jueves, 5 de diciembre de 2013

LA SUERTE


Mi padre solía contarnos esta historia junto al fuego para ilustrar el tema de la suerte; un hombre era agricultor y tenía un caballo que le hacía todo el trabajo sucio. Un día, el caballo se escapó y los vecinos vinieron a interesarse por el asunto. Más que nada querían solidarizarse con el pobre hombre. –Qué mala suerte- dijo el amigo Bernardo. Sin embargo, el agricultor se quedó pensativo y replicó; ¿Buena suerte, mala suerte? ¿Quién sabe?

Dos semanas más tarde, el animal apareció con una manada de caballos que se había traído de las montañas. El agricultor, de un golpe, recuperaba a su amado amigo y se quedaba con algunos ejemplares más. Entonces los vecinos fueron a felicitarle por la buena nueva. El agricultor sonrió y volvió a responder con un escueto; ¿buena suerte, mala suerte? ¿Quién sabe?

Al día siguiente, uno de los hijos del agricultor comenzó a montar a uno de los caballos salvajes. Al principio todo fue bien pues el animal parecía seguir las indicaciones del muchacho, pero finalmente el corcel lo derribó rompiéndole una pierna. Una vez más, los vecinos lamentaron el percance con un; ¡qué mala suerte! Empero, el agricultor les dedicó su frase favorita; ¿mala suerte, buena suerte? ¿Quién sabe?

No habían pasado ni 24 horas, cuando los hombres del Rey nuestro señor llegaron al lugar para reclutar a todos los jóvenes sanos del pueblo. El hijo del agricultor no fue llamado a filas porque tenía la pierna fracturada por tres sitios diferentes. ¿Buena suerte, mala suerte? ¿Quién lo sabe?

Con esta historia mi padre nos ilustraba de la suerte como aquella fortuna que nos ocurre sin que hayamos hecho nada por merecerla. Véase ganar a la lotería o encontrarnos dinero en el suelo. La buena suerte, en cambio, es aquella que llega por nuestra actitud y aptitud. Años de trabajo que culminan con la recogida del fruto que tanto anhelamos. La mala suerte es el inverso de la anterior.

En realidad, las personas culpamos de todos nuestros males a la mala suerte sin un mínimo de conciencia crítica. Es el mal andaluz por antonomasia. En cualquier caso, de esta historia paterna aprendí que no debemos pensar demasiado en la providencia sino trabajar en pos de nuestros sueños. A veces el mundo conspira en nuestra contra y no podemos hacer nada por evitarlo. Por eso, preocuparse demasiado por el futuro es simplemente un desvarío porque, entre otras cosas, no sabemos si existirá. Hemos de trabajar por él disfrutando el presente porque, pienso, al final todo terminará saliendo razonablemente bien. Y si no sale, es que hemos llegado a la consumación de nuestras vidas. ¿Mala suerte, buena suerte? ¿Quién sabe?

Sergio Calle Llorens

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