Amanece por
el mar con un despunte anaranjado en el cielo donde pequeñas nubes grises
contemplan a las olas llegando dulcemente a la orilla. Cada amanecer es distinto.
Lo que no cambia es la belleza de estas estampas marinas cuyos nombres tienen
un lugar de honor en mi corazón; el antiguo barrio de pescadores, el Balcón
de Málaga, la Posada del Mar, los acantilados del Cantal, la Avenida del Mediterráneo, el Paseo ecológico, la Playa de los Rubios, Torre de Benagalbón. Aquí soy feliz lejos del
bullicio de los quehaceres humanos.
En este
refugio marino ojeo el pasado en el que un beso de sal selló mi destino para
siempre. Ella siempre supo besar cálidamente y mi alma se lo agradece eternamente. Los recuerdos llegan en catarata
a la hora en la que las campanas de la iglesia de la Cala tocan por el alma de los
marineros muertos en alta mar. En la emita cercana una oración susurrada hace conmover hasta a Noctiluca que, además de gracia, tuvo hasta su templo en una
pequeña isla frente a la playa.
Historias
del rebalaje. Relatos de naufragios. Crónicas de contrabandistas y ese amor recalentado al arrullo del mar que funciona como
la banda sonora de mi vida. Notas acuosas y musicales que parecen decirnos que
nuestros Dioses están cansados y los mitos de esta cultura Mediterránea,
antigua y mestiza, se asomas detrás de las torres vigías que pueblan estás
mágicas costas. Tal vez estos testigos pétreos sean la prueba necesaria para
recordarme que en poco menos de dos generaciones, y con algo de suerte, nadie se
acordará que un servidor hizo y deshizo estos caminos con el alma encendida de
pasiones prohibidas. Serán sombras de un pasado lejano. Penumbras de una única
vida. Soledades ancladas al noray de un puerto fantasmagórico. Amores prendidos
en el fogón de una cocina eficaz. Decepciones eternas que ardían en la coqueta
chimenea. Baladas que seguían al aturdimiento de la pasión. Clásicos de Rock
and Roll bailados con la magia de los elegidos. Poesía enfurecida bajo el amparo de Francisco
de Quevedo. Páginas en blanco escritas con sangre bermeja en honor a los
clásicos de la literatura. Voz aterciopelada que vagó por las ondas en forma
críptica. Pluma que jubiló a mi vieja espada. Baños nocturnos bajo los rieles
de plata de la luna. Entradas a mi choza con mujeres salidas de una
novela de Raymond Chandler. Secretos narrados en lenguas muertas por muchachas vivas. Pues de eso, queridos amigos, se ha tratado todo; de vivir
antes de que la parca empuje mi barca hacia la última singladura en la que no
podré contemplar, muy a mi pesar, la belleza de mi patria chica.
Sergio Calle
Llorens
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