Ella murió
cuatro días después de mi nacimiento sin saber que dejaba una semilla imperecedera.
Una pepita de oro que crecería hasta llegar al parnaso de las letras
ilusionadas. Sus libros huelen a hierba mojada recién cortada, a jazmines y a
damas de noche porque yo los leía en veranos interminables en los que emulaba las aventuras de los Cinco. Enyd Blyton fue la mujer que
me guió por el sendero literario. La mujer que fue capaz de poner, por primera
vez en mi vida, orden en el caos del universo. La autora que creó una magia
que yo siempre presentía lejos de la rutina de los estudios escolares.
Fue mi
hermana Susana la que me invitó a leer los Cinco en el Cerro del
Contrabandista. Una historia
magistral con unas extrañas luces en el viejo torreón y un misterio en
mitad de la madrugada lleno de silencios y ruidos extraños que me fascinaron por completo. Incluso hoy
recuerdo, yo tengo memoria fotográfica, cómo la luna se filtraba en mi
habitación y sentía los corazones de Julián y Dick que iban en busca de
lo desconocido. En total fueron veintiuna novelas en las que dos chicos y dos
chicas, aunque Jorgina insistía en ser llamada Jorge, y un simpático perrito, vivían todo tipo de aventuras tras meriendas deliciosas e incursiones en
pasadizos secretos y en sótanos de castillos fantasmagóricos.
También me viene a la memoria la tristeza
infinita que me atenazaba cuando llegaba a las últimas páginas de cada libro.
Era como despedir a unos amigos a los que no podría ver hasta las próximas vacaciones.
Así que mi hermana y yo acordamos pedir a nuestro padre un libro de Los
Cinco en la Feria del Libro de Málaga que entonces estaba sita en el
maravilloso parque de la ciudad. Cada uno un título diferente para alargar el
placer de la lectura.
Desde aquellos mágicos años no me he cansado de recomendar esta saga literaria a todos los que me han querido escuchar. Hoy, evidentemente, tengo otras lecturas y he creado a los personajes de mis libros que, para más Inri, se me rebelan de cuando en cuando. Sin embargo, cuando llega el estío enciendo una vela por el alma imperecedera de la escritora inglesa, en esta vida siempre hay que ser agradecido, y comienzo a releer una de sus novelas. Cada verano una diferente. Es mi forma de volver al paraíso. Es mi manera de retornar al orden de un mundo que ya ha desaparecido. Es mi modo de sentirme acompañado cuando el corazón se me llena de sombras. No me importa lo ñoño que puedan ser algunos diálogos. Ni siquiera me molesta lo previsible que son los finales. Para mí estas lecturas vienen a significar que todavía no he perdido mi alma de niño inquieto. La de ese chaval que reía ilusionado al acariciar las páginas que nos dejó Enyd para la posteridad.
Sergio Calle
Llorens
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