Como muy bien señala Juan
Eslava Galán en su libro “La Primera
Guerra Mundial contada para escépticos”;" los germanófilos abundaban en los
pueblos y ciudades del interior y los aliadófilos en las ciudades costeras, más
liberales y abiertas al mundo. Como ahora”, vuelve a señalar el sabio español,
en el que los habitantes de algunos lugares siguen sin entender una palabra de
lo que significan las ciudades mercantiles. Sin embargo, no quería yo hoy tocar
el tema de los diferentes resultados económicos que se van sucediendo a
consecuencia de lo anterior en la vieja piel de toro, sino en las elecciones
vitales que hacemos los seres humanos.
De pronto una idea ilumina la noche como un relámpago y un
señor de provincias decide abrir un libro de Montaigue. De súbito, una mujer que se siente sola abraza la
compañía de una vieja obra de Josep Pla
y, los ojos con los que mira a la vida adquieren una tonalidad de plata
encerrada en una bóveda celestial de diamantes. En otro lugar sin mar, un
jovenzuelo decide abrazar el espíritu prusiano y, a renglón seguido, disertar
sobre el tema en sesudos artículos que no lee nadie. Se cree un experto. Camina
por la avenida de la arrogancia e, incluso, termina por hacerse entrevistas. Un
cretino en toda regla.
Podemos elegir sin esfuerzo. Lo difícil es
acarrear con lo que elegimos. Yo mismo podría decantarme por una mujer
provista de una delantera nutricia y, pagar unas consecuencias gravísimas. Ya
sea por su mal carácter o por mi querencia suicida por los pechos generosos que muchas veces contienen muy mala leche. Luego arribaría la noche y, en plena
oscuridad, comenzaría a fantasear por aquella otra mujer rubia que destilaba
ternura e inocencia.
Elegir puede ser también difícil pero, sin duda, es mucho
más fácil cuando nos acompaña la brillante visión de personajes como Montaigue. Un señor que se cachondeaba de los
intelectuales de su tiempo y, por qué no, de los filósofos antiguos. Tal vez
por ello hoy el francés sea mucho más actual que toda esa pléyade de aburridos
pensadores.
Michel demostró al mundo que la ignorancia era la madre de todos
los males pero, había encontrado más bondad en las mujeres de pueblo que en
personajes como Cicierón. Incluso fue
capaz de darle la clave a un amigo para mejorar sus problemas de
impotencia. Y es que todo está en la
mente y, si no la conocemos es imposible que podamos tener una vida sexual
plena o, aprender sobre filósofos que expresan ideas.
En definitiva, no todo el mundo tiene la suerte de nacer
junto al mar pero, al menos siempre se tiene la oportunidad de elegir lecturas que,
además de divertirnos, puedan acompañarnos en el azaroso océano vital. La mejor
filosofía, insisto, es aquella que nos permite vivir henchidos de felicidad.
Para lograrlo les recomiendo encarecidamente leer a Montaigue y huyan de los amigos del espíritu prusiano.
Sergio Calle Llorens
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