Me he
tragado tantos sapos en mi vida que se me ha terminado poniendo cara de anfibio. De hecho, como buen batracio, puedo saltar de
roca en roca sin mojarme en la imponente charca en la que vivo. Quiero decir
que he aprendido algunas lecciones vitales que me alejan de los problemas más
serios. En mis correrías nocturnas llegué a la conclusión de que no
se pueden escribir muchas verdades cuando se habita en una casa de cristal.
Comprendí que en nuestra sociedad la oscuridad es absoluta y la amnesia
histórica total. Entendí que las palabras España y justicia no casan nunca
en una frase. Abracé finalmente la certeza de que nunca he sido el más popular
de la clase y que mi compañía resulta molesta. Después de todo, habitamos un universo que desprecia al disidente, pero siendo justos, este rebelde tampoco
saltaría de su charca a ayudarles porque su mundo ya no es mi mundo. Así que estamos
empatados. Otra de mis certezas vitales
adquiridas a base de palos es que sí como animal de compañía me encuentran detestable,
as entrepreneur i have always something squirreled away for a rainy day,
lo que, bien pensado, me convierte en un tipo sensato que da buenos consejos. Asesoramientos
que sólo comparto en mis textos porque ya me da pereza cualquier tipo de
ejercicio físico, y eso incluye al movimiento lingual, que no vaya destinado al
orgasmo.
La conclusión es evidente: Soy un sapo
solitario que le canta a la luna su serenata. Un anfibio que vive escondido
bajo los pétalos y que sólo sale a la superficie para disfrutar de los efluvios
de la dama de noche en el verano. Sólo les pido que intenten no pisarme. Sólo
eso.
Sergio Calle
Llorens
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