La juventud tiene sus peligros y delirios. Aún así queda el
prodigio de haber materializado algunos libros y unas cuantas canciones para el
recuerdo. Y todo porque vivíamos anclados a un mecanismo narrativo
rockero como Don Quijote embriagado por unos libros de caballería andante.
Unos códigos, en definitiva, para dar nuestros primeros pasos por este loco
mundo.
El nuestro, el Código
Rocker, era, y todavía lo es, una forma de entender la vida. Un pulso de
rebeldía. Una manera de mostrar que para qué discutir si puedes pelear. Un trago de Jim Bean. La luna sobre
Montjuïc o la Malagueta. La desfachatez hedonista del sunny afternoon de The
Kinks. Una cartografía sentimental que siempre amarraba en el noray de un
puerto marítimo ya fuera Vigo,
Barcelona, Málaga o Gijón. Hitos vitales en compañía de nuestra santísima
trinidad; Eddie Cochram, Buddy Holly y
Elvis.
Fue un código revelado cuando en estas orillas se necesitaba
a hombres objetos que mecieran los sueños húmedos de las chicas monas de la
parta alta de la ciudad y, por qué no decirlo, de las niñas de los barrios obreros a las que
obrábamos milagros en el asiento de atrás de un coche o en una cala solitaria
de madrugada. Bellas estampas eróticas al ritmo de El Cadillac solitario. Pulsión sexual en la que ellas no se hicieron
mujeres lobas por culpa de Los Rebeldes
pero aullaban, y de qué forma, a sus lobos alfa.
No puedo imaginar hoy a bandas como Siniestro Total con “las tetas de su novia” o un tema como “El Carne para Linda” de Sabino Méndez
en el que la protagonista practicaba la antropofagia para conservar su línea.
Imagino que lo políticamente correcto ha terminado de contaminarlo todo y, ya
no hace falta censura porque los mismos músicos o letristas han aprendido la
lección.
Afortunadamente supimos levantar entonces la bandera confederada con orgullo para
cabalgar después en esas motos a las que tan bien empujaba la brisa marina. Y
sonaban The Clash, The Flamingos o hasta los mismísimos Ramones frente a aquellos que en otros lares vestían
chaquetitas azules al ritmo de Los
Romeros de la Puebla. Éramos
demasiado Rockers para esos
pueblerinos y ellos demasiado pueblerinos para nosotros los Rockers. Un código, en definitiva, que
nos sigue marcando el camino que, por cierto, no se hace al andar sino al
derribar los castillos de esos fantasmas.
Cantemos “con rabia y
ternura, con desespero, por ti, por mí, por todos los que quiero, yo bailo Rock
and Roll”. Y que sea por muchos
años. Es el Código Rocker, pandilla de estúpidos.
Sergio Calle Llorens
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