Hay tres tipos de penes; los grandes, los medianos, y los del tamaño no importa. Si hacemos caso a la historia popular; Rasputin tenía un miembro tan descomunal que, sin duda, el chiste de aquel hombre que contaba con pucio, prepucio y postpucio se debe al religioso de Petrogrado.
Hoy, semejante
barbaridad puede contemplarse en el
Museo del sexo de San Petersburgo, aunque hay quienes apuntan, la envidia
es muy mala, que lo que realmente se conserva en formol metido en un frasco es,
en realidad, un pepino de mar. Yo me
decanto por la veracidad de la monstruosidad del manubrio del amigo de la zarina, lo que, bien
pensado, explicaría en parte que tuviera tan contentas, a pesar de su fealdad y
mal olor, a tantas mujeres rusas de su
época.
Además de la verga
equina del personaje, está su gran aguante. Para prueba el día de su
asesinato; lo envenenaron con cianuro- sin éxito- le pegaron siete tiros- no
llegaron ni a tumbarlo del todo. Lo ataron para darle con un bastón herrado en
la cabeza- ni por esas- entonces el agente Oswald
Reyner le mete una bala por la nuca. Luego lo tiraron al río donde,
sorpréndanse, no murió por todo lo
anterior sino ahogado.
Sin duda, era duro de
pelar y, aunque a muchos se las pele las causas de su asesinato, porque lo relevante
es comparar sus pililas, o las de su novios o amantes, con el cipotón de Grigory. A todos ellos, miembros del club del tamaño no
importa, les doy la bienvenida a mi blog. A las cuatro o cinco que quieren
comprender su asesinato, decirles que el móvil del crimen fue apartar a Rasputin de los zares porque era
partidario de sacar a Rusia de la Primera
Guerra Mundial. Una operación
orquestada, claro está, por los hijos de
la Gran Bretaña.
¡Qué pene más grande, perdón, qué pena más grande!
Sergio Calle Llorens
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