Tuve una vez
un amigo pinturero que se parecía a Marty Feldman, pero mucho más feo.
Un tipo al que le gustaba reírse de todos los defectos físicos de los demás. Tenía
además deplorables gustos musicales que iban desde Siempre Así a los Romeros
de la Puebla. Eso sí, disimulaba muy bien sus querencias tarareando
canciones en inglés, aunque ni siquiera era capaz de dominar la lengua de
Cervantes. De hecho, el tema comunicativo no era su fuerte porque cambiaba
las tildes de lugar a la hora de hablar y así era imposible entenderle. Recuerdo que
hartos de sus salidas de tono, nuestra pandilla le tendió una emboscada en un
hotel del sur de cuyo nombre no quiero acordarme. De lo que sí me acuerdo, porque
me produce carcajadas, es el día en el que le dejamos a la altura del betún
ante sus jefes hablando de sus visitas a los lupanares. La venganza es un plato
que se sirve frío. Con los años el tipo se ha vuelto, como todos, un poco más
feo y pasa su tiempo con la horripilante de su mujer mientras hace fotos de su
pene porque le dijeron que subiera a Wallapop todo aquello que no usa.
Otro conocido
que me dio tardes de gloria fue un tipo pequeño cuyo pensamiento parecía sacado de un tratado filosófico del siglo XIX. Recuerdo que hablaba con un estilo alambicado. También tenía pasión por las
frases rimbombantes. Curiosamente nunca cambiaba su discurso de cura de pueblo
y le daba igual que su interlocutor fuese el jefe o el niño de la vecina. Decía
cosas como cuando falleció mi tío o yo considero cada tres minutos. Le
bautizaron como Tío Gilito porque era de la cofradía del puño. Sus
familiares, que lo conocen bien, cuentan que cada vez que soñaba que cenaba en
un restaurante se despertaba para no pagar. Para que se hagan una idea acertada
de su tacañería les diré que una vez tuvo una novia durante unos meses, y
cuando ella le dejó no se puso triste por el tema sentimental sino porque,
ojito, tuvo que pagar la cuenta en un restaurante una noche en la que terminó practicando sexo
recreativo sin ánimo reproductivo. Ebenizer Scrooge, antes de la visita de
los tres fantasmas, era un tipo generoso y desprendido comparado con él.
En la
categoría de féminas me viene a la memoria una chica que me dijo que le gustaba
mucho cuando callaba y muy poco cuando reía. Yo tenía 15 años y ella ya tenía el espíritu de una mujer cansada. Muchas lunas después me hallé lidiando con mujeres
del este que hablaban de la calidad de la cocina de su país cuya fama no es
alabada en ningún sitio. Eso les daba igual. Hubo alguna que trató de demostrar las cualidades de
su deficiente alimentación. Al final pude entender que una receta no tiene alma, es
el cocinero quien debe darle alma a la receta. Y estas chicas la perdieron
entre frías nieves. Ese polvo níveo que congela el entendimiento de aquellos
que dicen ser de Europa, pero no rozaron, ni por el forro, la cultura grecorromana
y el siglo de las luces porque malvivieron en la oscuridad soviética. En definitiva,
unas desgraciadas cuyo ideal estético es un hombre con billetera extensa que
las mantenga de por vida.
¡A resultas
de todo esto puedo exclamar: demasiado he aguantado!
Sergio Calle Llorens
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