En la ventana indiscreta, el maestro del
suspense coloca al espectador en el lugar del protagonista de la película a
base de hacerle ver lo que él ve. Contemplar a la joven bailarina ligerita de
ropa u observar a corazón solitario hundida en la niebla de su soledad provocan
sentimientos encontrados en todos nosotros. Hichcock lleva el voyerismo hasta
sus últimas consecuencias. ¿Quién podría dejar de mirar a la vecina de enfrente
mientras se desnuda? Y es este voyerismo lo que el inglés aprovecha para crear una
obra maestra del suspense.
En la cinta, el fotógrafo L.B Jeffries se ve
forzado a permanecer en casa a causa de un accidente laboral. Con la pierna
escayolada pasa el tiempo ante una ventana que da a un patio de vecinos. Las
horas pasan lentas, tediosas, recibiendo alguna visita esporádica y, sobre
todo, observando desde su atalaya. Con el zoom de su cámara contempla el
espectáculo de las debilidades humanas. Jeff se siente culpable por su nuevo
papel de mirón, pero una extraña fascinación le atrapa por el universo que se
abre ante sus ojos. Curiosamente, las dos únicas ventanas del patio que
permanecen cerradas, son las de una pareja de recién casados que hacen el amor
a todas horas y la de un caballero que ha matado a su pobre mujer enferma.
Completan el edificio la pareja sin hijos, el compositor que ahoga sus penas
porque las musas no vienen a nunca a visitarlo, la hermosa bailarina. A todos
ellos, los conocemos a través de Jeff y de Hitchcock.
La genialidad cinematográfica del inglés
estriba en que en una misma escena vemos un primer plano de James Stewart. Mira
por la ventana y ve un perrito al que bajan al patio en un cesto; volvemos a
ver al de Indiana que sonríe. Ahora en lugar del perrito que baja en un cesto,
contemplamos a una muchacha semidesnuda ante su ventana abierta. De bueno a
sátiro en cuestión de segundos. En ningún momento, la cámara de Hitchcock
abandona la habitación de Jeff. Empero, las historias cobran vida a un ritmo
ágil que envuelve al espectador como una niebla fantasmagórica al anochecer. En
ninguna otra película de Hitchcock, sus personajes hablan menos haciendo verdad
el dicho de que una imagen vale más que mil palabras. Como no recordar esa
primera imagen de la película donde Stewart está sentado de espaldas a la
ventana. Duerme. Después un vistazo rápido al patio y a su interesantes vecinos
para tornar a la firma de la escayola de nuestro protagonista; L.B Jeffries. En
el siguiente plano se encuentra una cámara rota y unas fotos enmarcadas. De
ellas deducimos, elemental querido Watson, que estamos ante un importante
fotógrafo.
La idea del a Ventana Indiscreta le vino a
Hitchcock sugerida por dos hechos reales; los casos McMahon y Crispen. Ambos
fueron descubiertos por detalles similares a las que se narra en la película.
Inicialmente, el director quería rodar en edificios reales pero debido a la
mala iluminación de los mismos le hizo desistir, optando por unos decorados
construidos porla Paramounty que incluía, por supuesto, los treinta
apartamentos. Hitchcok, en un alarde de perfeccionismo, llegó a situar en una
dirección real de Nueva York (125 Cristopher Street en Greenwich Village).
Desgraciadamente para él, la ley norteamericana prohíbe que en las películas se
ubique un crimen en una dirección existente, por lo que se vio obligado, muy a
su pesar, a cambiar el nombre de la calle para el rodaje.
En la ventana indiscreta, una elegante Grace
Kelly hace el papel de Lisa Carol Freeman. Modelo que aspira a casarse con el
fotógrafo L.B Jeffries. En cada escena, la vemos con un vestuario distinto,
incluyendo ropa de noche. La actriz de origen irlandés luce como una estrella
brillante en la bóveda celestial. Según contó la que más tarde sería Princesa
de Mónaco, había una razón para cada estilo, para cada color. Todo estaba perfectamente
planeado por la mente del genio del suspense. Es uno de los elementos que une a
Grace con el resto de las mujeres del film que vemos a través de la ventana
indiscreta de su novio. La elegancia de Kelly portando los trajes elegidos por
la diseñadora de modas Edith Head, dan a la película un toque de clase sublime
en contraste, por supuesto, con el estilo descuidado de su novio. Un hombre que
tiene pánico a los compromisos y que encuentra en la vida de los otros, una
buena forma de huir de ese enlace matrimonial que tanto teme. En ninguna otra
película, Grace Kelly ha estado tan guapa y radiante.
Hitchcock demuestra su erotismo hacia el
voyerismo y disfruta con la belleza de las mujeres bellas. Proyecta como nadie
esa dinámica sexual entre hombre y mujer. Y es que todo el cine del inglés es
un ejercicio de observación de los secretos de los demás. En Psicosis, Norman
Bates usa un agujero tras un cuadro para ver a las mujeres desnudas. En los
Pájaros, Melanie Daniels, (Tippi Hendren), se esconde para ver la reacción del
protagonista masculino cuando encuentre en la casa la jaula con los dos
periquitos. En La
Ventana Indiscreta , Hitchcock lleva más lejos la práctica de
ver sin ser visto tratando sus consecuencias. Es un intento de comprender mejor
la condición humana y, si se puede, tratar de mejorarla. Inmiscuirse en la vida
de los demás, o simplemente pasar de largo cuando vemos al prójimo en apuros.
Eso es lo que plantea, en definitiva, la película.
Jeff decide que debe de hacer algo para que
el crimen de su vecina no quede impune. Él comprueba que detrás de esas paredes
se encuentra el bien, la desgracia, el amor pero también la maldad de un
criminal. Con la ayuda de su novia, inician un peligroso juego en el que se las
ven con un asesino interpretado por el actor Raymond Burr (más conocido por su
papel en Perry Mason). Sublime es la escena en la que Lisa (Grace kelly) se
cuela en el apartamento del asesino para hallar una prueba contra él. Cuando
encuentra la alianza de la mujer muerta se la pone en el dedo y coloca la mano
a su espalda, con el fin de que, desde su ventana, Jeff pueda ver la alianza.
Es un doble triunfo; el éxito por haber encontrado las pruebas y la victoria
que simboliza su sonrisa al conseguir la ansiada boda con su enamorado.
El film es una obra maestra que con el paso
del tiempo sigue ganando en consistencia, como los vinos. Beberse esta copa es
una de mis prácticas habituales cuando quiero recordar que el cine fue, una
vez, como un cielo de color mermelada anaranjada, saturado de vapores azulados.
Del lector depende beber del cáliz de la hermandad de los amantes del suspense.
La recompensa, ya les digo, es el paraíso donde Hitchcock es el Dios
ominipotente.
Sergio Calle Llorens
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