martes, 16 de septiembre de 2014

SUPRIMIR LA AUTONOMÍA


El otoño político español pinta malencarado. Y todo porque a una parte de la población catalana le han colado más trolas que la página editorial de El País. Ese periódico que acusa a la Jueza Alaya de ser responsable hasta de la muerte de Kennedy. En realidad pocas cosas engañan más que la memoria, sobre todo cuando está en manos de vendedores de una historia tan falsa como la sonrisa de María Gámez. Parte de esas trolas se desvanecían en un espejismo acuoso bajos cielos de plomo. Ahora, en cambio, todo se ha desmadrado con los intentos catalanistas de crear una nación donde antes sólo hubo una marca hispánica.

Sorprendentemente parte de la población del resto de España se ha tragado ese discurso nacionalista periférico; Cataluña versus España. Recordemos a esos cientos de cretinos que trabajan en televisión que aún siendo de Toledo o Soria preguntan a los extranjeros si hablan castellano. Todo es consecuencia de lo que han cedido los gobiernos del PSOE y del PP, tanto monta, monta tanto en esta historia de taifas ridículas. Y todo es tan esperpéntico que hasta Paquirrín parece saber más de historia que el mismísimo Pep Guardiola.

Los nacionalistas catalanes tienen un claro talento para el folclore folletinesco. Un movimiento que siente querencia por las manifestaciones con antorchas estilo Hitleriano. En cualquier caso, en estos tiempos se puede afirmar que hablar es de necios, callar es de cobardes y escuchar es de sabios. Por eso hemos de poner el oído para enterarnos que parte de la sociedad catalana quiere la independencia pero sin pagar el precio. Es obvio que una cosa es organizar verbenas y otra sacrificarse por la causa.

La realidad es tozuda; Mas no va a organizar ningún referéndum ilegal y tratará, como no podía ser de otra manera, de acabar la legislatura para poder enfrentarse a Esquerra en las próximas elecciones autonómicas. Y si éstas fueran ganadas por ese tipo sacado de la película de Babe el cerdito, la cosa se pondría fea. Probablemente una declaración unilateral de independencia y el Estado suspendiendo la autonomía.

El primero que ha apuntado esa posibilidad ha sido el ministro Margallo y se ha armado la marimorena. A la izquierda española le parece mucho mejor que cualquiera se salte la ley a aplicarla. Nada nuevo bajo el cielo de aquellos que apuestan por la alianza de civilizaciones como remedio para que los moritos no usen las bayonetas como supositorios en nuestros culitos. No entienden que tirar alpiste en esa boda puede terminar como “Los Pájaros”, aquella magnífica película de Hitchcock.

Suprimir la autonomía catalana podría excitar a la muchachada nacionalista. Saldrían todos a la calle indignados pero, a los tres días, estarían  haciendo de tenderos que es lo mejor que hacen los catalanes. Seguirán siendo españoles, eso sí, muy frustrados y echando miradas sulfúricas a todo aquellos que les han llevado a una nueva derrota. Esos que podrían haber usado su tiempo en evangelizar a los monos.

En cualquier caso, hoy, por primera vez un miembro del gobierno del Reino de España ha afirmado en público lo que yo llevo defendiendo la última década; supresión de autonomías que se salten la ley o que la apliquen para ejercer el latrocinio institucionalizado. Cataluña podría ser la primera, y Andalucía, la siguiente. Un servidor, por si acaso, ya he empezado a tomar medidas a Margallo para poder hacerle una estatua en La Malagueta, junto al mediterráneo, con los destellos de cobre y su neblina azulada.


Sergio Calle Llorens

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