A dos cañas
del mediterráneo un buen amigo mío diserta, a su manera, sobre el desamor. Dice que se siente un perdedor. En ese momento
recuerdo que alguien dejó escrito alguna vez que no hay ganadores en la vida.
A fin de cuentas, esta gira en torno a la pérdida de la juventud, de la lozanía
y, sobre todo, de los seres que amamos. A veces pienso que no es el paso del
tiempo lo que nos hace envejecer, sino la desaparición de las cosas y personas
que importan. Este tipo de envejecimiento no se disimula con maquillaje. Ni se
suaviza con el tiempo. El dolor se refleja en la mirada. Los ojos que han visto
demasiadas cosas terminan por delatarle a uno. Los de mi colega lo dicen todo.
Quiero decirle algo reconfortante pero no me sale. Y mi silencio suena como el
cañonazo de un buque de guerra en la bahía. Me conoce demasiado para que no
note la falsedad en mi tono de voz.
—
Bienvenido
al club de los pagafantas- le digo con una sonrisa a media asta.
—
Cabrón-
contesta divertido.
Apuro mi cerveza y doy un paseo por las
colinas de mis recuerdos. Un recorrido
por las páginas del álbum de mi existencia que deja un rostro envuelto en una
sonrisa dulce. Su recuerdo me desgarra las tripas como el pico de un cuervo. El
sentimiento de pérdida es brutal. En verdad la vida nunca te da avisos. No te
ofrece la menor señal de que quizás estés viviendo un momento único del que
deberías tomarte un tiempo para asimilarlo. Nunca te indica que vale la pena
aferrarse a algo hasta que lo pierdes. Comparto estos pensamientos con mi amigo
hasta que pedimos una nueva ronda.
—
La
gente dice que el tiempo lo cura todo. No es verdad- añade- lo que hace el
tiempo es borrarlo todo. Trascurre inexorable y va erosionando nuestros
recuerdos. Desgastando las grandes rocas del sufrimiento hasta que sólo quedan
esquirlas afiladas, aún dolorosas.
—
Cierto-
contesto.
Las frases
dan lugar a un silencio sobrevenido que aprovecho para concentrarme en los dos últimos meses de mi vida. Días de vino y rosa que
he prometido guardar bajo llave en el ático de mi memoria. Esos días en las que la claridad menguante de los atardeceres me hizo
creer que podría cerrar con éxito esa historia circular mía. Las noches en
las que acuné un viejo sueño de juventud: ella era una ilusión viva y su amor un corazón palpitante. Un músculo que expulsaba sangre ilusionante en cada
latido. Un rayito de sol en las deprimentes mañanas de los lunes. Pero ese
sueño se aleja en silencio como un fantasma.
—
Tienes
razón Sergio.- Somos unos pagafantas. Tipos como nosotros no somos personajes
de película que regresan, resuelven el misterio y se llevan a la chica.
Nosotros nos pasamos de la tercera escena. Personajes secundarios.
—
A
veces nos agarramos a un clavo ardiendo y, claro, nos terminamos quemando. No le
des más vueltas colega- termino diciendo.
Pero mi
amigo le sigue dando vueltas al asunto del desamor. Intento consolarle pero
todo lo que sale de mi boca suena a mentira cochina. En realidad, los mejores
faroles son los que nos echamos a nosotros mismos. Ya tendrá tiempo de
engañarse Ahora nos abrazamos a la botella y bebemos a la salud de las mujeres que
no llegaron a amarnos del todo.
¡Porca
miseria!
Sergio Calle
Llorens