Nunca me han
gustado las palmaditas en la espada por miedo a acostumbrarme. Jamás he
aceptado las medallas por temor a que con su peso me impidan seguir mi camino.
Además, el riesgo de que te las concedas es que luego se sienten con el derecho
a una fidelidad extrema. Lo mío es colocar un paso tras otro sin hacer ningún ruido
en la gravilla. Sin comprometerme demasiado con nadie. Aplicar soluciones
individuales a problemas colectivos. Pasar por el tapiz terráqueo con un ojo en
el mar y otro en mi corazón. Me abruma el ruido y tengo una querencia especial
por el silencio. No soporto las conversaciones vacías y los discursos llenos de
tópicos. Ciertamente mis opiniones no valen ni un pimiento pero, aquí sigo
dándole a la tecla incluso cuando me estoy quedando sin cielo.
Al contrario
de los que se puede desprender de mis textos, soy alguien que huye de los
conflictos pero, si alguien cruza la línea que ha marcado mi acero, tomo la
espada y acometo con la furia de un soldado de los viejos Tercios de Flandes. Algo
chapado a la antigua suelo ceder los asientos a las señoras en el metro y,
jamás alzo la voz más allá de lo necesario en un lugar público. Me encuentro
muy cómodo entre libros y escuchando a los que saben. Mi amor a las lenguas se
remonta a mi más tierna infancia. Me recuerdo siempre con un libro en la mano
aunque fuera en otra parla y, de aquello me viene una alergia tremenda hacia
los separadores y los separatistas patrios. Lejos de la mar y de las letras me siento
completamente perdido y sólo las huellas sonoras del Rock and Roll hacen que no
termine sonado del todo.Siempre me ha interesado más el resultado del arte y algo menos el proceso que ha usado el artista para alcanzar el fruto. Las obras maestras deben de ser como esas mujeres que tras pasar horas arreglándose aparecen radiantes para una cena con velas. Personalmente no me importa lo que hayan hecho para estar tan bellas porque lo relevante es el acabado. A muchos escribidores les encanta escucharse hablando sobre la psicología de sus personajes. Suelen usar teorías a cual más rebuscada para parecer intelectuales de primer orden. Yo me decanto por no explicar nada porque todo está queda aclarado en la obra que es un espejo del que la admira. A veces he encontrado más profundidad y belleza en un buen plato típico de los Montes de Málaga que en una delicatesen servida en un restaurante de Manhattan. La cocina debe de ser más efectiva que efectista y el arte, imagino, una forma de explicar el mundo.
Mi universo es multicolor pero no parece ser apreciado por el prójimo que se declara daltónico. También podría ser que mis tonalidades sean más grises una postal antigua. Soy todo dudas. Mi única certeza es que todos los que acuden a un servidor en busca de consejos cuando tropiezan en las piedras de la vida, se esconden tras a ellas, o desaparecen en un halo de misterio. Dejemos que ese enigma vital sea envuelto por el silencio de la noche.
Sergio Calle
Llorens
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