La mar,
ciertamente, encierra una belleza que libera el espíritu humano. Empero, no se
ha vuelto, como la novela negra, terriblemente sentimentalista en la que
ya no nos topamos con personajes ambiguos con múltiples aristas que oscilan
entre la bondad y la maldad. La mar, alguien tenía que escribirlo, actúa de
forma colérica provocando el pánico entre el gremio de los pescadores y marinos
o, sencillamente, llega callada a la orilla. No posee, ya digo, un tratado
moralista. Yo, que soy un gran aficionado a la sabiduría de estas aguas,
defiendo que la buena literatura debe plantear problemas al lector, no dárselos
resueltos. La lectura, a diferencia del Mediterráneo, debe cuestionar su
moral y filosofía de vida para procurar dudas. Esa, y no otra, es la misión
de la literatura. Para reafirmar los valores ya están los panfletos que
escriben los plumillas al dictado de los poderosos.
El
arrullo del mar esconde el secreto para entender la inmoralidad generalizada
del mundo. El ser
humano hará cualquier cosa para mantenerse a flote en el mar de dudas que es la
existencia. Sí, el azul cobalto que hoy señorea en estas aguas. Un Mediterráneo
que es un personaje literario con miles de matices y contradicciones. Fenicios,
romanos, cartagineses y todos los pueblos que aquí navegaron conocían del
mensaje duro pero explicativo que mecen sus olas. Mar sabio y antiguo que no
toma prisioneros.
Arriba el crepúsculo encendido de bermejo
que dará paso a la anochecida. Ciertamente, algunos no entenderán nunca que
si quemamos los puentes que nos unen al pasado y apedreamos los faros que nos
permiten navegar, nuestro mundo está condenado a desaparecer. Sería triste para
la mar que es personaje y creadora de civilización.
Sergio Calle
Llorens
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