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miércoles, 11 de enero de 2017

MONTAIGUE


Como muy bien señala Juan Eslava Galán en su libro “La Primera Guerra Mundial contada para escépticos”;" los germanófilos abundaban en los pueblos y ciudades del interior y los aliadófilos en las ciudades costeras, más liberales y abiertas al mundo. Como ahora”, vuelve a señalar el sabio español, en el que los habitantes de algunos lugares siguen sin entender una palabra de lo que significan las ciudades mercantiles. Sin embargo, no quería yo hoy tocar el tema de los diferentes resultados económicos que se van sucediendo a consecuencia de lo anterior en la vieja piel de toro, sino en las elecciones vitales que hacemos los seres humanos.

De pronto una idea ilumina la noche como un relámpago y un señor de provincias decide abrir un libro de Montaigue. De súbito, una mujer que se siente sola abraza la compañía de una vieja obra de Josep Pla y, los ojos con los que mira a la vida adquieren una tonalidad de plata encerrada en una bóveda celestial de diamantes. En otro lugar sin mar, un jovenzuelo decide abrazar el espíritu prusiano y, a renglón seguido, disertar sobre el tema en sesudos artículos que no lee nadie. Se cree un experto. Camina por la avenida de la arrogancia e, incluso, termina por hacerse entrevistas. Un cretino en toda regla.

 Podemos elegir sin esfuerzo. Lo difícil es acarrear con lo que elegimos. Yo mismo podría decantarme por una mujer provista de una delantera nutricia y, pagar unas consecuencias gravísimas. Ya sea por su mal carácter o por mi querencia suicida por los pechos generosos que muchas veces contienen muy mala leche. Luego arribaría la noche y, en plena oscuridad, comenzaría a fantasear por aquella otra mujer rubia que destilaba ternura e inocencia.

Elegir puede ser también difícil pero, sin duda, es mucho más fácil cuando nos acompaña la brillante visión de personajes como Montaigue.  Un señor que se cachondeaba de los intelectuales de su tiempo y, por qué no, de los filósofos antiguos. Tal vez por ello hoy el francés sea mucho más actual que toda esa pléyade de aburridos pensadores.

 Michel demostró al mundo que la ignorancia era la madre de todos los males pero, había encontrado más bondad en las mujeres de pueblo que en personajes como Cicierón. Incluso fue capaz de darle la clave a un amigo para mejorar sus problemas de impotencia.  Y es que todo está en la mente y, si no la conocemos es imposible que podamos tener una vida sexual plena o, aprender sobre filósofos que expresan ideas.

En definitiva, no todo el mundo tiene la suerte de nacer junto al mar pero, al menos siempre se tiene la oportunidad de elegir lecturas que, además de divertirnos, puedan acompañarnos en el azaroso océano vital. La mejor filosofía, insisto, es aquella que nos permite vivir henchidos de felicidad. Para lograrlo les recomiendo encarecidamente leer a Montaigue y huyan de los amigos del espíritu prusiano.


Sergio Calle Llorens

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