La luz de la luna cubre el césped de un velo tenue y el
gran cedro pone el contraste de sus sombras de oscuro terciopelo. Como estoy
más libre que el aire, puedo contarles las novedades. En un
principio tenía en mente hablares de un tipo de ojos penetrantes y calma de
glaciar. Un personaje que parece haber salido de las páginas de una de mis
novelas. Sin embargo, la actualidad manda: la
novia de un conocido lo ha dejado a causa de su obsesión por el fútbol. Él,
supongo que para defenderse, dice que llevaban juntos cinco temporadas y
estaban a punto de renovar. El pobre está tan triste que sus labios parecen haber olvidado la sonrisa. Obviamente el desengaño amoroso
de Arturo no ha provocado reacción alguna en ninguna parte del mundo que
sólo tiene ojos para la muerte de un
señor de color en los Estados Unidos de
América. Es evidente, el desamor no
es noticia. Tampoco es relevante el fallecimiento de más de 40.000 españoles para
aquellos que son incapaces de señalar Minesota en el mapa.
Salvo llevar una vida decente, puede decirse que sé algunas
cosas. Después de todo, mi vida me ha llevado a cruzar el
charco varias veces. Conozco
algo la psicología humana pero no tanto para comprender lo que lleva a alguien
a asaltar un supermercado en Gerona, por el homicidio de un miembro de la comunidad negra en América.
El colmo de este despropósito es ver a miles de personas
arrodillarse como medida de contrición. Personalmente se me hace duro ver a
tanto descerebrado en posición genuflexa. Sobre todo en el aniversario del desembarco
de Normandía. Es absurdo hacer una comparación entre esa
juventud que era masacrada en la Playa
de Omaha y los que hoy protagonizan el mayor espantoso de los ridículos.
Porque los primeros se sacrificaron para librar a la vieja Europa del fascismo, y la única renuncia que hacen los segundos es pasar media hora sin móvil. Y lloriqueando.
A todos
estos grupos que se denominan antifascistas- en realidad sus actitudes
recuerdan a los camisas pardas- les recomendaría el libro de Cornelius Ryan “The longest time” que
recoge una de las gestas más legendarias de nuestra historia. Tal vez así llegaran a conocer las andanzas de aquellos que se fueron demasiado jóvenes. Algunos murieron matando. Otros gritaban los
nombres de sus madres al experimentar el terror de ver sus cuerpos destrozados por las balas alemanas.
Yo, que crecí liberal y libertario, jamás pensé
arrodillarme ante nada, ni ante nadie. Sin embargo, en una mañana de un otoño mal
encarado de 1994, sentí la necesidad de
hacerlo. Ocurrió en el cementerio
americano de Omaha Beach en Colleville sur, sobre la costa normanda. Un
camposanto que es un remanso de paz que incita al recogimiento y a la oración. Un
espacio verde encaramado en un acantilado con vistas a la playa de Omaha, 10.000
cruces blancas perfectamente alineadas apuntan a América. 70 hectáreas que abrigan las tumbas de los soldados
estadounidenses que sacrificaron sus vidas por la libertad el 6 de junio de
1944. Ante aquel bosque de cruces, mis
rodillas tocaron la hierba para rendir homenaje
a nuestros héroes. Pero no me pidan que
yo me postré a los pies de nadie porque ni es mi estilo, ni soy racista, ni soy tan idiota como para
pedir perdón por una muerte ocurrida a miles de kilómetros de distancia.
Por todo ello, sólo me queda añadir: ¡Que se arrodille su puta madre!
Sergio Calle Llorens