De noche
suelo caminar en un bosquecillo cercano a mi atalaya mediterránea tratando de
grabar en mi mente las imágenes que me brinda la madre naturaleza y, todo con
la banda sonora de los grillos como única compañía. Son madrugadas calurosas
que acaban en un baño en la mar dejando que los rayos de plata de la
luna acaricien mi cuerpo. Solo entonces puedo pensar alejado de la canícula más
insoportable que padece la región de Málaga en años. Desde esas aguas contemplo las luces distantes de los barquitos que pescan, o al menos lo
intentan, a las horas en que la mayoría duerme. Sí, les decía que pienso
contemplando los acantilados en la más absoluta oscuridad. Y, en una tierra
donde el desdén que el hombre práctico acoge las hipótesis del razonador, debe
significar algo o nada en absoluto.
Pensaba yo en
el hecho de que pase lo que pase en la taifa del sur, esa a la que muchos no
queremos pertenecer, nunca se produce una ola de indignación como la que me
elevan en las noches marinas. Aquí se ha copiado la costumbre catalana de
echarle la culpa a Madrid y, ni siquiera cuando baja el paro- curiosamente ha
descendido más cuando no hemos tenido gobierno andaluz- son capaces de hacer un
guiño al gobierno central. La conclusión es evidente; el andaluz renueva su
carnet de cretino de generación en generación y de forma espontánea. Sin esfuerzo alguno, sin proponérselo ,los
hijos de la eterna chalaura se lanzan a bailar la canción del verano compuesta
e interpretada por los mamarrachos de Los Morancos; esos dos impresentables capaces
de defender un día la consulta catalana y otro, todo depende de donde toque la
función, las políticas sociales de Susana Díaz.
En realidad, de vivir Franco, el dúo de payasos estaría haciendo
numeritos en el Palacio de El Pardo. Lo
peor de todo es que, lejos de enfadarse con la impostura de lo hermanos, los
andaluces aplauden toda y cada una de las bufonadas de los cómicos con su humor
chabacano y su falta de talento. No me extraña que su último programa en
televisión haya durado menos que un helado en la playa de La Malagueta.
Andalucía es
inclemente, indecente y de una chabacanería insoportable. El peor lugar del
mundo occidental para pensar diferente. El sitio donde a nadie le extraña que
el zote de Alberto Garzón hable de las carencias de la sanidad madrileña y
olvide, en verdad siempre lo hace, que la provincia por la que es Diputado
nacional, Málaga, tiene la peor ratio de camas por habitantes de toda España.
Al final va
a ser verdad aquello de que Dios se venga de los andaluces por votar siempre a
esa pandilla de ladrones con olas de calor insoportables. El problema es que
pagamos justos por pecadores y, solo en la quietud de la noche mediterránea uno
halla la paz de espíritu. Ese mar inmenso y sabio como antídoto ante la estupidez
de los que practican tai chi o votan a la mona chita de Susana Díaz.
Sergio Calle
Llorens
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