En España todo el
mundo quiere tener razón cuando lo importante, lo verdaderamente relevante, es
tener las claves que nos permitan resolver los problemas. Especialmente en el
mundo de la criminología cuya situación es la siguiente; La policía no estudia nada de historia
criminal. Los licenciados en criminología no tienen los suficientes
conocimientos científicos para prevenir los delitos de sangre. Los detectives
privados, que deben acreditar tres años universitarios, no pueden investigar un
crimen porque es monopolio de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. La
justicia, encima, nos regala instrucciones delirantes. Y para terminar
rellenando el vaso de despropósitos, contamos con la prescripción de delitos
que no refuerza la seguridad jurídica, sino que la destruye favoreciendo la
impunidad de los delincuentes. Algunos ya respiran tranquilos como el asesino,
o asesinos de Inmaculada Olivares Montero. Una joven malagueña que murió hace
más de veinte años. Este es su caso porque el dolor de su familia, como
imaginan, no ha prescrito.
El Crimen de
Inmaculada Olivares
Inmaculada solía frecuentar un gimnasio en la calle
Ferrándiz, en el Camino Nuevo que conduce a Gibralfaro, ese castillo que parece
estar suspendido entre el suelo y el cielo. Aquel día de vísperas de Reyes de 1994 tampoco
fue una excepción en su rutina y, como de costumbre, fue puntual a su clase de
aerobic. Fue la última vez que se la vio
con vida. A la mañana siguiente, su novio alertado porque no podía localizar a
su chica, se presentó en el domicilio situado en la zona del Cantal, en Rincón
de la Victoria- Málaga al que tuvo que
acceder por la terraza de la vivienda de un vecino. La encontró semidesnuda de cintura para abajo
y presentaba una ligadura que parecía indicar que había sido atada a la cama.
Le habían golpeado con un objeto de mármol con forma de elefante. Trastornado
por la escena abrió la puerta a los vecinos que, como no podía ser de otra
manera, entraron y salieron de allí hasta la llegada de la policía local.
Aquello, obviamente, contaminó la escena del crimen.
La Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. Desde un
principio descartaron el móvil del crimen porque ni la puerta ni las ventanas
habían sido forzadas. Tampoco habían echado en falta ningún objeto de valor.
Las hipótesis eran, y siguen siendo dos: Un crimen con trasfondo personal o un
intento de agresión sexual que no llegó a consumarse. Cualquiera de las
dos hipótesis apuntaba a alguien de su entorno. Por tanto, los agentes de la
Benemérita se lanzaron a interrogar a los familiares y amigos. Apenas sacaron en claro el testimonio de una
testigo que vivía en un apartamento contiguo al de la joven que decía haber
oído un grito pasada la medianoche. Incluso afirmaba haber escuchado una
discusión previa pero, como era danesa y no dominaba mucho el español, no pudo
aportar más datos. También declaró haber visto a un joven abandonando la
vivienda por la puerta trasera, ya entrada la madrugada. No pudo identificarlo.
Los agentes tomaron incluso el ADN, una técnica no muy conocida entonces en
nuestro país. Sin embargo, todo fue en
vano y el caso acabó, como muchos otros en España, en la terrible carpeta de
“crímenes sin resolver”.
Hubo quien apuntó a la pareja sentimental de Inmaculada
Olivares pero, nadie jamás pudo probar nada. Lo único claro es que la joven
aparcó el Ford Fiesta con matricula de Málaga y, propiedad de su novio, en la
calle Tajo del municipio costero antes de subir por última vez las escaleras
que la llevaron a una cita cruel con su destino. Curiosamente, la asesinada era
miembro de una conocidísima familia cuyo tío era concejal en aquellos años en
el ayuntamiento de Málaga Capital. Otro elemento que ha llamado mucho la
atención ha sido el hecho de que la familia no ha facilitado casi ninguna foto
de la difunta que ayudara, en lo posible, a mantener la llama de la ilusión por
resolver el caso. Bien es cierto que aunque no todos los progenitores
reaccionan igual ante una tragedia de este calibre, tampoco deja de serlo el
hecho de que cualquiera hubiese hecho alguna cosa más para que la sociedad no
olvidara su muerte.
La prescripción de
los delitos de sangre
En cualquier caso, y por cita un país de nuestro entorno, en
Italia los crímenes que están relacionados con delitos que pudieran ser
castigados con pena de muerte, no prescriben aunque, evidentemente, la pena
capital no existe en el país transalpino. Desgraciadamente en España, ni
siquiera en el caso en el que un individuo se presentara mañana en la primera
comisaría para confesarse como autor del crimen, bastaría para que el proceso
se abriera. Y todo por culpa de un código penal castra la posibilidad de que el
Estado ejerza el derecho a castigar a los asesinos.
Nunca sabremos quién se llevó por delante las ilusiones de
esa joven en aquel ya lejano año. Ya
nadie podrá arrojar luz a aquella noche en la que Inmaculada fue asesinada la
noche de autos. Lo que sí sabemos, porque nuestros gobernantes nos lo han
demostrado en múltiples ocasiones, que aunque a ellos le importe una higa, la
prescripción de delitos de sangre que no tendrá ni juicio, ni culpables, ni
condena es un ataque al corazón de la sociedad civil. Y todo porque el concepto
de seguridad jurídica en el Estado de Derecho garantiza más derechos a los
criminales que a las víctimas. Una afirmación que bien demuestra la historia de
Kepa Pikabea, aquel criminal etarra que confesó haber asesinado a Carlos García
Fernández el 7 de octubre de 1980 en Éibar
cuando ya había prescrito el delito.
Se puede concluir desde un punto de vista lógico que la
caducidad delictiva solo es saludable cuando la justicia es rápida y eficiente.
Algo que como todos sabemos no ocurre en esta vieja piel de toro. Habría que empezar a confiar en los
criminólogos que son, aunque nuestros políticos garbanceros no lo sepan,
científicos que estudian el crimen para adelantarse a él. Por ello, y porque no hay voluntad política
de solucionar el tema, la sociedad civil ha da de reaccionar para que, al
contrario de lo que pasa hoy, el crimen no sea el que avance sino nuestros
métodos para combatirlo. Se lo debemos a personas como Inmaculada Olivares y, por ello, les pido que firmen esta
petición para que la legislación española cambie y los delitos no prescriban
nunca. Toda ayuda será poca para que un
día, tal vez no muy lejano, los fantasmas de aquellos que piden justicia puedan
descansar, y para siempre, en paz.
¡Gracias!
Sergio Calle Llorens
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