En el mismo día que Iñaki Urdangarín
anunció que se mudaba a Barcelona, pero no a la meco sino a su
palacete de Pedralbes, Cataluña pedía un rescate en billetes
pequeños y sin marcar, el Málaga CF se clasificaba para la liga de
campeones, y yo, para variar, recibía insultos y amenazas de la masa
andaluza por mi último trabajo titulado “el disfraz andaluz”.
La verdad es que me importa poco lo que piensen de mi aquellos con
querencia a los programas de canal sur. Es más, no hay nada que me
hiciera más feliz que la Andalucía oficial me declarara persona non
grata. Lo único que temo, a estas alturas de mi vida, es que a los
dirigentes andaluces se les ocurra imponer un impuesto a todos los
críticos con los asuntos de la región más atrasada de Europa.
Tras esta pequeña introducción, que
no justificación, sobre el asunto que ha desatado las iras de mis
conciudadanos, pretendo incidir en el tema de los males que aquejan a
los andaluces. Un pueblo que vive en un estado similar al de Peter
Pan, por aquello de que se niegan a crecer. Y me estoy refiriendo a
aquellos que medran del presupuesto sin aprobar oposición o que, como todos saben, apoyan a
la Junta en su latrocinio institucionalizado, y nunca a esos
andaluces que, con un par, se marcharon a vivir al extranjero a
alcanzar lo que Andalucía siempre le ha negado. Espero, con estas
líneas, haber aclarado el asunto.
De cualquier forma, siguiendo con el
discurso del otro día, he de añadir que el andaluz medio está
inmerso en una niebla que le impide ver más allá de sus narices.
Gente que nunca se hace responsable de sus actos, porque todo es
culpa de los pérfidos catalanes o de los madrileños centralistas
que, dicho sea de paso, tienen mucho que callar y suelen, también,
culpar a los otros de sus miserias. Son gentes que nunca entenderán
el dicho inglés de greatness is earned, never awarded.
Como los andaluces conocen que el
presente es una ruina y el futuro muy incierto, suelen ocultarse
sobre un grandioso pasado andalusí, falso, pero efectivo. Cultivan y
repiten el cuento de la Andalucía de las tres religiones. Verán,
jamás existió una convivencia plácida de las tres culturas por la
sencilla razón de que en los lugares en los que se imponían los
musulmanes, los judíos o cristianos eran esclavos o convertidos en
dhimmies sobre los que en cualquier momento podía caer, y no pocas
veces, la ira de Mahoma. Es curioso ver a la izquierda andaluza
abrazando la religión que menos defiende a la mujer en el mundo. Y
es que no en vano, el padre de la república bananera de Andalucía,
Blas Infante, fue aquel que vivió en el embrujo de una leyenda hecha
para mentes calenturientas. Pero esas mentiras históricas se unen a
los embustes histéricos a la hora de señalar culpables sobre su
subdesarrollo. Y ay de aquel que ose salirse del discurso oficial
repetido hasta la saciedad por periodistas tan adictos a sus
soberanos como para publicar las cosas que hacen.
El uniforme andaluz tiene el turbante
musulmán de montera, el jubón con el escudo de la cartilla del paro
dibujado en su pecho y rodilleras para protegerse de tanto vivir en
posición genuflexa. Todos ellos me recuerdan a la reina Carolina,
esposa de Jorge II de Inglaterra. Aquella mujer que quiso convertir
el parque de Saint James de Londres en jardín privado de su palacio.
Consultó entonces con el primer ministro Robert Walpole, sobre
cuanto podía costar la obra: “Esto majestad os costará tan sólo
tres coronas” respondió el político. “¿Solamente tres coronas?
Preguntó la reina asombrada. “Sí, majestad, las coronas de
Inglaterra, Escocia e Irlanda”. Y ese es el precio que han pagado los andaluces por haber permitido que el PSOE hiciera del
mundo andaluz, su parque temático. Las tres coronas que hacen que a los hombres se les considere como tales; la del respeto, la del trabajo y la de la educación.
Desgraciadamente para los andaluces, no han tenido, todavía, un liberal como
Walpole para liberarles de sus propias cadenas.
Sergio Calle Llorens