La esquizofrenia
paranoide no tiene cura. La justicia española tampoco. La enfermedad
mental, que no conlleva alteración anatómica observable, se caracteriza por un
predominio de ideas delirantes y alucinaciones que suelen resultar en graves
lesiones para los demás. ¿Pero qué es un juez? Es un tipo que, tras cursar estudios en una facultad donde jamás se pronuncia la expresión “hacer
justicia”, se encierra varios años a estudiar en un piso. Al parecer es la única manera que existe para aprobar
las oposiciones a la judicatura. El aspirante a señoría pierde, como el
esquizofrénico, todo contacto con la realidad. A resultas de todo esto, cualquier
caso que incluya trato judicial entre un magistrado y un enfermo mental grave
termina siempre en tragedia. Lo repito: juez y un perturbado maridan lo mismo que
“Sevillanas de Brooklyn” con cualquier obra maestra de John
Ford.
Mi tesis explica divinamente la puesta en libertad
de Noelia de Mingo después de apuñalar a ocho personas en la Fundación
Jiménez Díaz en 2003. Tres de ellas murieron. La atacante, que no pasó por
prisión, sino que fue internada en un psiquiátrico, salió del mismo en 2017
para reunirse con su madre casi octogenaria en El Molar. Los servicios jurídicos del Defensor del Paciente
que representaron a las víctimas alertaron del “tremendo error” de su puesta en
libertad. No sirvió de anda y, poco tiempo después, Noelia de Mingo ha
vuelto a apuñalar.
Pero si
grave es la acción de la justicia, no lo es menos el informe favorable de los forenses
y psiquiatras acerca de la mejora de la paciente. En el mismo puede leerse que
la esquizofrenia paranoide de la Señora De Mingo estaba en completa
remisión. Con esta evaluación positiva el juez de turno decidió mandarla con su
madre para que ésta, con ochenta castañas encima, supervisase que tomaba
la medicación. Era evidente para todo el mundo, menos para su señoría y los
psiquiatras, que con esa patología no podía pasar otra cosa. Y a Noelia le
dio por hacer buena aquella vieja canción de Alaska y los Pegamoides: “terror
en el hipermercado, horror en el ultramarinos”.
A día de hoy
hay dos personas graves en el hospital y el juez responsable de poner fin al
internamiento de la susodicha sigue en su puesto. En resumen, no hay
consecuencias para esta casta que se sabe intocable. En las próximas horas
veremos a la pandilla de tertulianos habituales poniendo el grito en el cielo.
Pero no se engañen porque son los mismos que un día niegan las violaciones de grupos
de magrebíes y al día siguiente aplauden que los adolescentes se pongan una
pila en el ano para tener más energía.
Sergio Calle Llorens
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