A íker
Jiménez no le perdonarán jamás haber sido el único periodista español que alertó,
y con muchos meses de antelación, sobre el peligro del Covid. Tampoco le
perdonarán nunca al de Vitoria haber creado un formato televisivo en el
que habla de política. Les hablo de Horizonte que se emite en Cuatro y
no del confín que según Yolanda Díaz no saben apreciar los niños de Madrid.
A Íker le dejan hacer cuando habla de
fenómenos extraños, pero la tropa progresista se pone de uñas cuando expone los
datos fríos que apuntan claramente a que la mayoría de delitos sexuales
contra mujeres los protagonizan extranjeros en España. En verdad, no hay
nada más revolucionario que contar la verdad y, aunque finjan no saberlo, es la
principal misión de un periodista.
Íker puede gustar mucho o no gustar nada,
pero nadie puede negarle que en un mundo que busca respuestas, digo yo, lo más
positivo en formular las preguntas pertinentes. En este sentido, las cuestiones
que aparecen en sus programas atienden a esta formula que hace progresar, al
menos en el mundo libre occidental, al ser humano. Cuestionarlo todo es sano y
aumenta las cotas de libertad de cualquier pueblo. Quiero decir que nadie se
lleva las manos a la cabeza cuando Enrique de Vicente- el hombre cuya lengua
no conoce descanso- expone su visión más heterodoxa de los temas de misterio,
pero esas mismas manos ansían los cuellos de Jiménez y de Carmen Porter
cuando tratan con visión crítica los temas de la actualidad más candente.
La progresía
no quiere debates sobre asuntos espinosos como la inmigración, la violencia sexual
o la corrupción del gobierno. Para hablar de esas cosas ya están los chicos del
Grupo Prisa y sus satélites informativos. Ese emporio empresarial que es
capaz de criticar las condiciones laborales de los bailarines de Nacho Cano
en Malinche, pero olvida que el Ministerio de Trabajo multó a El
País con 60.000 euros por el abuso laboral a sus becarios.
El vasco trata de hacerse perdonar trayendo a Horizonte
a gente de todas las ideologías, especialmente de medios que le ponen siempre a
parir. Mis favoritos son dos; un tal Carmelo que ha llegado a
justificar todas las tropelías de la secta del capullo, incluidos los ERE de
Andalucía, y una chica muy mona de Lo País que antes de exponer su
argumentario nos recuerda siempre que su abuelo era progresista y luchaba por
la libertad. En verdad me gustaría que personas como ella dieran el nombre
completo del familiar para que los demás pudiéramos bucear en los archivos para
conocer, y de primera mano, las tropelías de estos abuelos cebolletas. Porque
claro, ellos eran puros y limpios y no fusilaron a nadie en la guerra incivil española. En
realidad, esta gente siempre quiere jugar la partida, también de las ideas, con
las cartas marcadas, y por eso nos recuerda a cada ratito que ellos son los
buenos y hay que perdonarles todo por muy cochambrosas que sean sus opiniones.
Por otra parte, pienso que ver Horizonte
es más farragoso que ver Cuarto Milenio porque el primer espacio une a
los amantes del misterio y el segundo desune a estos mismos fans porque
no todos aceptan que el otro pueda tener una opinión contraria a la suya y nunca
llueve a disgusto de todos.
Por todo lo
expuesto en líneas precedentes el capitán de la nave del misterio va camino
del Gólgota. No lo lleva nadie porque él camina solito hacia allá con gusto. Los tiempos han cambiado. Los vientos de la
mar se han tornado hostiles e íker debería saber que su fecha de salida
de la parrilla televisiva está marcada en rojo en el calendario progre que ve el
mundo en términos binarios: buenos y malos. Fachas y progresistas. Blancos y
negros. Después de todo los
chicos del baby boom hemos terminado perdiendo todas las guerras por la
libertad de expresión y nuestras ilusiones libertarias mueren siempre al alba en
una playa malagueña como muy bien sabía el General Torrijos. Hasta entonces,
muchas gracias a los que navegan por el azaroso mar de la información en un barco
llamado Horizonte.
Sergio Calle
Llorens
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