Para los políticos, sin distinción de
ideología y, para los periodistas que les apoyan, un parado no es más que un
número que echarse a la cara a la hora de luchar por los votos. Parias a los
que sólo se alude cuando se trata de colocar el estandarte de sus formaciones
en los múltiples parlamentos que hay en España. Luego, sólo el lado perdedor se
acuerda de ellos. El ganador, en cambio, usa absurdos eufemismos para evitar
llamarles por el verdadero nombre. La ministra del PP, Fátima Báñez, llegó a
afirmar que la salida de jóvenes sin empleo de España se llama movilidad
laboral. El imputado Griñán dijo que la culpa del paro en Andalucía la tenía
China. Huelga decir que sus afirmaciones son disculpadas por una pléyade de
chupatintas que cobra del erario público.
Convendría aclarar que el parado es un
ciudadano que ha perdido su trabajo y,
no pierde tiempo en intentar encontrar otro. Empero, pasan las hojas del
calendario y aquellos atardeceres tan bellos dejan de tener sentido. Se siente
un completo inútil y, cada vez tiene más difícil salir de casa un lunes por la
mañana. Asiste a entrevistas de trabajo donde siempre hay otro que se lleva el
gato al agua. Y vuelve a casa derrotado, una vez más. A veces, su mujer le
sorprende mirándola mientras piensa en el mal negocio que hizo la pobre
casándose con él. Por supuesto, sigue enamorado de ella hasta las trancas y le desea un futuro mejor. Luego mira a sus
hijos que ya van teniendo una edad y preguntan por qué el padre se queda
siempre en casa. A veces, cuando ellos no están, la pena le atrapa y llora de
auténtica desesperación. En ocasiones fantasea co la idea de quitarse la vida. Y no piensen que es extraño, España tiene el
menor número de suicidas de Europa, sencillamente porque no existen
estadísticas fiables, ya que para los contabilicen, el suicida debe cometer el
acto ante presencia de testigos. Que la gran mayoría de españoles desconozca
este secreto, no le quita ni un ápice de veracidad al asunto.
El parado vive de los recuerdos de un tiempo
en los que se sentía útil. Ahora se mira al espejo y no reconoce al tipo que le mira desde el otro lado. Se
siente cansado, humillado y vive e la más completa oscuridad. No sale de casa
para que los vecinos no sepan que sigue en la cola del paro. Escucha la
televisión con el volumen al mínimo. En las celebraciones, el parado opta por
no hablar demasiado para evitar que alguien le recuerde su maldita condición.
Bebe para olvidar sin percatarse de que no hay brebaje en el mundo que le libre
de esa pesadilla. Cuando escucha a los políticos discutir sobre sus cuitas, una
profunda rabia se apodera de él y, piensa que llegado el momento, no le
importaría llevarse por delante a unos cuantos y, con mucho gusto.
El parado intenta olvidar que lo es, pero
cualquier conversación banal sea del precio del carburante, a las vacaciones de
la cuñada le llevan a sumergirse más en la convicción de que es un deshecho
humano. Su compañera trata de inyectarle ánimos con su ternura infinita, pero él siente que no la
merece y, comienza a perder el apetito y las pocas ganas que le quedan por
vivir. Ser parado, más que nada, significa estar muerto. Una condena en vida.
El tiempo no pasa igual para un desempleado.
Los segundos son minutos y las horas parecen un siglo. Su lamento se transforma
en un blues cantado en la sombra de la noche. Formas musicales de doce o
dieciséis compases para sacar fuera el dolor del corazón. Una melancolía
repetida tres veces que aúllan a la luna los nuevos esclavos de occidente.
Letras que hablan de pobreza mientras los ricos se hacen más ricos. Melodías
desgarradas que huelen a la más profunda desesperación. Shuffles de blues
refuerzan el ritmo y el patrón de llamada y respuesta, pero nadie replica. El
parado se muere por dentro mientras la casta política, esa que vive en un mundo
paralelo, desconoce el verdadero significado de la tragedia por más que escuche
el blues del parado en las esquinas de nuestras ciudades. Tras más de 32 años
de socialismo en Andalucía, sólo hay dos opciones para el parado: el camino al
aeropuerto de Málaga o comprar un trocito de tierra en el cementerio. Es el
blues del parado.
Sergio Calle Llorens
Hola, lo acabas de describir magníficamente, conozco a muchos parados que están en esa situación, que jamás pensaron lo que les deparaba la vida, y ante esa disyuntiva y ese infierno han decidido quitársela. Yo soy una parada y como mujer, amo la vida, siempre hay una salida, aunque sea la contemplacion de una puesta de sol junto al mar en la mas absoluta de las soledades. Siento mucho lo de tu amigo. Saludos Sergio de una seguidora que le encantas cuando no insultas, ni la llamas loca. El odio y el rencor no lleva a ninguna parte.Solo pido vindicar mi buen nombre.
ResponderEliminarBRAVO, BRAVO, BRAVO. SUSANA
ResponderEliminarEl mejor artículo que he leído en años sobre los parados y la tragedia que sufrimos. Escribes con laS entrañas y me encantas. Berta Gaelle
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