lunes, 28 de diciembre de 2020

¡LA COSTA DEL SWING!





Más de doscientas nacionalidades conforman el alma local. El hecho numérico y cosmopolita depara sorpresas al despistado visitante. Una de ellas se encuentra en los grupos que bailan ese estilo de jazz popularizado en la década de los 30 de la centuria pasada, y que se caracteriza por su ritmo vivo y flexible.  Yo también soy de aquellos que grita en la noche: to swing or not to swing, that´s the question.

 Comencé a danzar en el muelle 2 del Puerto de Málaga y desde entonces no he parado de moverme al ritmo de esta bendita música. Para mí es un orgullo que, gracias a nuestras danzas nocturnas, nuestra zona marina se la conozca también como la Costa del Swing.  Esta historia bailona se une al anecdotario de la historia de la Costa del Sol que admite a actores como Rock Hudson, Sofía Loren, Bridgit Bardot o el mismísimo Frank Sinatra que acabó detenido en una sucia comisaría.  En esta Málaga Mediterránea John Lennon y el manager de la banda de Liverpool, Brian Epstein, tocaron en uno de los clubes más míticos: el Top Ten. Al desgraciado de Brian le birló la novia- Anita Pallenberg- su compañero Keith Richards.  También Vince Taylor, responsable del temazo de Brand New Cadillac de The Clash forjó aquí su leyenda que dio lugar al Ziggy Stardust de David Bowie.  Como ven el anecdotario puede rellenar de colores millones de páginas en blanco.

He de decir que esta orgía creativa tiene un ADN extremamente multinacional.  Vivimos practicando un empirismo cosmopolita que forja mentes abiertas. El litoral malagueño siempre ha disfrutado de una relajación de las costumbres sexuales que no se daba en el resto de España. También la comunidad de los honrados come-almohadas puede dar fe de esta afirmación sobre el intercambio de fluidos en las playas de nuestros municipios.  Incluso las drogas eran el padre de nuestro de aquellos que aceptaron la Santísima Trinidad del Rock and Roll: Elvis Presley, Chuck Burry y Jerry Lee Lewis.  Personajes que podían ganarse la vida en clubes del país malagueño mientras holgaban con hembras placenteras. No es de extrañar que el Rockin Race Jamboree de Torremolinos, que ya va por su 26 edición, haya sido elegido como el mejor festival de música norteamericana del mundo fuera de las fronteras de los Estados Unidos.  Para los del sello malagueño Sleazy Records, organizador de este singular certamen al que acuden Rockers de todo el mundo, va este poema que, vaya usted a saber por qué, compuse en la lengua de Shakespeare una noche sin luna.

When I am in trouble

Only rock and roll

Can give me double

 

When I am upset

Only rock and roll

Can cure my regret

 

 

When I am in hell

Only rock and roll

Ring the magic bell

 

 When I listen to the beat

Courtesy of the king

I can`t control my feet

 

And with the groove of Cochran

I climb to the Twenty flight rock

To explode like a machoman

 

Without forgetting Budy Holly

He will never fade away

Rock and roll is here to stay

A nosotros, seguramente, el fin del mundo nos pille bailando a ritmo de swing o de Rock and Roll en cualquier playa cercana. 

Sergio Calle Llorens

 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

¡MI BANDA SONORA!

 





La tempestad es tan fuerte que me impide escuchar el vinilo que tengo puesto en mi viejo tocadiscos. Sí, hace mucho que abandoné los C.D porque para copias ya tenemos los productos hechos en China.

 El fetichismo por mis discos es incorregible. Mi código rocker.  Un pulso de rebeldía contra el Estado. La luna sobre la Malagueta. La desfachatez hedonista del Sunny afternoon de The Kinks. Un trago de Big Jim. Un proceso musical embriagado también por el rock and roll más canónico. Un código revelado cuando a estas orillas del Mediterráneo se necesitaban hombres objetos para cumplir los sueños húmedos de las chicas monas.  Un coche en una cala apartada. El Cadillac solitario de Loquillo. Pulsión sexual en la que ellas no se hicieron mujeres lobas por culpa de los Rebeldes pero que aullaban, y de qué forma, a sus lobos alfa.

 Musicalmente siempre he sido un rebelde  porque ya de joven hice de la disidencia el motor de mi existencia. Mi insumisión la conocían mis profesores, mis parientes, mis compañeros de clase, mis amantes y hasta el tipo al que le compraba el periódico cuando en la universidad me hacían perder el tiempo.  Todos ellos, como dejó escrito el húngaro Sandor Marai, deberían contestar a estas preguntas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel? ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía y con cobardía? Las respuestas a estas cuestiones, sean verdad o mentira, no importan. Lo que sí importa es que al final uno siempre responde con su vida entera. La mía ha sido un despropósito de principio a fin. Pero ha sido divertida porque he podido cumplir todos los sueños que tuve en mi juventud. El viento no remite, pero elevo el sonido de la canción que es parte de la banda sonora de mi vida. No soy feliz, aunque estoy satisfecho de lo vivido. Aunque bien pensado tengo que esperar a que el fin esté próximo para quitarme la máscara y enfrentarme a mi conciencia. Esta noche, al menos, voy a pensar que la culpa no fue del todo mía, y voy a terminar perdonándome. La mar ruge tan fuerte como mi estómago. Pongo otro vinilo y los recuerdos de chicas mojadas en la playa se enredan en mi pelo.

¡Qué erección más tonta!

Sergio Calle Llorens

 

 


lunes, 21 de diciembre de 2020

¡EN EL BOSQUE!

 


Después de la lectura el bosque mediterráneo parece más misterioso. Un remanso de paz al que huir cuando los lugareños duermen. A lo lejos aparece tras la neblina una armada fantasmal surgida como por encanto. Las blancas crestas de las olas acarician estos barcos que pierden el menor tiempo posible porque, creo, no tienen tiempo que perder. Me siento en un claro de la patria arbórea para leer unos artículos infumables que me ayudan a comprender el cochambroso estado del periodismo comarcal.  Después del mal rato cambio de lugar para contemplar la mar más de cerca sin abandonar el salón de esta foresta tan mágica. De pronto suenan las roncas notas de una avioneta surcando los cielos teñidos de un bermejo profundo. Candelabros de llamas que me hacen recitar esta oración normanda:

Oh Dios ya sabes lo atareado que estaré hoy en el campo de batalla. Si yo me olvido de ti, tú no te olvides de mí

La oración me hace rememorar todo tipo de batallas; sangre, gritos y desesperación. Pienso que lo malo de vivir no es que te espere la muerte, sino que nunca llegues a vivir del todo. A resultas de esta certeza mía creo que nunca me quedaré sin cielo, pero a cambio, no tengo esperanza alguna.

Hubo un tiempo en el que yo tuve fe, inmensas cantidades de ella. Hoy la convicción ha pasado a peor vida. Existencia entre dudas y tinieblas por aquello de que ser lúcido y mediterráneo, lejos de ser una bendición, constituye una terrible penitencia. Decía Shakespeare que los viajes terminan cuando los amantes se encuentran. Tal vez tuviera razón. En mi caso, mi andadura siempre acaba en un muro de incomprensión. Kafka, que era el escritor que mejor narraba la soledad humana, lo hubiera expresado mucho mejor. Así que les dejo.

Observo la falda de tierra que cae dulcemente hasta la mar desde estos montes situados de perfil. Pienso en italiano aquello de non si trova pace se non nei boschi.
Y el bosque, que compite en armonía con el mediterráneo, me ayuda a sobrellevar el estropicio meridional en el que me hallo. No encajo en ningún sitio y no hay encajes para mis sitios. Si yo hubiera sido una botella con un mensaje dentro surcando los mares, sería como aquel Holandés Errante condenado a vagar por toda la eternidad. Todavía hay gente que me dice que soy un trasatlántico cuando no llego ni a jábega. Aún me dicen que soy un volcán a punto de estallar, pero por no tener, no tengo ni una urna para guardar mis cenizas.  Canturreo, imagino para alegrarme el alba, una vieja balada de Frankie Valli and the Four Seasons;

Headed for city lights, climbed the ladder up to fortune and fame. I worked my fingers to the bone. Made myself a name. Funny I seemed to find that no matter how the years unwind, still I reminisce bout the girl I miss and the love I left behind

Mi tonada es interrumpida, por las campanas de una ermita que, como todas en estas orillas marinas, tocan a muerto.  Comienzo el descenso escuchando pasar el viento entre los pinos. Deambulo hasta la última hilera de árboles para contemplar el mar en calma que me susurra su melancólica canción. Llega la hora de desaparecer.

Sergio Calle Llorens

 

martes, 15 de diciembre de 2020

¡INCOMPETENTES!


 


Una cortina de lluvia me impide ver la patria salada desde mi balcón al Mediterráneo. Luego cae la noche y las gotas se deslizan por el pavimento. Permanezco inmóvil atento a los sonidos nocturnos cuando un relámpago ilumina el firmamento. Ahora, bajo la tormenta, una niebla azulada alcanza las casitas blancas que poco a poco son engullidas en una suavidad de perla turbia.  Las olas golpean contras las rocas en los acantilados del Cantal al tiempo que las playas del Rincón acogen con resignación sabia las embestidas de las ondas marinas.  A mi mente llegan susurros del pasado. Consejos pretéritos de aquellos que se fueron. Uno de esos murmullos es de Manuel Ramírez, mi padrino, que dividía el mundo entre tontos y muy tontos. Un hombre sabio a su manera que huía a su manera de los incompetentes.  Muchos años después los psicólogos Dunnin y Krugger le dieron la razón en sus teorías sobre los ineptos. Sorprendentemente mi padrino primero y luego estos dos caballeros llegaron a las mismas conclusiones: las personas menos competentes suelen contemplar al alza sus propias capacidades hasta el punto de que creen que saben más que auténticos expertos en una materia. Es decir que cuando un individuo no tiene ni repajolera idea de un tema su nivel de confianza es bajo. Sin embargo, cuando el inepto lee un texto sobre el asunto en cuestión su nivel de confianza crece de forma exponencial.  A esto se le llama Monte de la ignorancia. Curiosamente cuando un individuo diligente estudia un tema con profundidad, su nivel de confianza baja porque, indefectiblemente, el inteligente sabe que hay demasiadas cosas que se le escapan.  Esto último es conocido como el Valle de la desesperación. Y es que mientras más estudia, más inclinado está a pensar que el tema de estudio tiene demasiadas aristas. El mundo después de todo no es blanco o negro sino un arcoíris cromático que no entienden los que analizan todo en términos binarios.  Podríamos concluir diciendo que los imbéciles siempre inflan sus competencias.

Mi pariente, al igual que los investigadores citados, sabía que el éxito y la satisfacción personal dependen de muchos factores; conocimiento, sabiduría, capacidad para identificar objetivos y definir estrategias para conseguirlos. La propia incompetencia de los tontos es la que les impide darse cuenta de su manifiesta idiocia. Esto es lo que se conoce en psicología como la incompetencia inconsciente. El lerdo no es sólo que llegue a conclusiones erróneas, sino que su propia incompetencia le impide ser consciente de su nulidad. Para muestro un botón en la panoplia de contertulios que un día se declaran expertos en pandemias afirmando que todo está bajo control, y unas lunas más tarde nos dan las claves de las relaciones sexuales de la rana común a la que, dicen, haber estudiado con perspectiva de género. La ignorancia, como decía Charles Darwin, genera más confianza que el conocimiento.  Donde difería Ramírez con Dunnin Krugger es que los tontos pueden ser redimidos. Para mi pariente el que nace tonto con los años se perfecciona. Además, mi padrino me dio una fórmula perfecta para alcanzar la felicidad cuidándome de los tontos; seguirles siempre la corriente.  Ayer, sin tener que doblar mucho las hojas del calendario, me encontré a uno. pero fui incapaz de seguir la receta de mi pariente

-         ¡Sergio cuánto tiempo sin verte!

-         ¡Y porque me has visto tú antes!

Sergio Calle Llorens


viernes, 11 de diciembre de 2020

¡DE BLANCO!

 




Hay personal que piensa que el meandro es cuando el río se entretiene en hacer curvas. Claro, como si no tuviera otra cosa en que entretenerse. También hay gente que defiende que Cristóbal Colón descubrió algunas cosas del Portal de Belén, y del paraíso terrenal en su segundo viaje a las Américas.  Por no olvidarme de que hay criaturas de interior que sostienen que el calamar se llama así porque el animalito cala los mares. Creo que son los mismos que aseguran que Richeliu fue el Obispo de los Tres Mosqueteros. Es gente extraña. Y hablando de cosas extrañas, hoy Málaga ha amanecido cubierta de blanco. Al menos la Málaga este. Todo indica que el temporal Gloria- algún día alguien explicará quién y por qué bautiza a las peores borrascas con nombres de mujer tan rimbombantes que de gloria tienen poco- ha sido la responsable de la granizada y de la nieve en otros rincones de la región malagueña.

Llegó el frío, al fin, y las olas se rizan en la mar donde quedan reflejadas las luces del pueblo donde habito. Arden los troncos en mi chimenea desprendiendo los troncos unas llamas azuladas que apuntan misterio. En el exterior el cielo se curva en una madrugada aterciopelada de secretos.  El móvil sigue sonando. Son las fotos de la granizada. En verdad, ver las playas cubiertas de blanco es un espectáculo grandioso. Ese manto níveo compitiendo con el azul del Mediterráneo. Ahora estoy convencido de que con la arribada de estos copos albinos tendremos una primavera de hierbas maravillosas. Además, la nieve es buena para rellenar los arroyos y los ríos. La certeza que cruza mi mente me pone de muy buen humor. Tanto que salgo al exterior por un poco de leña. El frío que me recibe es tremebundo. Compruebo la invisibilidad del horizonte con su taró y el eficiente humo de las chimeneas de las casas de mi pueblecito blanco que parece suspendido entre la montaña y los acantilados del Cantal. Voy tapado hasta la gola y camino a ciegas. Intento tener cuidado y pongo un paso delante y luego otro. Pero ni por eso me salvo de tropezarme con algo. Ese algo emite un grito. Es un tipo que tiene el pelo blanco, cara de panoli y gafas de culo de vaso.  Le reconozco al instante. Se trata de un mago muy conocido en el país que trabajaba en televisión.

-        -  Señor Tamarit. Un placer saludarlo.

-       -   ¡Qué señor Tamarit, soy Rose!

Rose es una mujer inglesa que sólo saluda si te ve paseando al perro. En caso contrario se niega a entablar conversación. Esta vez la plática viene por el choque de cuerpos en movimiento. Bueno, ella habla y yo asiento. Tengo miedo. Mucho miedo. Sabía que la británica era fea de lejos, pero de cerca no encuentro palabras para definir su horripilante imagen.  Me disculpo azorado y pongo pies en polvorosa.

Sergio Calle Llorens

 Aclaración: Esta entrada forma parte de mi libro Málaga Mediterránea y, por lo tanto, narro aquí algo que ocurrió meses antes.  


jueves, 10 de diciembre de 2020

¡RECUERDOS!


 

Me acaricia un tierno viento de levante al escribir estas líneas. Debería estar en la cama, pero también debería pasar del frío y tengo el balcón abierto para oír al arrullo del Mediterráneo de madrugada. De la patria salada me llega el sonido de mi barco hundiéndose. Esta vez no llego ni a la isla de los Naufragios. Ese islote que yo imaginé para mi novela Misterio en Maro. No tengo frío. No tengo esperanza. No tengo nada. Me subo al tren del pretérito que para en la estación del desencanto.

Al viajar en el tiempo, pienso en aquella frase que solía repetirme de jovencito: : “as long as we have each other, everything else is background noise”. Pero aquello duró lo que un helado en una calurosa tarde de verano. Ahora sé que no soy el protagonista de su vida- tal vez ni siquiera lo sea de la mía- pero he sido un secundario agradecido que he podido hacer una larga carrera y la galopada, lejos de acabarse, volvió en el mes de mi aniversario. Muchas lunas después. Creo que ese tiempo suma millones de horas, de pleamares y de lágrimas de sal. La misma ilusión, el mismo dolor y la misma cara de zangolotino cuando descubro que he vuelto a tropezar en la misma piedra. Un traspié acompañado por la banda sonora de nuestras vidas. La música que ha acompañado mi derrota sentimental.: “as long as we have each other, everything else is background noise”. Pero aquello duró lo que un helado en una calurosa tarde de verano. Ahora sé que no soy el protagonista de su vida- tal vez ni siquiera lo sea de la mía- sino un secundario agradecido que he podido hacer una larga carrera y la galopada, lejos de acabarse, volvió en el mes de mi aniversario. Muchas lunas después. Creo que ese tiempo suma millones de horas, de pleamares y de lágrimas de sal. La misma ilusión, el mismo dolor y la misma cara de zangolotino cuando descubro que he vuelto a tropezar en la misma piedra. Un traspié acompañado por la banda sonora de nuestras vidas. La música que ha acompañado mi derrota sentimental.

Reflexionando sobre ello acudo a mi colección de vinilos. Pinchar música no terminará pinchando el globo del desamor, más bien al contrario. Pero creo que merezco sentir este dolor por crédulo y por idiota.  Puestos a sufrir, prefiero el original de un disco y no el sonido de CD que, aunque muchos no lo sepan, es la codificación y descodificación de un código binario. Y, por tanto, no es un sonido original. La letra de la canción que suena en mi gramola parece hablar de mí. Las olas rizadas parecen reírse de un servidor. Hasta la luna aterciopelada se atreve a hacerme una mueca burlona. Ni el misterioso mochuelo es partidario de respetar el minuto de silencio en honor a mi corazón. La música me hunde en un mar llamado desengaño y, mientras más me hundo, menos ganas tengo de seguir nadando en las aguas turbias de la derrota. Bebo más vino y mis parpados parecen estar cargados de piedras catedralicias. Pero ni con los ojos cerrados consigo alejar este descacharrante momento de tristeza infinita. La vida, queridos amigos, nunca te manda la menor señal de que quizás estés viviendo un momento único en tu vida. Bueno, yo he vivido tres como en la Divina Comedia: El cielo, el purgatorio y el infierno. Y todo porque a un servidor se le ocurrió caer en la red de una mujer como esa que ahora tiran los pescadores en estas aguas de la Axarquía malagueña. Necesitaría un abrazo esta madrugada, pero no para sentir el amor de nuevo, sino para ocultar las lágrimas.

El día en esta orilla del Mediterráneo terminó estrellado, pero no de luceros sino de accidentes emocionales.  Que sentimiento más lúgubre disfrutar de estas mágicas alboradas con la única compañía de mi respiración profunda.

Sergio Calle Llorens

 

 

 


martes, 8 de diciembre de 2020

¡LA CARTA!

 


 

Degusto un borgoña y mi mirada se queda prendida de las llamas que parecen danzar en mi saloncito repleto de libros, manuscritos y legajos. Al tomar uno de ellos, una vieja carta de un antiguo amor cae al suelo.  La remitente es una mujer cuyo cuerpo alfombra la calle de un camposanto junto al mar. Creo que ella me amó de tal manera que me hizo sentir todo el peso de la soledad. Fue en mis tiempos universitarios. Luego la vida la trajo al puerto de mi vida en el que anclé mi nave durante algún tiempo. Antes de partir descubrí que ella me engañaba con otros, y a su marido lo engañaba conmigo. No hay motivo para hacerse el ofendido por algo tan natural como el poliamor.

 Para olvidarme de aquello, surqué los mares con mi propia bandera. Siempre volvía la mirada hacia el sur donde residía en compañía de su esposo. Creo que a un hombre siempre le queda el maravilloso recurso de la memoria cuando le falla la esperanza. Pero a mí ya no tengo ni memoria, ni mucho menos expectativas. Después de todo, perro viejo no aprende trucos nuevos.  

Tomo la carta en mis manos y me la llevo a la nariz. A pesar del tiempo trascurrido, reconozco su perfume a dama de noche. Mi rostro empalidece para emparentar con el de un cadáver.  Me viene a la memoria que me debía una explicación por sus continuas y extrañas desapariciones. Dudo. Nunca se me ocurrió pensar que tendría que enfrentarme de nuevo al rescoldo del desamor.

 Abrumado, dejó la carta en la mesa y me abandono al desconcierto. Me digo que hay cartas muy cortas que, para entenderlas como merecen, necesitan una vida muy larga, pero a mí no me queda mucho tiempo. Pienso que las hojas del calendario han ido pasando y yo ya no soy el muchacho que fui. Ni ella es ya nada más que un borroso y doloroso recuerdo. Rasgo el sobre y, tras ojear por encima el contenido de la misiva, arrojo la carta a la chimenea.  Las llamas envuelven la penumbra de un pasado que dejó de existir hace demasiado tiempo. De improviso, la letra gótica escrita por una persona que sólo existe en el recuerdo, se va quemando hasta convertirse en ceniza. Creo vislumbrar un te quiero al final de la carta.  Sonrío tristemente al lanzar un beso al fuego. Las luces y las sombras bailan apretadas por el salón al ritmo de un blues al tiempo que de mi boca surgen unos versos en francés:

En silence

Je prends congé

De toi

Et je mets

Toutes les fleurs

Du monde

Sur ta tombe

En silence

Je t’ai enterré

Dans mon coeur

Pour toujours

En silence

Avec seulement

La bruit

Du vent

Des arbres

Des branches

Je ne bouge pas

Et c’est toi

Seulement toi

Qui sais

Qué j’étais lá.

Cuando termino de recitar, un inmenso trueno retumba en el exterior. Es el punto de partida para el final de una historia que había arrastrado durante demasiadas lunas. Una historia en la que nunca viajamos a Bélgica como prometimos hacer. Un guión en el que jamás tuvimos Paris como los personajes de Casablanca y, como muy bien decía la chica de ayer  en aquella vieja postal que sí conservo: “there are two sides to every story”. La suya no la conoceré nunca.

¡Que ella sepa perdonarme!

Sergio Calle Llorens

 


domingo, 6 de diciembre de 2020

¡LA MAR COMO PERSONAJE!

 


La mar, ciertamente, encierra una belleza que libera el espíritu humano. Empero, no se ha vuelto, como la novela negra, terriblemente sentimentalista en la que ya no nos topamos con personajes ambiguos con múltiples aristas que oscilan entre la bondad y la maldad. La mar, alguien tenía que escribirlo, actúa de forma colérica provocando el pánico entre el gremio de los pescadores y marinos o, sencillamente, llega callada a la orilla. No posee, ya digo, un tratado moralista. Yo, que soy un gran aficionado a la sabiduría de estas aguas, defiendo que la buena literatura debe plantear problemas al lector, no dárselos resueltos. La lectura, a diferencia del Mediterráneo, debe cuestionar su moral y filosofía de vida para procurar dudas. Esa, y no otra, es la misión de la literatura. Para reafirmar los valores ya están los panfletos que escriben los plumillas al dictado de los poderosos.

El arrullo del mar esconde el secreto para entender la inmoralidad generalizada del mundo. El ser humano hará cualquier cosa para mantenerse a flote en el mar de dudas que es la existencia. Sí, el azul cobalto que hoy señorea en estas aguas. Un Mediterráneo que es un personaje literario con miles de matices y contradicciones. Fenicios, romanos, cartagineses y todos los pueblos que aquí navegaron conocían del mensaje duro pero explicativo que mecen sus olas. Mar sabio y antiguo que no toma prisioneros.

 Arriba el crepúsculo encendido de bermejo que dará paso a la anochecida. Ciertamente, algunos no entenderán nunca que si quemamos los puentes que nos unen al pasado y apedreamos los faros que nos permiten navegar, nuestro mundo está condenado a desaparecer. Sería triste para la mar que es personaje y creadora de civilización.

Sergio Calle Llorens

 


sábado, 5 de diciembre de 2020

¡EL FARO DE CALABURRA|





 

Esta linterna marina se encuentra en un pequeño cabo que separa la Bahía de Málaga de la de Marbella. Los biólogos afirman que en esta zona podemos encontrar el límite entre las aguas mediterráneas y las atlánticas. Es un lugar muy especial al que acudo frecuentemente. Sentarme aquí es una cita obligada para ver pasar a las pardelas cenicientas, a las alcas, a los charranes patinegros,  a las fumarales comunes, al zarapitro tonador  y a las gaviotas que son las campeonas en el arte de ser pesadas. Es importante destacar que aquí tenemos un observatorio para resguardarnos del sol y del viento. El faro de Calaburra fue el primero faro español de tráfico aéreo marítimo (Punta de Calaburra, y está situado en el término municipal de Mijas. Dicen, al menos eso cuentan los que tienen el vicio de leer, que fue proyectado por el ingeniero español Antonio Molina, nada que ver con el cantante de “soy minero”, comenzando a funcionar el 31 de agosto de 1863. Podría escribir, y de hecho lo hago, que ha llovido mucho desde entonces, pero seguro que alguien debatiría mis argumentos diciendo que en Málaga llover, lo que se dice llover, llueve poco. Lo único claro es que este espigado faro. del que un catalán diría que es més alt que un Sant Pau, tiene un destello cada 47 segundos con un alcance de 18 millas náuticas que, para los iniciados en el arte de la navegación, vienen a ser 33 kilómetros. Son legión los que lo utilizan para tomar la posición de navegación al iniciar la singladura hasta el estrecho de Gibraltar. Yo, en cambio, lo uso para admirar las aguas que se iluminan con su halo de luz. La estampa resiste cualquier ritual de desengaño. Mi alma ante esta visión se queda muda y apenas deja hablar a la mar cuyos moradores afirman que cuando las luces del Faro de Calaburra, asómbrense, no se ven desde la Bahía de Málaga, ya ha entrado el temido viento de poniente y hay que estar preparado.  Por eso siempre hay que estar ojo avizor con esta linterna nocturna que ilumina nuestro camino.

Sergio Calle Llorens

 

 

 

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

¡CONTRABANDISTAS!

 



En estas orillas la brisa marina susurra un curioso secreto; el contrabandista que sólo conoce la naturaleza de los vientos pero no la de los hombres dura poco en el negocio. Contrabandistas que, amparados en el nocturno completo, se ganaban el sustento. Hoy el negocio, venido a menos por el control policial, ya no goza del halo de misterio de antaño. Una desgracia porque un mar sin contrabandistas es como una biblioteca sin libros. Ya sólo nos quedan los marineros, y no siempre, porque las necesarias paradas biológicas para que determinadas especies se recuperen, dejan a los pescadores con la mirada perdida en la lontananza y unas caritas de pánfilos que, bien visto, es el vivo reflejo de una frustración vital. La de no poder pescar en su mar por la decisión de unos tipos nacidos junto a un río.

En algunas comarcas malagueñas hemos conocido algunas historias de contrabandistas. De hecho, muchas fortunas en la Axarquía se deben a la actividad de traficantes de sustancias prohibidas en la mar. Recuerdo una noche sin luna en la que tres pequeñas embarcaciones llegaron a una calita de Maro y, de la nada, surgieron varios tipos vestidos de negros hasta la gola que en cuestión de segundos transportaron la mercancía a unas furgonetas ocultas tras la maleza. Uno de ellos, el más bajito por cierto, nos saludó con la mano con toda tranquilidad. Fue el mismo que luego volvió a recuperar un fardo que había olvidado en la arena por aquello de las prisas. Nunca olvidaré la sonrisa de malote que nos dirigió antes de perderse en la oscura noche. En secreto nosotros confiábamos que aquella actividad de contrabando tuviese un final feliz. Después de todo son las autoridades que tantos persiguen a los traficantes los que terminan siempre consumiendo las sustancias que traen desde el otro lado del estrecho.

Puede que los mediterráneos de este lado hayamos terminado idealizando al contrabandista en exceso. La razón es simple; siempre es preferible la compañía de un contrabandista honrado que la de cualquier político de tercera categoría que nos ha aplicado el latrocinio institucionalizado durante más de tres largas décadas. Por eso nos emocionamos con la vida a bordo de esas embarcaciones con sus banderas piratas y sus códigos de honor. Halcones del mar cuyo epílogo final lo han escrito  tristemente las nuevas tecnologías. Abrir nuevas rutas para el contrabando se nos antoja tarea de héroes hercúleos. Atrás queda el silencio roto por el sonido de esas lanchas en las madrugadas envueltas en una aureola de leyenda en un mar que ha visto desde los primeros barcos fenicios hasta los comodoros del Siglo XIX. Avanza la madrugada y las viejas historias se cuentan junto al fuego. Y allí toman vida nuestros bucaneros y traficantes. Gentes del Mediterráneo unidos por códigos secretos de hermandad.

¡Larga vida a los contrabandistas!

Sergio Calle Llorens

¡LUIS ENRIQUE!

 



Me gustan mucho los equipos de Luis Enrique con esa presión alta que ahoga a los equipos contrarios.  Una forma de jugar que, unido al talento de sus jugadores, le llevó a destrozar el equipo germano con un set a cero. Una humillación histórica que no sufría Alemania desde los años treinta de la pasada centuria. Pero la clasificación de España para la fase final de la Nations League es doblemente dulce porque ha retratado a la inmensa mayoría de periodistas deportivos de este país. Basta darse un paseo por las hemerotecas para comprobar que ni uno solo fue capaz de anticipar la victoria española.  Es más no hubo tertulia futbolera en la que no se anunciara la inmolación de la selección. Así que si quieren echarse unas risas, ya saben lo que tienen que hacer.  Y es que parecía que el equipo nacional- ¿se puede llamar así sin que te llamen fascista?-  les estaba quitando protagonista al equipo de sus amores.  Ese que se va arrastrando por la liga  y por la fase de grupo de la liga de campeones.  España aburría, decían, y había que echar a su entrenador. 

Sí, me gustan los equipos de Luis Enrique. Creo además que el seleccionador ha hecho un buen trabajo construyendo la España del futuro contando con Ferrán Torres, Dani Olmos, Rodri, Ansu Fati, Canales, Gaya o Pau Torres. Por no hablar del acierto de encontrar un portero de garantías como Unai Simón. El vasco ha dejado en el banquillo, por fin, al triste portero del Manchester United.  Sin embargo no creo que la nueva generación esté cuajada para ganar la próxima Eurocopa aunque, bien mirado, han ganado tiempo con el tema de la pandemia, retrasando el acontecimiento en un año.  Ya veremos. 

Hay otro punto interesante a tener en cuenta en esta ecuación de ganadores que es la propia incógnita del asturiano. Y es que aunque me encante el seleccionador, como buen natural del territorio donde empieza España- el resto es territorio conquistado- no sabe nadar y  guardar la ropa. Dicho de otra manera, su única táctica es ir a por el contrario cuan si fuera musulmán y él Don Pelayo reencarnado. Lo demostró el día en el que nos bastaba un empate con Inglaterra para asegurar la clasificación cuando decidió plantear el partido como si no hubiese un mañana. Craso error. visto lo visto.

Por otra parte, Luis Enrique es algo caprichoso con las alineaciones hasta tal punto de que el año que ganó su triplete con el Barcelona, los capitanes del equipo- Messi, Xavi e Iniesta- tuvieron que convencerlo sobre el once base con el que ganar todo. De sabios es de rectificar. Los seleccionadores españoles lo hacen todo el tiempo, y hemos ganado tres Eurocopas, una Copa del Mundo y unos juegos olímpicos, mientras los inventores del fútbol llevan sin levantar un trofeo desde 1966.

Pero mi admiración por Luis Enrique no termina en su banquillo sino que se extiende a sus ruedas de prensa. Esos momentos en las que los periodistas tragan saliva cuando el seleccionador les enfoca con la mirada, y vaya mirada,  ante de lanzar el primer mandoble dialéctico que culmina con ciertas dosis de ironía. A veces se puede oler  el miedo de esos zangolotinos cuyos conocimientos sobre el deporte rey están a la altura de esas falsas “influencers” que influyen igual que Falete en un congreso de nutrición.  

Ganó  la España con Luis Enrique, pero algunos perdieron una ocasión ideal para meterse la lengua en el trasero de donde no deberían sacarla de nuevo.

Sergio Calle Llorens

 

 

 

 

martes, 1 de diciembre de 2020

¡MI VERANO AZUL!

 


La principal característica de un marino es una saludable incertidumbre que decía Joseph Conrad. Al menos hasta que uno desembarca en Nerja y camina por sus calles sinuosas que huelen a jazmín y dama de noche. Y es que mi paso en este lugar produce ecos de tranquila sabiduría. Yo aquí he deambulado mucho con el rostro moreno y la mente en blanco. Y, a pesar de ello, no puedo olvidarme del primer atardecer que presencié a este mágico rincón. Caía la noche y yo ya me había rendido al embrujo de los geranios y las buganvillas a la hora que buscaba el pequeño Hotel Calabella que, sin ningún género de dudas, posee una de las terrazas más románticas del Mediterráneo. En uno de esos anocheceres mágicos mi novia escandinava lloró en un crepúsculo encendido. Dibujamos entonces proyectos vitales e inventamos, unas horas más tarde, posturas imposibles en la Playa del Salón que debe su nombre a la voz hebrea de Shalom donde hubo amor, paz y mucha guerra para no ser pillados in fraganti. Aquella lejana noche yo me postré, como la Playa de Calahonda al Balcón de Europa, a los pies de esa belleza rubia. Ella, creo, venía de vuelta y yo iba a alguna parte. Indefectiblemente terminamos encontrándonos en una esquinita del municipio que tiene un litoral hermoso plagado de calas recónditas. Rincones malagueños prestos a la descubierta si es que la serie, Verano Azul, no ha desvelado ya todos sus encantos.

Solíamos ir a la Playa del Chorrillo situada junto a la de Calahonda. Una pequeña cala enclavada a los pies de la Sierra de Almijara. Aguas turquesas, rocas en las que resguardarse del sol después de practicar submarinismo, una afición de la que la nórdica era muy partidaria. Una actividad que nos llevó a Calachica, o Cala de Maro, que ha sido elegida por votación popular como la segunda mejor playa del Reino de España. Aquí Pancho anunció al mundo que Chanquete había muerto en una final de verano en el que los españoles teníamos la tele encendida, y el alma rota de dolor por el fallecimiento del marino que vivía en un barco varado en tierra llamado la Dorada. Nadie pudo anticipar que al tipo que enterraban era una semilla floreciente en un verano azul que, aunque pase el tiempo, sigue envuelto en un halo de alegre melancolía. Como la que yo siento cada vez que callejeo sin rumbo y busco, sin éxito, a aquellos rostros de aquel verano que pasé de joven a hombre. Ha llovido, y mucho, desde entonces, pero lo único que no ha cambiado es la sensación de volver al pueblo cuyas playas siguen presentando una planta virginal de aguas azulísimas y turquesas. En una palabra; el paraíso.  Un marino en tierra, la tierra de un marino que ha sido elegida como el pueblo costero más bonito del país. Por una vez el pueblo no se equivocó a la hora de votar. La democracia, después de todo, es un abuso claro de la estadística.

Sergio Calle Llorens