discreta pero sabrosa. No hay alardes innecesarios. Hay producto. Hay técnica. Y sobre todo, hay memoria.

De todos los platos que definen la identidad culinaria malagueña, hay uno que brilla sin pretensiones: el gazpachuelo. Sopa marinera de raíces populares, hecha con agua, mayonesa, pescado y patatas. Una receta que parece simple hasta que te abraza el alma en una cuchara caliente. Cada familia tiene su versión. Con arroz o sin él. Con clara montada o sin. Pero siempre con la misma verdad: que lo humilde, bien hecho, puede rozar la excelencia.

Hoy, el gazpachuelo ha entrado por la puerta grande en cocinas de vanguardia, reinterpretado por chefs que saben mirar atrás sin dejar de caminar hacia adelante. Dani Carnero, José Carlos García, Diego Gallegos, entre otros nombres estelares, han llevado a la cocina malagueña al mapa del mundo… sin perder ni una pizca de su sal de casa.

¿Alta cocina o cocina alta? En Málaga da igual. Aquí se puede comer un espetito de sardinas frente al mar, que rivaliza con la mejor experiencia en un menú degustación de 12 pases. Porque lo importante, lo que une, es el sabor auténtico y la nobleza del producto.

Desde la caballa de la bahía, el ajobacalao de Vélez, los tropicales de la Axarquía, hasta el aceite virgen de Antequera o los quesos de cabra malagueña, todo el territorio se siente en el paladar. Y por supuesto, el vino. ¡Ay, el vino! Málaga presume de dulces históricos y secos valientes. No por nada fue musa de reyes y de poetas. Como dijo Salvador Rueda:

“El vino de Málaga parece tener luz de aurora y pena de luna.”

Málaga ha sido, desde los fenicios, un puerto que da la bienvenida. Y esa apertura se saborea. En sus restaurantes se mezclan la tradición andaluza con influencias del Magreb, de Asia, de Hispanoamérica. El cosmopolitismo malagueño no es impostado: está en el ADN de nuestra gente, que conversa con cualquiera y cocina con todos.

No es casualidad que aquí florezcan cocinas creativas, con mestizajes inteligentes. Málaga no copia: interpreta. No imita: crea con un pincel de plata. Y ese espíritu, inquieto y libre, es el que convierte a la provincia en una constelación culinaria única.

En definitiva, Málaga no solo lidera el sur de España en número de estrellas Michelin. Lidera en sabor, en alma, en hospitalidad. Su gastronomía es un relato hecho de recuerdos y vanguardia, de mar y sierra, de cuchara y pinza. Es una cocina que no necesita presentación porque se presenta sola, en cada plato, con el orgullo del que sabe de dónde viene y el talento del que ya sabe adónde va. Porque Málaga no come para vivir… vive para saborear.

Así que si alguna vez te preguntas a qué sabe el sur, la respuesta está clara: sabe a Málaga.

Sergio Calle Llorens


martes, 22 de abril de 2025

¡EL ROBO DEL DIAMANTE!

 


“El ladrón no roba por necesidad, sino por belleza. Y el policía no atrapa por justicia, sino por amor al orden.” — Apócrifo, pero ojalá fuese mío.

Cierta vez dijo Balzac que detrás de cada gran fortuna hay un crimen. Pero también, si uno mira con ojo de poeta, detrás de cada gran crimen hay algo parecido al arte. El robo del diamante, la docuserie de Netflix que revienta las vitrinas de lo habitual, brilla más por la historia que por la joya misma. No es solo una narración del delito, sino un vals entre el caos y el cálculo, entre la pasión y la persecución.

En el año 2000, un grupo de ladrones británicos quiso hacer lo impensable: robar el diamante más vigilado del Reino Unido —el Millennium Star, 203 quilates de tentación— en pleno corazón del milenio. Un golpe de película, con todo: lanchas rápidas, maquinaria de construcción, y un plan milimétrico, diseñado no solo para el robo... sino para la leyenda.

“Un buen ladrón no busca dinero. Busca historia.” — me dijo una vez un actor que hacía de bandido, con ojos de niño travieso.

Pero si los ladrones son artistas del atrevimiento, los policías son artesanos de la paciencia. Y esta historia —ah, qué historia— es también un homenaje a ellos. A la Flying Squad, esa brigada que escucha y espera, que cambia los diamantes por réplicas, que ve el espectáculo montarse para luego, en el último acto, romper el telón y salir a escena.

Hay algo romántico en ambos bandos. Porque robar un diamante no es solo cuestión de avaricia. Es, a veces, como besar a alguien prohibido: un riesgo, una pulsión, una forma de saberse vivo. Y atraparlo, detener esa danza perfecta en el momento justo, es como declarar un amor imposible a gritos, con esposas en las manos.

El mundo se divide en dos tipos de hombres: los que sueñan con robar el mundo, y los que sueñan con que no se les escape.” — Una frase que nadie ha dicho, pero que todos hemos sentido.

El robo del diamante es una crónica policial que huele a novela negra, suena a jazz, y se ve como un truco de magia revelado en cámara lenta. Con ritmo cinematográfico y estética afilada, la serie no toma partido: en su narrativa, tanto el ladrón como el inspector son protagonistas de una misma pasión —la del juego, el ingenio, y la eterna persecución entre el deseo y el deber.

Así que cuando termines de verla, no te preguntes quién ganó. Pregúntate, más bien: ¿cuál habría sido yo? ¿El que soñó el golpe o el que lo desbarató?

Porque, al fin y al cabo, todos llevamos un poco de diamante en el pecho… y un poco de detective en el alma.

Sergio Calle Llorens

martes, 15 de abril de 2025

¡RUFIÁN!

 




Pocas veces un apellido ha sido tan contradictorio con su dueño. Gabriel Rufián, que en cualquier otra circunstancia podría haber sido un personaje secundario en una novela picaresca, se ha convertido en uno de los actores más estridentes de la política española. Andaluz de cuna, pero independentista catalán de conversión, es la prueba viviente de que el fanatismo de los neófitos no tiene límites. Rufián es al nacionalismo catalán lo que un vegano recién convertido al brócoli: más papista que el papa, más catalán que el pan con tomate y más convencido de la independencia que un abertzale con GPS trucado.

Porque, ¿qué hay más pintoresco que un tipo de Santa Coloma de Gramenet, hijo de jornaleros andaluces, lanzando proclamas contra España con una pasión que haría sonrojar al mismísimo Rafael Casanova? La Cataluña del seny ha dado paso a la Cataluña del mem, y Rufián es el influencer de la bilis, el tuitero con escaño, el azote de la lógica y el campeón de la verborrea con sobrecarga de testosterona. Su Twitter es un manual de instrucciones para detectar fascistas, porque, según él, están por todas partes: en el Gobierno, en la oposición, en los periódicos, en las panaderías, en las ferreterías y, probablemente, en la sección de congelados del Mercadona.

Pero, ¿qué motiva esta pasión independentista en alguien que, si la Generalitat tuviera éxito en su empeño, probablemente sería enviado de vuelta a Andalucía en un tren nocturno? La respuesta es sencilla: la ideología del converso. Rufián sufre el síndrome del neocatalán devoto, ese fenómeno sociopolítico que convierte a algunos hijos de inmigrantes en radicales de la causa. Es el fenómeno del “más independentista que nadie”, del “yo no soy charnego, yo soy catalán de verdad”. Si el procés fuera una religión, Rufián sería su Torquemada, quemando en la plaza pública a cualquiera que ose decir que Cataluña nunca ha sido independiente, sino parte de la Corona de Aragón y de España.

Y ahí está el chiste: Cataluña, ese ente mítico que algunos venden como un país ancestralmente soberano, nunca ha existido como tal. Fue parte de la Corona de Aragón, que se unió con Castilla, y desde entonces ha sido pieza fundamental de España. Pero a Rufián y sus amigos eso les da igual. Porque en su realidad alternativa, Cataluña ha sido una nación próspera, prístina y pacífica, hasta que llegaron los malvados españoles con sus tricornios y sus ganas de romper urnas de cartón. La historia se retuerce, se estira y se aplasta hasta encajar en su narrativa.

Lo más divertido de todo es que Rufián, el paladín de la igualdad y la diversidad, milita en un movimiento que lleva décadas escupiendo frases racistas contra los andaluces y demás castellanos. Porque, amigos, la historia del nacionalismo catalán está llena de perlas como la de Jordi Pujol, que describía a los andaluces como “hombres poco hechos, que viven en la ignorancia y la miseria”. O la de Heribert Barrera, que afirmaba sin despeinarse que “el coeficiente intelectual de los negros de EE.UU. es inferior al de los blancos”. O la del mismísimo Quim Torra, que calificaba a los españoles de “bestias con forma humana”. Y ahí está Rufián, el gran azote del fascismo, abrazado a una ideología con un historial de supremacismo que haría palidecer a un aristócrata del siglo XVIII.

Pero el gran mérito de Rufián no es solo su capacidad para negar la historia con más aplomo que un terraplanista, sino su maestría en el arte de la chulería. Con su estilo de bar de carretera, sus frases de matón de instituto y su pose de rebelde sin causa, se ha convertido en un fenómeno mediático. Es el político perfecto para la era de Twitter: ruido sin sustancia, indignación sin profundidad, titulares sin contenido. Y lo mejor de todo es que él mismo parece creer su personaje.

La historia es cíclica, dicen. Y quizás dentro de unos años, cuando el procés sea un recuerdo lejano y Rufián una nota al pie de página, alguien escriba una tragicomedia sobre este hombre que quiso ser héroe de una causa que nunca fue suya. Un Quijote moderno que, en lugar de luchar contra molinos de viento, peleó contra su propio reflejo en el espejo de la historia.

Y el epílogo, inevitablemente, lo dictará el tiempo. Porque, al final, la independencia de Cataluña tiene algo en común con la dignidad política de Gabriel Rufián: ambas son una ilusión que se disuelve con la luz del día.

Sergio Calle Llorens

martes, 8 de abril de 2025

¡EL SEÑOR MINISTRO!

 



En el vasto escenario de la política española, emerge una figura que bien podría haber sido extraída de una novela negra o de una película de gangsters de los años 30: nuestro actual ministro de Transportes. Con su porte desafiante y su estilo directo, parece más un personaje salido de "El Padrino" que un servidor público del siglo XXI.

Su comportamiento recuerda al de Sonny Corleone, el impulsivo hijo de Vito Corleone, siempre presto a responder con vehemencia ante cualquier desafío. No es de extrañar que media España haya señalado que el ministro "no conoce los criterios mínimos de educación" necesarios para su cargo.

Mientras tanto, en Cataluña, el Ministerio de Transportes ha mostrado una diligencia digna de elogio. Después de casi dos décadas de promesas incumplidas, finalmente se ha acordado la creación de una empresa mixta para gestionar Rodalies, que comenzará a operar el 1 de enero de 2026.

Sin embargo, en otras regiones, como Málaga, la situación es muy diferente. A pesar de que la línea C1 de Cercanías es una de las más rentables de España, el ministerio ha licitado recientemente, por 1,2 millones de euros, un estudio de viabilidad para el tren litoral entre Nerja y Algeciras, una actuación que los malagueños llevan décadas esperando.

Esta disparidad en las inversiones ha generado críticas desde diversos sectores. En estas páginas se ha denunciado la "dejadez" del Gobierno, señalando también que los malagueños están "hartos de perder horas de trabajo" debido a la falta de inversiones en infraestructuras viales.

Mientras tanto, el subdelegado del Gobierno en Málaga defiende que el estudio de viabilidad del tren litoral "no se había hecho nunca", intentando justificar la demora en las actuaciones.

En resumen, nuestro ministro de Transportes parece moverse entre las sombras, al más puro estilo de los gangsters cinematográficos, priorizando inversiones según intereses que muchos no alcanzan a comprender, y dejando a  Málaga esperando soluciones que nunca llegan. Quizás sea hora de que este personaje salga de la ficción y empiece a actuar como un verdadero servidor público. Pero eso es como esperar que un socialista cruce España sin visitar sus puticlubs. Un imposible. 

Sergio Calle Llorens


sábado, 5 de abril de 2025

¡NO AL HIJAB!



Bienvenidos al siglo XXI, donde la humanidad ha enviado robots a Marte, ha logrado avances científicos que harían llorar de envidia a Leonardo da Vinci y, sin embargo, seguimos discutiendo si es adecuado que las niñas lleven un trozo de tela en la cabeza para complacer a un dios que, curiosamente, nunca ha emitido un comunicado oficial al respecto.

El hiyab en las aulas es un tema espinoso, pero seamos claros: si la educación es el templo de la razón, no podemos permitir que símbolos de sumisión y desigualdad sean normalizados. Las aulas no son terrenos de exhibición de códigos patriarcales disfrazados de "elección personal". Nadie ha escrito una oda a la falda del uniforme escolar o a la camisa de cuadros, pero parece que este pedazo de tela goza de una sacralización impropia de un sistema educativo que debería fomentar el pensamiento crítico.

Pongámoslo en perspectiva con un poco de rock and roll. ¿Alguien se imagina a Joan Jett entonando "I Love Rock 'n' Roll" con un hiyab? ¿A Patti Smith gritando "Because the Night" mientras ajusta su velo? Lo dudo. Y no es porque el rock exija pelo al viento y chupas de cuero (aunque ayuda), sino porque representa un espíritu de rebeldía que choca frontalmente con la imposición de símbolos que históricamente han servido para marcar las fronteras de la opresión femenina.

Si las niñas crecen viendo a sus compañeras cubrirse como si fueran caramelos envueltos en celofán mientras sus compañeros varones visten con la ligereza de quien nunca ha sido objeto de restricciones estéticas impuestas por una tradición religiosa, el mensaje es claro: la igualdad sigue siendo un riff sin terminar en la partitura de la educación.

La literatura también ha sido un campo de batalla entre la libertad y el yugo cultural. Pensemos en Emma Bovary, quien luchó por escapar de la jaula de la moral burguesa, o en Jane Eyre, que desafió las normas de su tiempo para reclamar independencia y dignidad. ¿Alguien cree que estas heroínas aplaudirían la normalización de símbolos que, en muchos casos, no son más que un candado simbólico a la autonomía femenina?

Incluso George Orwell nos lo advirtió en "1984": los símbolos no son inocentes. Cada prenda impuesta por una ideología conlleva un mensaje subliminal. "La libertad es la esclavitud" decía el Partido en la novela. "Cubrirte es empoderarte", dicen algunos hoy en día. La neolengua ha llegado para quedarse.

Algunos defensores de la prenda nos acusan de paternalismo, de "imponer la no imposición", como si luchar contra la normalización de símbolos opresivos fuera equivalente a ser un inquisidor cultural. Pero no se trata de meterse con la religión: se trata de garantizar que en la escuela, donde se forman los ciudadanos del futuro, se respire un aire de igualdad real. La escuela no es el lugar para perpetuar tradiciones que han sido utilizadas históricamente para restringir la autonomía de las mujeres.

¿Libertad? Claro que sí. Pero una libertad auténtica, no la que se ejerce bajo la sombra del "honor familiar", del "deber" o de la expectativa social. Porque cuando una elección está condicionada por la presión de una comunidad, ya no es una elección, es una trampa.

Y para los que siguen defendiendo el hiyab como un derecho individual, les sugiero un experimento: intenten prohibírselo a una niña en un entorno donde es la norma y vean cuánto margen de elección real tiene. Spoiler: probablemente ninguno.

Así que no, el velo no pertenece a las aulas. Como tampoco pertenecen las faldas obligatorias para las niñas, ni los códigos de vestimenta que refuerzan estereotipos arcaicos. La educación es el único terreno donde podemos aspirar a la igualdad plena. Y si queremos rock and roll en las mentes de las futuras generaciones, hay que asegurarnos de que ninguna nazca con la guitarra desafinada antes de tocar su primera nota.

Sergio Calle Llorens

 

martes, 1 de abril de 2025

¡STEPHEN KING: EL NIÑO QUE SOÑÓ CON MONSTRUOS!

 



Nació en Maine, como si el destino le hubiera señalado con el dedo de una criatura espectral. Stephen King es el escritor que creció con el rumor de los cómics EC, con las páginas gastadas de Amazing Stories, con los relatos de Ray Bradbury y la oscura alquimia de H.P. Lovecraft. Antes de que el mundo lo conociera, ya habitaba en un universo de neones en ruinas y bosques donde el viento parecía respirar. Él no inventó el terror moderno: lo escuchó primero en el silbido de las vías del tren, en la casa que susurraba en la noche, en las historias de carretera que los adultos contaban a media voz.

Si su infancia fue una fábrica de pesadillas, su juventud fue un catálogo de supervivencia. Vendió cuentos a revistas pulp, escribió con desesperación en habitaciones pequeñas, y a punto estuvo de renunciar. Luego vino Carrie, y con ella, el relámpago. Pero no se quedó en la historia de la adolescente vengativa; en su mente ya germinaban horrores más profundos, males que acechaban en el aire mismo de América.

En Salem’s Lot, King tomó la novela gótica y la empapó de polvo y farolas parpadeantes. Los vampiros ya no eran príncipes decadentes, sino sombras al acecho en los pueblos pequeños, en las casas donde se cierra la puerta demasiado rápido. Luego, en El resplandor, transformó la locura en un eco interminable en los pasillos de un hotel, donde el pasado y el presente se fundían en una pesadilla de whisky, sangre y fantasmas sin descanso.

Pero fue en IT donde su imaginación alcanzó su cima más aterradora: la criatura que se disfraza de payaso, que se alimenta del miedo de los niños, es el mismo monstruo de las alcantarillas de su país, de la hipocresía y la podredumbre que habita bajo la superficie de Derry, de cualquier ciudad. Y cuando la muerte tocó su propia puerta, cuando la carretera le arrebató lo más querido, King encontró en Cementerio de Animales su forma de preguntarle al mundo si la muerte es realmente el final, si a veces el regreso puede ser peor que la ausencia.

Su obra es un pasillo largo, donde cada puerta es una historia. The Dead Zone es la pregunta que todos tememos: ¿y si pudiéramos ver el futuro, y si nos mirara de vuelta? Misery es la pesadilla del escritor, la sombra de un lector demasiado devoto. La Torre Oscura es su mapa secreto, la interconexión de todas las historias, el latido mismo del universo King.

Pero lo que hace que sus monstruos sean inmortales no es solo su forma: es la voz de King, esa voz de narrador nocturno, la que nos convence de que todo esto podría estar pasando realmente, a la vuelta de la esquina, en la casa al final de la calle.

Porque en el fondo, Stephen King no escribe sobre el miedo. Escribe sobre lo que nos hace humanos. Sobre la infancia que dejamos atrás pero que nunca nos deja del todo. Sobre la culpa, la pérdida, la redención. Sus personajes son personas normales, atrapadas en circunstancias aterradoras, como si el destino les hubiera dado un billete de ida sin avisarles del destino final.

Y cuando susurra el final de cada historia, cuando la última página se cierra con un golpe seco, solo queda el eco de su advertencia: A veces, los muertos son mejores. A veces, lo que creemos haber vencido solo duerme. Y a veces, lo que más tememos no está en la oscuridad… sino en nosotros mismos.

Sergio Calle Llorens