Aprendí de Robert Louis Stevenson que no
se debe juzgar el día por la cosecha que has recogido, sino por las semillas
que has plantado. Las mías han sufrido
de fiebre polémica porque en el fondo todo buen liberal es un gran agitador. Yo
lo he sido y estoy orgulloso de ello. Mirando hacia atrás no puedo más que
sentir alegría por todo lo vivido. He hecho
sumas y restas y ya tengo elegido hasta mi epitafio: I was born when she kissed me. I died
when she left me. I lived a few weeks while she loved me.
Mi lucha quijotesca contra la injusticia dominante
tiene el aroma del vino librepensador que tanto bebemos a esta orilla del Mediterráneo. Mis silencios efectistas, el latigazo
silbante del insólito adjetivo que riegan las páginas de mis novelas me han
dado la libertad que anhelaba. Soltar lastre para volar. Romper la cuerda que mantenía
mi nave amarrada al noray de un puerto llamado pretérito. Las semillas,
sencillamente, han dado sus frutos; soy libre para encarar los últimos años de
mi vida. Ya nadie podrá detenerme. Ya se han apagado los ecos de las trompetas
de Jericó con su moral trasnochada. Ahora
sigo el anhelo de Goethe de ir siempre desde lo oscuro hasta lo claro,
lo que Ortega y Gasset llamaba la voluntad luciferina. Es curioso, pero una inmensa mayoría ha tratado de brillar intentando apagar mi luz. Espero que sepan perdonarse porque ya tienen
suficiente condena de ser como son.
Todo esto ha
pasado porque la pandemia llegó en el momento justo. El tiempo perfecto para
reflexionar sobre mi vida y tomar las decisiones correctas. Muchas han sido
dolorosas; como la de alejar de mi vida, y para siempre, a personas a las que
quería. Empero, no pueden acompañarme al puerto al que me dirijo. Mi espíritu
libertario se ha impuesto a su odio liberticida que muere en mi playa. No
es que los que me querían mal hayan perdido, es que yo he ganado.
Sergio Calle
Llorens
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