Cuenta la
leyenda que Antonio de la Nari, suizo y ex miembro de la guardia suiza del rey Carlos
IV, murió en 1847 buscando el tesoro almorávide en la Cueva del Higueron. Había pasado más de treinta años cavando
pozos y abriendo galerías. El helvético era, como todos los de esa nación, un
tipo obstinado cuya búsqueda terminó por una carga de dinamita. Desde
entonces, o eso nos dicen los lugareños, el fantasma de este buscador de
tesoros se manifiesta en la gruta. Curiosamente hace cinco años una pareja de
británicos entró en la Cueva del Tesoro sin pagar aprovechando un
despiste de los responsables. El caso es que la gruta cerró y los primos de Drake
se quedaron a oscuras. Parece que, en la zona de los lagos, no muy lejos de
donde el protagonista de nuestra historia ascendió a los cielos, el espectro de
Don Antonio hizo acto de aparición y les gritó: Raus, que en
lengua tudesca quiere decir fuera. Presos del pánico la parejita salió escaleras
arriba. Conozco la historia de primera mano porque yo fui el que tuvo que
llamar para que los sacaran de allí.
A pesar del
tiempo trascurrido el fantasma del suizo no parece haberse eclipsado y son
muchos los testigos que afirman haberle visto. Yo, que vivo a apenas dos
moscateles de distancia de la única gruta marina del mundo que se puede visitar,
ando tras su busca. Anoche me mantuve alerta entre la errabunda luz de la
luna y el perfume delicioso de los pinos, pero ni siquiera bajo las sombras
de las ramas sentí presencia alguna. En el lugar reinaba un ligero viento que
iba corriendo al abrigo de la Cala del Moral. El sonido sordo del Mediterráneo
me hizo recordar que hay rinconeros que aseguran que existe una conexión entre
la cueva y el mar. Yo no he participado
nunca del torrente de optimismo local sobre esa ruta secreta. Así que seguí caminando.
De pronto un susurro en la madrugada. Al volverme a mirar, sólo alcancé a ver
el vuelo de un búho cuya silueta se recorta en una casita blanca iluminada, a
su vez, por la tímida luz de las farolas. El nocturno pareció querer decirme que Don Antonio
se quedó con nosotros porque, hombre de buen gusto, es incapaz de renunciar a
tanta belleza.
Sergio Calle Llorens
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